Tuvo la corrida de Algarra diversidad de tipos y hechuras, pero el sexteto entraba por los ojos. Hubo animales que deberían ser un modelo para esta plaza, como el primero -uno de los toros de la feria- pero incluso los de más volumen como el cuarto, guardaban proporción y armonía con sus hechuras. Los dos ejemplares más simples, segundo y sexto, fueron también los de peor nota. En medio la clase sin empuje del tercero, la nobleza sin fuelle del quinto y la emocionante movilidad del cuarto, cuya transmisión sin entrega mantuvo en vilo al tendido.
El toro de la corrida y uno de los toros de la feria salió, como está siendo norma en el serial, en primer lugar. Recogido, rematado, con desarrollo de pitón pero abrochado de testa. Serio y proporcionado al tiempo. Ya embistió con temple al capote de Román, y tras recargar en varas cantó su condición en el capote de José Chacón. Más allá de las rayas, sin preámbulos, Román citó al toro con la mano zurda primero, con la diestra después. Intercaló ambas manos en una obra de buena estructura, muleta por delante, ligada siempre, tropezada a veces, que fue vista con buenos ojos desde arriba y con generosidad desde el palco. El toro, pronto y repetidor, humilló y transmitió hasta la última serie, donde miró y amagó con buscar los adentros, después de haber embestido veinte veces de categoría. Se apretó de verdad Román por bernadinas, claves, además de la estocada, para la demanda y concesión del trofeo.
Pero donde estuvo realmente serio e importante el valenciano fue en el cuarto. Grande, más fuerte, con más alzada, largo y amplio de sienes, que embistió con poca entrega al capote. Se dejó pegar en el peto, con escaso celo y salió dormido del caballo, pero despertó y se movió en banderillas, donde José Chacón, el banderillero de esta feria, volvió a desmonterarse. La faena fue un toma y daca, porque el de Algarra tuvo mucho que torear. Le faltó entrega y humillación pese a su prontitud y Román dio la cara, tragó tela, se jugó el pellejo en cada embroque. Le faltó limpieza a la obra que a cambio tuvo una gran autenticidad. Por eso llegó con tanta fuerza arriba, más por el pitón zurdo, por donde el toro tuvo menos temperamento y, sin descolgar, un viaje más largo. En las postrimerías de la obra el toro hizo presa y le pegó una cornada en el gemelo derecho. Con la media entintada en sangre dejó una estocada perpendicular que hizo doblar al toro. No atendió el presidente la petición, mucho más justificada en este astado, y le cerró la Puerta Grande. Pero la vuelta al ruedo antes de irse por su pie a la enfermería fue de total reconocimiento.
Los momentos más artísticos de la tarde corrieron a cargo de David de Miranda. Fue su tarjeta de visita en el tercero, al que saludó con gran personalidad. Con gran quietud a pies juntos primero, abriendo levemente el compás después, ganando terreno, con suavidad. Extraordinaria media. El toro embistió con ritmo y clase pero le faltó pujanza para desarrollarla. Quizá el inicio por estatuarios quebrantaran al animal. Volvió a estar muy decidido en el sexto, más espeso de tipo, que se paró muy pronto. Se metió entre los pitones el onubense, que estuvo delante un tiempo tan largo como improductivo.
Caballero por su parte fue cogido en los primeros compases de su saludo al segundo, que sin obedecer al capote se fue directo al cuerpo del torero, al que derribó y tuvo a merced en tablas. Embistió con desgana el toro luego, sacando la cara por encima del palillo, y sin dar opción al torero madrileño, que luego sorteó un ejemplar noble y obediente, que embistió descolgado y abriéndose, al que ligó dos series con la derecha muy estimables. Después el torero pecó quizá de no buscar al animal entre un muletazo y otro, se quedó descruzado, el toro perdió celo, y todo se diluyó.
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