La primera retirada de Manuel Benítez Pérez, aún con una carrera entera y una leyenda por escribir, no llegó a materializarse.
Desmoralizado y hundido, había resuelto dejar el toreo después de contemplar la muerte de su compañero Manuel Gómez Aller en la cama contigua del Hospital General de Madrid. Ambos habían sido heridos por el mismo novillo en la localidad madrileña de Loeches, el 13 de septiembre de 1959. Había sido su segunda actuación más o menos seria en los ruedos después de haberse tirado de espontáneo en Córdoba, Aranjuez o Madrid; de andar a salto de mata por los cerrados de las ganaderías; de sobrevivir en el filo de la navaja. En ese momento, con 24 años cumplidos, sólo pensaba en buscarse la vida y resolvió marcharse a Francia para trabajar como temporero. Los toros –o eso creía en ese momento- tenían que quedar atrás.
Pero antes de tomar ese tren a los viñedos franceses se produjo un encuentro providencial que cambiaría la vida del incipiente torero –también la historia doméstica de este país- y dibujaría una de las imágenes más inconfundibles de los años 60.
El marisquero cordobés Rafael Sánchez, el célebre Pipo, sería el encargado de modelar el personaje, aprovechando y dramatizando la extracción humilde del antiguo Renco; su condición de ratero ocasional y buscavidas en esos caminos polvorientos de la España que empezaba a sacudirse las grisuras de la posguerra. El Pipo le bautizó como El Cordobés. Y el 15 de mayo de 1960, después de una impresionante campaña de relaciones públicas y alardes publicitarios organizó una novillada sin picar en Córdoba, a plaza llena, que supondría su despegue inmediato. Empezaba su propia era…
La almohada
Han pasado mucho, muchísimo tiempo de aquellos lances retratados en blanco y negro. Pero Manuel Benítez ha vuelto a salir a la palestra, con ochenta y cinco años cumplidos, al ofrecerse para torear el festival de la Asociación de la Lucha contra el Cáncer en la plaza de Los Califas de Córdoba. No conocemos aún el verdadero alcance del órdago cordobesista pero, seguramente, podría ser la última vez que contemplemos en vivo a uno de los grandes mitos del toreo, protagonista indiscutible de la historia íntima de este país. En cualquier caso, el empeño sirve para refrescar el largo historial de idas y venidas de una carrera que vivió sus años más intentos en aquella década prodigiosa que no se puede entender sin su sonora y panorámica carcajada, el flequillo iconoclasta y el férreo mando que ejerció sobre todos los resortes del toreo de la época.
Aquella dictadura sobre los entresijos del negocio y los altísimos emolumentos que ya empezaba a cobrar el torero, encontrarían contestación en la patronal taurina del momento, resuelta a rebajar las aspiraciones dinerarias del llamado ciclón de Palma del Río de cara a la temporada de 1967. La respuesta de Benítez fue convocar a la prensa en Córdoba para anunciar su firme decisión de retirarse del toreo. El Cordobés argumentaba que “había consultado con la almohada” para tomar esa drástica medida que puso en pie de guerra a todo el negocio. La reacción de los principales empresarios taurinos de la época no se hizo esperar. El 6 de febrero de aquel año peregrinaron a la finca ‘Villalobillos’ para rogar a El Cordobés que reconsiderara su decisión. El anuncio de esa pretendida retirada frustró los planes de los hombres del puro. Se trató, en definitiva, de una auténtica bajada de pantalones que concluyó con la firma del torero y los empresarios –Balañá, Canorea, Livinio Stuyck o Andrés Gago entre otros- en la misma almohada que El Cordobés aseguraba haber consultado. La gran patronal tuvo que tirar de bolsillo y El Cordobés… no se retiró.
Pero los empresarios volverían a la carga dos años después. El Cordobés, una vez más, tampoco se doblegó. Aliado con Palomo Linares y los hermanos Lozano respondió esa vez con la famosa ‘Guerrilla’ que les llevó a peregrinar por cosos menores y alejados de las grandes ferias en la temporada de 1969. Pero el Benítez estaba a punto de rebasar su primera etapa profesional, la más intensa y trascendente. Lo hizo volviendo a amagar con una nueva retirada en 1970 antes de que las aguas volvieran a su cauce en los despachos. Fue un año en el que, paradójicamente, batió todos los ‘records’ habidos y por haber hasta entonces. Sumó 121 corridas de toros antes que en 1971, ahora sí, pusiera fin a su intensa y revolucionara primera etapa en los ruedos. Había terminado la década prodigiosa.
