domingo, 16 de enero de 2022

EL NIÑO DE LA CAPEA CONMEMORA CON JAVIER GARFIAS SUS TARDES HISTÓRICAS EN MÉXICO por Víctor José López EL VITO

 


El maestro Pedro Gutiérrez, Niño de la Capea, con los atadores Pedro Gutiérrez Lorenzo, Juan Pablo Llaguno y Martínez Vertiz en Los Cués, Querétaro, tentadero de la ganadería de Garfias



“Corvas Dulces”,
22 de diciembre de l974, Manchadito”,
17 de febrero de 1985. 

 

   Ha sido Venezuela en su aproximación al contacto estrecho, entre El Capea y Garfias, una consecuencia en los carteles más importantes de aquella temporada. Fueron 22 los carteles en los que coincidió con la divisa de Garfias, los que anunciaron al salmantino en plazas venezolanas

Lo escrito por el maestro Pedro Gutiérrez y el gran ganadero Javier Garfias de los Santos, ha sido  el más fascinante de los capítulos en la historia taurina venezolana. 

Fue el relato de un registro profesional entre dos grandes toreros. Figuras históricas del toreo universal: José María Manzanares y Niño de la Capea. 

Ellos, junto a Francisco Rivera “Paqurri”, integraron la terna de mayor  impacto durante los años setenta y ochenta. Los tres, con el agregado de la metáfora, parafraseando al maestro Cañabate tan recurrente al costumbrismo gastronómico, calificaba la rivalidad como “la salsa de los caracoles”. 

Recuerdos los de aquella tarde en San Cristóbal, la tarde del 28 de enero de 1979 fue la más importante de todas las presentaciones de Pedro Gutiérrez en Venezuela.

 Aquella corrida, la del cartel de la feria, el cartel de Gutiérrez Moya con Manzares y  los seis toros de Javier Garfias. El termómetro de la rivalidad se podía medir con la nerviosa actitud del toledano Ciriaco Corbelle,  que en su momento de esplendor fue líder y torero importante entre los subalternos. Aquel día Corbelle estaba a las órdenes de José María Manzanares y en su afán de mantener en alto el estímulo a su matador, agregándole un poquito de teatro y mucho de obediencia a la confrontación y engallado con el triunfo del luego que Manzanares cuajara una gran faena rebosante de estética e importante por trascendente, haciéndose eco de la voz de su maestro retó a El Capea cuando terminaban de dar la vuelta al ruedo con los trofeos del toro de Garfias con la emponzoñada frase de: “... el que venga atrás que arree”. 

¡Y vaya que Pedro Gutiérrez arreó con «¡Gocho”, aquel gran toro de Garfias! Desde el inicio el maestro se fue a los medios, colocado en el centro  volcánico de la arena. Allí como una estatua cuyos brazos ordenaban al capote paró las embestidas del bravo toro. No hubo un milímetro de duda en El Capea ante “Gocho” de Garfias. Un toro con 498 kilos de peso. Negro bragado. Imponente en su alzada con la que impuso tanto respeto que cundió el silencio en la plaza. Silenció la algarabía que fue provocada con la celebración de las vueltas al ruedo de su triunfante rival aquella tarde tachirense. Silencio antes que salieran los picadores, silencio que se transformaría en expresión de gusto y de aprobación por lo que realizaba el torero con el bravo toro de parte de la multitud incorporada como parte importante en lo que se dirimía en la arena de Pueblo Nuevo. No es otra cosa distinta que la rivalidad entre dos grandes del toreo. 

El triunfo de El Capea con “Gocho” de Javier Garfiassignificó  mucho más que las dos orejas y el rabo con el que le reconoció la autoridad. Fue tan trascendente, e importante, que se reflejó en subsiguientes temporadas europeas entre 1979 y 1982 que fueron lideradas por ellos. Capea y Manzanares. Lideres en los respetivos escalafones porque fueron eje y epicentro en las que se impuso la jerarquía del temple. Cualidad que Capea atribuiría a sus éxitos mexicanos, cuando fue capaz de descifrar el enigma del toreo con los toros Corvas Dulces y a aproximación de Pedro 

Gutiérrez Moya “Niño de la Capea” al ganadero Javier Garfias ocurre desde el mismo inicio de su carrera. Se reúnen torero y ganadero que es cuando El Capea incursiona en la temporada venezolana, y ocurre la reunión en San Cristóbal como primer escenario. 



Manchadito de Javier Garfias, que como escribiría el maestro Pepe Alameda: “- los toros de Javier Garfias que ayudaron a Capea a gustarse, a gozar del toreo ligado en redondo, a calibrar con mayor tacto el ritmo de los engaños, a sentir ese valor de tiempo que el toro de Garfias aporta a la realización de las suertes.” 

Lo que fue la rivalidad con José María Manzanares, lo confiesa El Niño de la Capea en entrevista al periodista Enrique Amat: - “José María Manzanares ha sido el que más me ha presionado, incluso yo me agobiaba cuando toreaba con él. Él siempre iba como algo tapado, a la sombra, pero yo tenía una competencia íntima con él y él conmigo, y eso me ayudó a tirar para adelante. 

