Morante total
Morante conmocionado tras la faena del 4º. Fotograma: Plaza Toros TV |
Morante a la antigua, Morante de rodillas, Morante de pie, Morante de largo, Morante encima, Morante cogido, Morante a merced, Morante erguido, Morante a volapié, Morante Gallito, Morante Belmonte, Morante antimorante, Morante apoteósico. Morante dueño de la tarde, de la plaza y de la feria. No fue una faena perfecta, no fue una faena estilista, no fue una faena de figura (por fortuna), fue una faena torera en toda su histórica extensión y profundidad. Una faena auténtica. “Fue una faena muy sentimental” dijo el mismo después. Cómo se entregó, cómo puso la gente, cómo eclipsó todo. Cómo se robó los corazones hasta de los incrédulos.
Promediaba la corrida, medio atascada en la flojedad e inexpresividad de los toros, cuando saltó “Jarcio”. Cuatreño como todos, Número 95, de 518 kilos, colorado, y en las tablas, de rodillas, lo recibieron cuatro medias de molinete, cinco verónicas de pie, una media y un monumental estruendo. Luego, tijerillas de las de Pepehillo, cinco y una media belmontina para colocar en suerte de varas. Tras la primera puyita, dos verónicas y media de las propias, propias. Juan Ortega, se le abona, fue capaz de salir a medirse con el mismo palo en el quite, tres y media, buenas, buenas, pero…
El toro se duele y berrea en banderillas. No es bravo, aunque va. Seis ayudados y dos trincheras le paran en los medios donde se desarrollará el drama. Silencios de la Maestranza. Blandeos repetidos tras media docena por la derecha, y dos naturales. Insistencia, blandeo, insistencia renuencia, insistencia sosería.
Entonces lo inesperado, Morante se mete al área de candela y como novillero hambriento, se ofrece y se faja por la izquierda y por la derecha. Jugándose entero, obligando, dando y recibiendo. Se impone por naturales de a tres de a cuatro, intenso, dueño de todo. La plaza con él. Manda callar, la banda que en una corrida anterior lo desairó. La muleta por debajo de la pala, el toro la pisa, no la quiere perder, no la suelta y en el forcejeo es enganchado por el muslo, tirado por los aires, costaleado y buscado por los pitones en el suelo.
Nada, vengan los trastos. Tres naturales de verdad un molinete invertido y un estocadón hasta la bola sacan de sus cabales a los que aún permanecían en ellos. Las dos orejas. ¿Porqué no el rabo? pregunta un exaltado. Para qué, lo que ha quedado ahí escrito en esa arena tricentenaria ya comienza a ser parte de su leyenda. Va dolido, renquea, pero va feliz, devolviendo prendas, recibiendo cigarros, aplausos, besos. Es que ha revivido por un momento ese toreo que hizo admirable, honorable, venerable la fiesta. Que digan lo que digan. Así fue.
Juan Ortega, el nuevo novio de Sevilla, no pudo brillar con el capote y ni siquiera replicó el buen quite de Roca Rey. Pero muleta en mano regó esencias trianeras en la primera mitad de su faena. Postura, apostura, temple, lentitud, continencia, exquisitez. Luego, el manso que huía desde la salida no dio más. Pinchó, pegó una gran estocada y le ovacionaron. Tiró de una sin puntilla al estulto quinto que para rematar le marcó un puntazo en el pecho al embrocar y le volvieron a saludar. Torero de Sevilla.
Roca Rey, bregó con la falta de bravura de su lote. A su tauromaquia guerrera le va más el toro fiero. Sin embargo puso lo que el sorteo no le dio, apostó en corto, aguantó, se lo agradecieron. Mató bien a su primer manso, pinchó el otro antes de la buena estocada, y no quiso salir a saludar, quizá tocado por aquel artículo falaz que le acusó de haberse robado una vuelta en la corrida anterior. Cómo si lo necesitara.
Los de Juan Pedro Domecq (el quinto de Parladé), todos cuatreños, ligeritos de romana, con buenas láminas y consideradas cuernas, vinieron vacíos de fiereza, de combatividad, de soberbia y de artistas, nada. Al ganadero le gustaron tres. Mal vamos por ese lado.
FICHA DEL FESTEJO
Morante, silencio y dos orejas.
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