1979: el primer retorno
Pero El Cordobés no había dicho su última palabra y volvió a vestirse de luces el 22 de julio de 1979 estoqueando seis toros de Carlos Núñez en Benidorm. Todo había cambiado: el torero, el país y hasta la propia profesión, sacudida por nuevas exigencias y un clima algo enrarecido que –como dictaminó Ortega y Gasset– no era ajeno a la tensión que se vivía en una sociedad en transición. Sumó poco más de 30 corridas en ése y el año siguiente y no se libró de una fuerte cornada en Quintanar de la Orden. Pero la conexión con los públicos y el rendimiento del propio torero ya no eran los mismos. En el tramo final de la tercera temporada de esa vuelta de circunstancias tenía que torear Albacete. Fue el 14 de septiembre, anunciado con una corrida de Los Guateles junto a Rafael de Paula y Palomo Linares. Pero ese día se produjo un trágico suceso que precipitó una nueva retirada del antiguo ciclón de Palma del Río. Esa marcha se puede considerar la verdadera clausura de su carrera profesional si prescindimos de los vaivenes que iban a llegar tres lustros después.
Al salir el quinto toro, el segundo del diestro de Palma del Río, un ejemplar salpicado que había quedado suelto en los primeros compases de su lidia, un joven encofrador, padre de familia, descamisado y sin la más mínima defensa al que apodaban ‘El Chocolate’ saltó al ruedo y fue corneado brutalmente sin que ni El Cordobés ni sus hombres pudieran impedirlo. Las heridas eran mortales de necesidad: los pitones le habían destrozado el hígado, el bazo y el cayado de la ahorta, desangrándose sin remedio en unos segundos. El público, que hoy ensalza y mañana condena, acabó responsabilizando a Manuel Benítez y su cuadrilla del desgraciado lance. Se habían derribado los últimos puentes. Tocaba marcharse de nuevo.
El festival del Nevado del Ruiz
Pasó un lustro entero, seguramente los años de mayor discreción personal del torero, consagrado a sus negocios, entregado a la familia y el campo… No hubo declaraciones, salidas a la palestra. Ni siquiera un festival para matar el gusanillo. Pero se produjo otro acontecimiento desgraciado que, indirectamente, lo sacaría de su retiro. Fue la erupción del volcán Nevado del Ruiz, el 13 de noviembre de 1985, que sepultó la ciudad colombiana de Armero, produjo una larga lista de víctimas y estremeció al mundo a través del testimonio televisado de una niña agonizante: Omayra Sánchez.
La vocación solidaria de las gentes del toro no tardó en materializarse con la organización de un festival, el 4 de abril de 1986, a cargo de la Federación Nacional Taurina. La estrella era El Cordobés pero aquel día caló el clasicismo de Antoñete y, sobre todo, se lanzó a un jovencísimo Joselito Arroyo que no tardaría en tomar la alternativa. Eso sí: el festejo permanece en la memoria colectiva por el salto al ruedo de un jovencísimo espontáneo llamado Manuel Díaz –aún se anunciaba Manolo en los carteles- al que aún le quedaban muchos años para ser reconocido por la vía del juzgado como hijo legítimo de El Cordobés. Ahí quedó la cosa.
Sea como fuere, el entrenamiento y el contacto renovado con la vida de torero animó a Manuel Benítez a anunciar una nueva reaparición formal. La vuelta, fijada para el 30 de abril de 1987, iba a tener carácter de acontecimiento: estaba dispuesto a despachar en solitario seis toros de Carlos Núñez en la plaza de Los Califas de Córdoba y a beneficio de la Cruz Roja Española. Una operación de apendicitis, no sabemos si providencial, frustró el empeño unos días antes de la fecha prevista. ¿Habría vuelta a la palestra?
El Cordobés: una historia de idas y venidas (y II).
Por Álvaro R. del Moral.
El Cordobés había visto frustrada su reaparición de 1987 por una operación de apendicitis, tal y como se narra en la primera parte de este especial. Pero los rumores de una posible vuelta del veterano ‘ciclón’ persistían. En el fondo, el astuto torero no dejaba de tantear el mercado mientras la ciudad de Sevilla, y con ella España entera, encaraba aquel ‘Dorado’ de los fastos del 92. Mientras tanto, se había llegado a rumorear que Benítez se embolsaría 100 millones de pesetas por torear en Nimes. La cosa no pasó de un mero muestreo pero se puso mucho más seria en vísperas de la Expo, un acontecimiento social y económico que animó al bueno de Diodoro Canorea, empresario de la plaza de la Maestranza, a soñar con una programación extraordinaria en lo taurino.
