viernes, 6 de mayo de 2022

LA CRÓNICA DE ZABALA DE LA SERNA: Y Morante sacó el borrador

 


 Una faena memorable del genio pone el toreo en su sitio; el palco niega a última hora la la Puerta del Príncipe a un voraz Roca Rey después de embalarlo con dos orejas; bronca monumental en la Maestranza


 

Doblaban las campanas de La Giralda a las 18.45 sentenciando el cadáver prematuro del viejo toro, que salió condenado por sus bastas y cargadas hechuras, su morrillo congestionado, sus pezuñotas. Morante de la Puebla esperaba muleta en mano, al hilo de las tablas. La escena y la banda sonora prometía poetas; el cuvillo, no (traseramente picado además). Ya lo que había hecho en el capote de Morante no incitaba a la esperanza. Más en el quite, cuando las inercias, por su ausencia, ya no esconden nada. La falta de humillación, la ausencia de clase. De salida todavía, al pasar, Morante esbozó tres verónicas -las manotas del toro por delante- y, sobre todo, un ovillo de cuatro descomunales, dibujadas sobre un adoquín, tal ligadas de empaque. La media no desmereció. Como tampoco el principio de faena, cuando doblaban las campanas de La Giralda. MdlP se salió de las tablas andándole al toro a su altura, con un cuadro de un molinete, una trinchera, un pase de la firma, entre otras pinturas. Y ya. No descolgaba la embestida por la derecha, por la izquierda un poco más. Sin tirar de su corpachón hacia delante por ninguna de las dos. Sanción para el veedor.


Volvió por toriles otro toro -también con los cinco años y medio cumplidos- con porte grandote, que no podía con los cuartos traseros. El sobrero, del mismo hierro, acucharado, exagerado en su forma, tampoco se dejó torear con el capote. Una sola verónica de Juan Ortega quedó como un islote de belleza. A José Palomares lo ovacionaron con intensidad por agarrarse y agarrar un puyazo en el sitio, cuando el cuvillo levantaba el caballo por los pechos. La imagen fue épica. Ortega galleó por chicuelinas con sutileza, y replicó Roca Rey por el mismo palo -de otro modo- sumándole, además, una tafallera. No valía el toro, huérfano de ritmo y categoría. Un cambio de mano genuflexo valió por toda la faena que no fue.


Afortunadamente, las líneas del tercer toro, el único negrito, venían proporcionadas de armonía y flexibilidad. En tipo con el sello de la casa Cuvillo. Roca Rey lo saludó con verónicas bien voladas en su amplio capote, muy coreadas. Y le funcionó la cabeza como un engrasado procesador de sensaciones. Apostó por el buen estilo del toro, sin castigarlo. Cosa habitual en él. Pero donde o cuando verdaderamente afloró su privilegiada cabeza fue en la muleta, que principió -después de los estatuarios y el incendio de pases cambiado- toreando extraordinariamente bien con la derecha. A lo que iba: supo levantar cada momento en que sintió desinflarse el pulso de la faena. En su mano izquierda, por ejemplo. Inmensos pases de pecho igualaban al alza lo que caía en su fundamento. El manejo distancia, los paseos, fueron espacios y tiempos necesarios. La nobleza del toro carecía levemente de celo en el final de los muletazos. Y eso también levantó el peruano, aguantando el parón cuando fue, a golpe de valor; a golpe de efecto cuando tocó. La bernadinas pusieron la plaza como un hervidero que ya bullía con circulares, espaldinas y los pases de pecho. Media estocada, la muerte, una oreja y luego otra.

Y después de tanta explicación salió Morante de la Puebla e hizo lo que no se puede explicar: el toreo. Y de pronto una locura de naturales brotaron a borbotones, como sangre derramada sobre el albero. Ese loco principio de faena, pretendiendo el cartucho de pescao, con la montera en los pies, parió un natural, uno entre el manojo, que no se ha dado ni visto en todos los días de feria. La gente se despistó como el toro con la montera. Pero aquello siguió, aun con el cuvillo de embroque superior rajadito, yéndose. Morante entretenía su fuga con series de esculturas, parándolo en el tiempo, meciénose sobre él con una cirugía precisa que lo abría en canal. Y en ese camino a tablas, y en las tablas mismas, al hilo de ellas, hundía las zapatillas, su cuerpo, quilates de oro, enterrando el cofre del clasicismo. Que es lo que no se puede hacer mejor. Se agarró Morante a la madera con una estampa antigua, apuro el odre de las esencias y hundió una estocada mortal. Fue un clamor la Maestranza, pero no el clamor debido. ¡Ay, después del premio anterior! Aún quedaron volando unas verónicas en el recuerdo, allí fundidas. Una oreja nada más para distinguir lo suyo de todo lo anterior.

A Juan Ortega le ayudó el quinto a expresarse como sabe, como siente, a la verónica, bellamente, sin el temblor de otras veces. Roca Rey volvió a intervenir por chicuelinas, un lance que alguien le debería indicar vedado cuando tienes al lado orfebres que lo han bordado. Ortega mismamente. No duró el toro nada, proclamando la vaciedad de fondo de la corrida.

Roca Rey salió en tromba sabedor de que ya estaba a un empujón de la Puerta del Príncipe. Y se clavó de rodillas en la explosiva apertura de faena, de pases cambiados, un cambio de mano, un jaleo en penitencia. Mas el toro se acabó a plomo y no hubo un pase más dentro de un escalofriante arrimón. Una voltereta desató todas las pasiones. La estocada, el colofón. Y la pañolada tenaz, desencadenada. El presidente se atrincheró. Una bronca bíblica degeneró en una impresentable tormenta de almohadillas. Y RR paseó el ruedo por dos veces bajo el clamor. Buscaban culpables y no sabían que fue Morante quien echó el candado a la del Príncipe con su memorable faena.


Ficha


NÚÑEZ DEL CUVILLO / Morante, Juan Ortega y Roca Rey.

Plaza de la Maestranza. Viernes, 6 de mayo de 2022. Novena de feria. Lleno de "no hay billetes". Toros de Núñez del Cuvillo, dos cinqueños (1º y 2º), de dispar presentación; destacaron el 2º y el embroque del rajadito 4º sobre un conjunto desfondado.

Morante de la Puebla, de malva y oro. Metisaca, pinchazo hondo y descabello. Aviso (silencio). En el cuarto, estocada trasera (oreja).

Juan Ortega, de verde botella y oro. Estocada (aplausos). En el quinto, estocada caída (oreja).

Roca Rey, de azul pavo y oro. Media estocada (dos orejas). En el sexto, estocada (fuerte petición y dos vueltas al ruedo).

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