Un susto, algún esfuerzo... Intentos de salvar el Matillazo de Sevilla
Diego Urdiales, Cayetano y Paco Ureña intentan sobreponerse cada uno en su medida a un deslucido encierro en la décima de abono de la Feria de Abril
Se sabía que podía pasar, porque el peligro en una plaza es, en ocasiones, una premonición, un susurro, un silencio, el grito a la media vuelta de una embestida. Y así fue porque Paco Ureña, que vino a Sevilla por la vía de la sustitución, no lo llamaron, se expuso a sabiendas que podía ocurrir. Y ocurrió. El de Matilla (Hermanos García Jiménez) tenía guasa. Mala. No embestía con claridad, bicheaba por delante antes de meter la cara, rebuscaba y encontró presa en Ureña. Un sustazo porque para arriba y para abajo lo zarandeó y eso parecía que no iba a acabar nunca. De milagro no lo hirió y de la misma manera que llevaba un rato haciendo el esfuerzo y buscándolo las vueltas, así siguió. Era el tercero y en la rectitud cobró la estocada. Mérito tuvo, y suerte, pasar por ahí otra vez no era buen plan. Tardó en caer el toro y casi se olvidó el esfuerzo.
Diego Urdiales se durmió en el capote con el cuarto, en honor de Curro que no se perdió su tarde. Y Sevilla seguía oliendo a Romero. Creímos que iba a ser el toro de una tarde tediosa. De un Matillazo en toda regla y eso que confianza en la ganadería había, porque la merece. No fue el caso. Mal presentada, una escalera de toros mal hechos fue lo que salió de toriles para sorpresa. ¿Sevilla? El de Urdiales tuvo bueno el embroque y desentendido de mitad de muletazo para adelante por la derecha, como desidia. Mejor iba la cosa al natural por donde vinieron los muletazos de mejor factura del riojano que, tras la estocada salió a saludar. Había hecho un esfuerzo, de esos que no trascienden, porque Sevilla estaba menos de fiesta que otras tardes.
Antes, se había llevado el primero, que era una versión diablo, por estética, de la camada brava. Y, además, rajado e irregular, sin dos embestidas iguales. No regaló una tanda que llevarse a los ojos y que no cayera en el olvido. Diego Urdiales lo intentó. Lo juro y hubo un par de naturales a los que aferrarse de esos de acabar el muletazo por debajo de la pala del pitón. Ahora, de ahí a poder repetirlo con continuidad era un imposible.
Cayetano
Otras hechuras tuvo el segundo para Cayetano. El toro iba y venía y protestaba en la cercanía. La distancia, los espacios le iban bien. Cayetano alternó pasajes de todo tipo, pero siempre queriendo desde el capote. Le pegaba uno bueno y al siguiente un tirón. Con la muleta buscó ahormarse al animal y dejó algún momento de interés. La suerte suprema fue exprés.
El quinto tuvo más nobleza, aunque le faltó también un tranco. Le tocó a Cayetano, en esta ocasión menos fino, más periférico y con una tendencia clara a hacer la faena más allá de las rayas del tercio.
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