A la postre se trató de una aciaga temporada que salió de forma bien distinta a cómo la había soñado el recordado taurino manchego. La inauguración de la Exposición Universal se antojaba la puerta de la abundancia y los más listos de la clase sabían que podían rebañar el pastel. Unos meses antes, en el otoño de 1991, Canorea había puesto en bandeja a El Cordobés la fecha del 20 de abril –el mismo día que se debía inaugurar la Expo- para que estoqueara seis toros en solitario. Ni corto ni perezoso, el Benítez –que ya sumaba 55 primaveras- se descolgó pidiendo 300 millones de pesetas de la época para anunciarse ese día. Eso, para empezar…
El empresario y el torero llegaron a verse las caras un par de veces, valorando la posibilidad de televisar la corrida a todo el mundo y hacer partícipe a la Sociedad Estatal Expo 92 en el patrocinio del evento. Todos parecían de acuerdo y El Cordobés llegó a hablar hasta de un posterior mano a mano con Curro Romero si las cosas rodaban bien el día de la reaparición. Pero había que cuadrar las cuentas que acabarían saltando por los aires sólo unos días después del penúltimo encuentro entre Canorea y Benítez que rompió todos los esquemas imaginables al subir su petición hasta los ¡1.000 millones! de pesetas, una fabulosa fortuna hoy y entonces.
Fue en la última entrevista –el 7 de noviembre de 1991- entre el torero de Palma del Río y el veterano gestor de la Maestranza. El Cordobés pidió la pasta sin pestañear. “Yo no me he desmayado”, fue la respuesta del empresario que ya había sido el primero en aflojar al Cordobés el célebre ‘kilo’ –un millón de pesetas, 6.000 euros de hoy- en sus primeros años de apogeo. Las cuentas no salían; no podían salir. A principios de diciembre, Canorea llegó a asegurar que el Benítez aún estaba dispuesto a torear “por un dinero normal”. La cosa, bien es sabido, iba a quedar en agua de borrajas…
Mientras tanto, El Cordobés no dejaba de ponerse a punto y mantenía su envidiable forma física a pesar del paso de los años. Los rumores iban a dispararse de nuevo a raíz de anunciarse en dos festivales benéficos, en los que no se solía prodigar entonces. ¿Iba a volver el Ciclón de Palma del Río? La entrada en liza de los canales privados de televisión –que abrazaron las retransmisiones taurinas en sus primeros años- terminaron de animar el asunto. Fue en 1994. Y la pasta volvía a jugar un papel determinante. La cosa llegó a ser oficial. El Cordobés anunció su vuelta a bombo y platillo en una multitudinaria rueda de prensa emitida por Antena-3 TV, el canal que tenía que haber televisado los cuatro bolos organizados por José Félix González por los que tenía que aflojar al torero 400 millones del momento. Con todo preparado para el 21 de mayo en la plaza de Tarragona –con Emilio Muñoz y Litri en el cartel- el Benítez dio la espantada con argumentos vagos, ante el enfado del empresario y el desconcierto de la cadena de televisión.
Había un matiz nuevo. El factor sorpresa había quedado liquidado y cuando llegó la definitiva reaparición había pasado su tiempo. El asunto había dejado de interesar. Y Manuel Benítez –a punto de estrenar su sexta década de vida- iba a afrontar unos años basados en plazas menores, sin demasiado respaldo del público y con escasa repercusión mediática. El arranque de esa etapa hay que marcarlo el Miércoles Santo de 1995 en Fuengirola. El Cordobés se enfundó de nuevo el traje de luces casi tres lustros después de aquella aciaga corrida de Albacete. Fue en un mano a mano con Jesulín de Ubrique. Cortó cuatro orejas, hizo el salto de la rana y formó un lío gordo pero… no consiguió llenar la plaza… ¿Se había pasado de rosca? Ya había perdido la oportunidad de convertir en un verdadero acontecimiento otras vueltas. Al día siguiente de estrenarse en la Costa del Sol toreó en Benidorm sin demasiadas fortuna pero después de lesionarse en una rodilla desistió de torear. En 1996 volvió a la carga, anunciándose en la plaza valenciana de Játiva para darle la alternativa a El Califa junto a su cuate, Fernando Sacromonte sin dejar muchos más rastros. ¿Se había terminado la mecha?
El 20 de diciembre de 1998, estaba anunciado en un festival organizado en Sevilla a beneficio de los dannificados por el huracán Mitch que había asolado parte de Centroamérica. En el cartel también figuraban Curro Romero, Manolo Cortés, Ortega Cano, Enrique Ponce… Pero el evento no llegaría a celebrarse. El fallecimiento de Antonio Ordóñez en la víspera obligó a cancelar todos los planes, suspendiendo el evento mientras el maestro de Ronda era velado en su casa de la calle Iris, junto a la mismísima plaza de la Maestranza.