- «Cuando toreábamos juntos, ambos hacíamos un esfuerzo. Nos picábamos, nos espoleábamos. Nos mirábamos con admiración y recelo, pero nos ayudamos a crecer como toreros.” Concluye su entrevista el periodista. 

El pasado 20 de enero se cumplió otro aniversario de una de las siempre recordabas faenas en la Plaza de Toros Monumental México. Fue, en 1974, al toro Alegrías de Reyes Huerta. El salmantino, desde su finca, echa mano de la memoria. Su opinión sobre Manolo Martínez la resume a una de las muchas tardes que torearon juntos en la México, y que los dos vieron regresar sus toros al corral tras escuchar los tres ávidos en dos de sus turnos. Uno por cabeza. Fue una tarde muy bonita. 

-Fue la tarde que México me adoptó.- Relata Capea. -La tarde de la confirmación de mi alternativa en México Lo cierto es que sucedió una cosa muy curiosa pues cuando estaba preparándome para entrar a matar se desnudó una chica en el tendido y me tiró al ruedo el sostén. 

-Me distraje, como se distrajo todo el mundo y pegué un petardo con la espada.
Manolo Martínez tampoco estuvo acertado con la espada. La gente, que cuando estaba bien Manolo le adoraba, cuando fallaba querían asesinarle, y aquella tarde lo hubieran matado de no ser que se escondió en la enfermería de la plaza. 

-La verdad es que nos echaron un toro al corral a cada uno. Yo arreglé mi bronca con un gran toro de Reyes Huerta, el toro Alegrías; pero Manolo estuvo mal, descarándose con el juez y retando a los reeventadores.

-  Le multaron a Manolo. Le pegaron una gran bronca y, desde el tendido,  le amenazaban con improperios. Cuando acabó la corrida, al abandonar el ruedo como es tradicional él, Manolo Martínez, más antiguo que yo al salir me  dijo: - Mira mano, sígueme. - Nos metimos en la enfermería hasta las diez de la noche, asegurándonos que no había nadie esperándonos. Salimos de la plaza en medio de la oscuridad en las calles que rodean la Monumental. La gente no estaba para bromas. 

Aquel Manolo Martínez era algo serio. Fue la gran figura de México por años. Ha sido Manolo Martínez un torero muy importante, el mero mandón. Era muy respetuoso con la profesión, y con los compañeros. Eso sí, tenía un gesto muy característico: cuando salía un chaval del que decían que tenía maneras y que tenía condiciones, él pedía que lo acartelaran  con él, con una ganadería que él decía. Si podía, le daba un repaso y lo apartaba de circulación; pero toreando y en la plaza, no en los despachos como otros han hecho ...  Con los toros Manolo actuaba como si los hubiera criado él mismo. Tenía un gran sentido de la colocación, una cabeza privilegiada, sobre todo, una naturalidad en el manejo de las telas asombrosa. 

Sobre su cuadrilla conversamos con Pedro El Capea, aprovechando la mención que se hizo de Rafael Corbelle en la tarde del toro  “Gocho” de Javier Garfias en San Cristóbal. 

-Mi recuerdo y respeto a “El Tito de San Bernardo, que fue un maestro. Figura del toreo. Llevaba larguísimos a los toros, prácticamente con un solo capotazo, de lo largo que lo daba, descubría el pitón de cada toro. Tenía mucha templanza y para mí fue un maestro. 

- En cuanto a El Brujo fue un banderillero extraordinario. Y además, un gran aficionado que siempre tuvo la gallardía de decirme las cosas de frente y por derecho. No me dio ninguna coba, me decía la verdad y me hablaba con franqueza porque me quería ayudar a corregir los defectos. Seguramente, sin la presencia de Juan no hubiera llegado a tanto. Me hablaba muy bien, de frente y por derecho, y me hizo evolucionar como torero. 

De sus picadores de toros son inolvidables en su amplia carrera, el gran Enrique Silvestre Salas “Salitas” el hombre que picó a Cumbreño, aquel toro de Manolo González en la tarde que los historiadores de la fiesta marcan como el punto de inflexión entre Capea y Manzanares. 

Fue la tarde, la gran tarde, cuando Pedro Gutiérrez como maestro del toreo se separó del paralelismo existencial con Manzanares. Era Enrique Silvestre Salas “Salitas”, el subalterno español que más veces ha toreado en América, aquella tarde el picador de El Capea junto al gran picador de toros Juan Mari García. 