Pero el viejo Benítez tampoco había dicho su última palabra esa vez. En 2000 volvió a anunciar una nueva reaparición, anunciada en la plaza de Jaén el 15 de abril bajo la batuta de Paco Dorado. El Cordobés iba a compartir cartel con Curro Romero y Antoñete pero la lluvia primaveral frustró el empeño, trasladado al 22 de abril en Marbella. Al día siguiente toreó otra corrida en la localidad cacereña de Zarza la Mayor y volvió a desaparecer… no sin antes proclamar que aquella retirada, ahora sí, era la definitiva. Pero la solemnidad de su declaración sólo duró hasta el año siguiente, anunciado para inaugurar la plaza de Morón de la Frontera el día de 10 de marzo de 2001. Fue la primera de diez corridas –tenía firmadas algunas más- que se interrumpieron después de torear el 9 de septiembre en Cehegín. Una lesión de rodilla tuvo la culpa esta vez de su penúltimo eclipse.
Pero aún volvería a la carga en 2002, que ha quedado marcado en la historia como el de la definitiva retirada del ciclón de Palma del Río. Pero no fue así… Después de torear en Pozoblanco, Palavás, Guillena –le dio la alternativa al novillero José Luis Osuna– y hasta en Nimes se anunció en la plaza de Los Califas, la misma que había inaugurado 37 años antes, para cortarse la coleta después de doctorar al novillero local Reyes Mendoza en presencia de Juan Mora con poca, poquísima gente en los tendidos. Eso sí: le cortó las dos orejas y el rabo al cuarto, un gran ejemplar de María José Barral al que entró a matar sin muleta. Hubo carreras, alardes de flexibilidad, show integral del mejor Benítez. Su hijo Manuel le desprendió el simbólico añadido. Pero El Cordobés, con o sin corte de coleta, volvería a vestirse de torero…
El V Califa
Mientras tanto, el ayuntamiento de Córdoba había iniciado un peculiar proceso para investirle, de forma oficial y con todos los honores –y obvio merecimiento- como V Califa del toreo. Fue en una inclasificable ceremonia celebrada en el Alcázar de los Reyes Cristianos el 29 de octubre de 2002 en la que no faltó la alcaldesa Rosa Aguilar –cuanto ha cambiado la cosa para la izquierda de este país- a la cabeza de la manifestación. Apenas siete meses después, el día 4 de mayo de 2003, volvía a vestirse de luces en Palavás, localidad francesa en la que reincidiría un año más tarde –el día 9 de mayo- para amparar la prevista presentación con picadores de su hijo Julio. Pero no hubo tal, el debut se retrasó y Manuel Benítez alternó con Javier Conde y Sebastián Castella cortando una oreja al cuarto de la tarde. Fueron sus últimos compañeros de terna y el último trofeo que paseó vestido de luces. Había concluido, ahora sí, su vida profesional, dos años después de su retirada ¿oficial?
A la primera ocasión que se presentara el Benítez iba a repetir el empeño. O al menos a intentarlo. El asunto se puso a tiro a la vez que se dibujaba en el horizonte la alternativa de su hijo Julio. De hecho, el viejo Cordobés llegó a declarar a finales de 2006 que sería él el encargado de convertirle en matador en la feria de mayo del año siguiente. “Está hecho”, declaró en el diario Córdoba asegurando haber “firmado un papel” con el empresario José María González de Caldas, gestor del Coso de los Califas. El empeño, una vez más, quedó en una mera declaración de intenciones. Julio Benítez se anunció para tomar la alternativa el 25 de mayo de 2007 en la plaza de Córdoba. El padrino oficial era Finito de Córdoba que tuvo el detalle de grandeza de requerir al viejo califa para que fuera él, y sólo él, el que entregara espada y muleta a su hijo Julio vestido de paisano.
Pasaron siete años más. También en el calendario vital de El Cordobés. El traje de luces había quedado definitivamente atrás pero Manuel Benítez –cerca de su octava década de vida- no dudó en anunciarse en el declinante festival de la Asociación Española de la Lucha contra el Cáncer en su feudo cordobés. Se trataba de levantar un evento que había vivido mejores horas. Fue, hasta ahora, la última vez que toreó en público y lo hizo formando un auténtico lío a un serio ejemplar de Garcigrande con el que mostró sus galones de gran figura, su grandioso fondo torero, el carisma que le hizo grande… Dictó una lección magistral eclipsando al resto de sus compañeros en una tarde que, de una u otra forma, fue uno de los sucesos de 2014. Han pasado siete años más y aquel ‘Renco’ de Palma del Río ha vuelto a sorprender al ofrecerse de nuevo para torear a beneficio de los enfermos de cáncer. Dicen que no es ninguna bravata; que el asunto se está considerando…
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