Capea se despidió de México apoteósicamente, Lo hizo cortando el rabo número 105 en la historia de la Monumental. Hizo viento aquella tarde, viento, lluvia y frío, pero el cariño y el aplauso de 45. mil espectadores lo le dio calor al ambiente desde que Niño de la Capea pisó el redondel para iniciar el paseíllo. Al soso andarín que abrió plaza, Pedro Gutiérrez lo saludó con quietos y armoniosos lances. Con la muleta derrochó voluntad a pesar de los calamocheos del ejemplar y del aire que soplaba. Como el tercero era un marmolillo que tiraba tornillazos, el espada hizo gala de recursos bregándolo con el capote y lidiándolo con sapiencia. Pero lo apoteósico llegó con el fiero y poderoso quinto, de nombre Piropo, de la ganadería de José Antonio Garfias, de la ganadería De Santiago, toro al que el maestro de Salamanca le instrumentó temerarias chicuelinas que emocionaron a la concurrencia. En un espectáculo poco visto la concurrencia a la Monumental se puso de pie y aplaudió con frenesí cuando Pedro Gutiérrez Moya “Niño de la Capea” les brindó su último toro en México. Al compás de Las Golondrinas (música que se toca en todas las despedidas), cuajó una meritoria faena, pues, aunque el burel tenía claridad por el derecho era de viaje corto por el izquierdo. Con valor y mucho sentimiento, creó emoción y arte en estrujantes pases que perdurarán en el recuerdo de la afición por el pundonor y la entrega con que los ejecutó. Cuando con verdad realizó la suerte suprema y dejó el acero hasta los gavilanes, estalló la locura en los tendidos. El único matador español que ha cortado tres rabos y ha indultado un toro en esta plaza se despidió como la gran figura del toreo que ha sido, lo hizo arropado por el calor cariñoso de la admiración y respeto de la afición mexicana que lo distingue llamándole «Paisano». 

No fue casual el nombre del toro de Pepe Garfias. Sucede que una tarde de enero de 1992, el 12 de enero para ser exactos, Pedro Gutiérrez actuó en compañía de Mariano Ramos y de Jorge Gutiérrez. Las cosas no andaban muy bien para Pedro, así que cuando Jorge Gutiérrez en el sexto de la tarde, toro de San Martín al que le cortó las orejas, en un momento de profundo silencio surgió del tendido donde se ubica la Porra de Sol una voz rompe el silencio con el grito de: “Paisano, regala un toro”. 

Ocurrencia que fue jaleada por el público, ovacionando a su autor El Negro Aranda, personaje 

muy conocido por los aficionados consecuentes a los festejos en la Plaza México. Gutiérrez toreaba a Orejitas de San Martín cuando surgió el grito de la porra de sol y su premio fue el de las dos orejas. 

El toro de regalo de la ganadería de San Martín se llamó Delicioso, pronto y codicioso. Capea le brindó la muerte de este buen toro al Negro Aranda y bordó una gran faena, una más entre las del ramillete que reunió en esta arena por lo que se convirtió en uno de los grandes ídolos de la fiesta de los toros para los aficionados de la Plaza Monumental México. 

Luis Ramón Carazo, buen amigo y estupendo periodista nos cuenta que: -Recientemente en la Feria de San Isidro en Madrid tuve la oportunidad al finalizar una de las corridas, de charlar con Pedro y su esposa Carmen, Javier Aguirre y Silvia su esposa. Pedro con su gracia inigualable, completó la historia del grito del Negro. Resultó que un día después de salir a hombros junto con Jorge Gutiérrez de la plaza México, le buscó Aranda para agradecer el brindis, como bien lo dicta la costumbre, e invitó a Pedro a su casa ubicada en el populoso barrio de Tepito. 

Pedro sin mucho darle vueltas aceptó agradecido la invitación y el día de la comida. Lo que más recuerda del personaje fue que 

una vez que ubicó a Pedro y sus acompañantes en la mesa de su casa salió hasta la entrada de la para cerrar la puerta gritando “Hijos de la chingada no que no venía El Capea”. Cuando lo relata Pedro, entendemos el por qué se hizo consentido nuestro, nos entiende y le entendemos a las mil maravillas. Ríe y llora al recordar al personaje popular que lo impulsó a escribir una anécdota muy conocida en el toreo de México. 

Javier Aguirre gran director técnico de fútbol y su esposa Silvia son grandes aficionados a los toros y conocían la anécdota, pero no la posterior historia de la comida de agradecimiento, conforme Pedro la fue hilvanando, agradecimos el relato. 

La silla de Manolete, la que el cordobés ocupó en México en los espacios afectivos creados por Manuel Jiménez Chicuelo, fue ocupada por Paco Camino. La idolatría del maestro de Camas perduró hasta que el gran torero de Salamanca, el joven maestro Pedro Gutiérrez Moya “El Capea” se apoderara del corazón del pueblo de México y el reconocimiento de su muy exigente afición con la colaboración de los toros de don Javier Garfias, de su propia inteligencia y evidente maestría. 


Más de doscientos ganaderos en todo el mundo han fundado, refrescado la sangre ó cruzado sus ganaderías con los vientres y sementales de Garfias en México y que han sido exportados a Perú, Colombia, Ecuador, Venezuela, EE.UU. y Centroamérica. Es ya considerado un encaste “Garfias”, ya que más del 80% de los toros de lidia en México tienen su sangre 

 



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