jueves, 9 de septiembre de 2021

CAPÍTULO 28 DEL LIBRO GARFIAS, EL TORO DE MÉXICO: VOLCANES DE MÉXICO, DAVID SILVETI por Víctor José López EL VITO

 Volcanes de México

DAVID SILVETI 

el de la muerte de azúcar, la sustancia taurina mexicana.






EL domingo 12 de noviembre recordaremos una vez más un día trágico en nuestras vidas. Fue aquella mañana de noviembre de 2001 cuando recibimos la infausta  noticia que David Silveti  había empacar y salirse del camino de la vida.  

Me cuentan, aunque yo jamás lo escuché decir,  que David decía “Para mi torear es una necesidad y vivir es una circunstancia”… 


 Miguel Espinosa "Armillita Chico" y David Silveti fueron rivales y amigos fraternos. Testigo de la grandeza de cada uno estos dos grandes artistas fue el muy admirado y destacado periodista Juan Antonio de Labra Madrazo. 

Hombre de letras, JJUan Antonio, buen aficionado, práctico, y escritor, ha sido capaz de descubrir lo que hay en medio del hojaldre que es la vida de los seres humanos. 

Por eso, a ti Juan Antonio, el siguiente recuerdo:


A David le valían madre los trofeos, sin embargo dejó un legado de faenas importantes en diversas colecciones de videos.  Por eso, porque le valían madre los trofeos no recogió el premio de la Casa Domecq el viernes en la Plaza  México. Prefirió irse, sin que lo llamaran. Y sin decir adiós, sólo habiéndole expresado su reflexión de la vida y de la muerte a su padre Juan Silveti. David se fue a la chingada. Su idea del toreo era otra, muy distinta al mercadillo en que la han convertido los estadísticos y goleadores la fiesta de los toros.


Le recuerdo como si fuera hoy tarde en la barra de La Ópera. El café muy entrada la madrugada compartimos en la cantina La Luz de la esquina con Gantes y más tarde aquella noche hasta buena parte de la mañana siguiente nos reunimos en La Marquesa, casa de Manolo Arruza trenzándonos con toreros amigos como Chucho Solórzano, el propio Manolo y Manuel Capetillo en la infinita  diatriba del concepto del toreo.  Nada original, es cierto, pero, eso  sí,  muy especial. Es el mismo concepto que vive y late en las raíces de la fiesta de los toros, desde su nacimiento. Aunque con mil cabezas. Pocos son los que han vivido de ella y menos los que se han percatado de la espiritualidad que conlleva.

David Silveti, que partió por voluntad propia el miércoles 12 de noviembre, allá en su rancho de Salamanca, fue  depositario de cien volcanes en erupción. El sentido del toreo en David, es decir el silvetismo convertido en lava ardiente fue, como le confesó a Carlos Ruiz Villasuso tras un burladero en el callejón de La Maestranza "siempre toreo al borde de la cornada". Sentencia necrófila que desnudó una actitud ante el toreo, la misma que ha provocado la expresión de Juan José López Luna en la afirmación que David Silveti fue "el último de los toreros mexicanos que provocaba en el ánimo de los aficionados el miedo, la emoción, la alegría y el llanto".


Poco le importaban los trofeos, los números y las estadísticas y, por ello, prefirió emprender el viaje eterno antes que ir a la Ciudad de México a una aburrida velada plena de lugares comunes para recibir el trofeo a La Mejor Faena de La Temporada. Aquella tarde de la faena al toro de don Fernando de la Mora, Mar de Nubes, cárdeno, faena histórica en la Plaza Monumental México, la gente sintió miedo. Hubo emoción y alegría y también llanto. Llanto de hombres grandes, que recuerdan la anécdota del nieto con el abuelo, que lloraba viendo torear a Rodolfo Gaona la tarde del adiós para no volver en El Toreo de La Condesa. Gaona, archirrival de Juan Silveti, el abuelo de David fue ídolo era de toda una generación de mexicanos que vieron en él encarnada la respuesta al reto como nación.

La anécdota del niño, al que educaban con la reciedumbre de los conceptos de los hombres machos de a de veras, increpa al viejo y le pregunta: -¿Pero no y que los hombres machos no lloran abuelo?  A lo que el viejo, le contestó: -Es que el que se va es Gaona, hijo; y como Rodolfo no hay.


El llanto de aquel abuelo se convertiría en grito de guerra de La Porra Libre, que a coro aún le grita a los toreros "Manolo, Manolo ¡Y ya!" para echarlos del coso de Insurgentes, reconociendo a Manolo Martínez como único heredero de la lava volcánica de los volcanes en erupción de la fiesta mexicana de los que hablaba David 


Pero, vea usted por dónde busca la historia la salida al ardiente cauce del río volcánico de la pasión del toreo. 

Una tarde  guadalupana, fresca tarde de diciembre en la Plaza México le vimos escribir una de las páginas más importantes que se han grabado sobre la arena mexicana a David. Lleno impresionante. Toros de don Fernando de la Mora, para Antonio Lomelín, que sustituía a Manolo Martínez, Miguel Espinosa "Armillita Chico" y David que reaparecía en la plaza grande. Lomelín realizó una de sus faenas heroicas, al primero de Tequisquiapan, y Miguel cuajó un faenón a "Flor India", un gran toro que tuvo la fortuna de caer en manos de un gran torero. Fue la de Armillita una de esas faenas hermosas que Miguel supo siempre imprimirle a su toreo.


Hubo otra tarde, la tarde de Mar de Nubes de Fernando de la Mora. Fue en el mismo escenario de la México, tarde lluviosa, Sin luz de sol en la que David provocó  la emoción, el miedo y el llanto en sus dos toros. Inolvidable, el estoico torero, orgullosamente erguido, desmayando los lances "al borde de la cornada” como recordaba Ruiz Villasuso.  

Nada estridente. Todo lo contrario. El sublime desnudo entre la vida y la muerte. La plaza de Insurgentes rugió a cada lance, a cada pase, a cada paso y en cada instante de la intensa entrega de David Silveti con los cárdenos de don Fernando. Nunca antes había escuchado al monstruo rugir de esa manera.  


David Silveti reunió en su expresión de torero todas las lavas de todos los volcanes del México taurino. Lavas de aquellos fuegos que le quemaban el corazón cuando nos encontramos en Sevilla, habiendo quemado las naves por hacer campaña en España. Vivió cientos de noches tristes y no sólo una como el conquistador Hernán Cortés. Ese fuego que reunió como líder de una generación, aquellas de los "juniors" del toreo azteca, la quinta de Curro Rivera, Carlos y Manolo Arruza. Humberto Moro. Chucho y los cuates Solórzano. Manolo, Fermín y Miguel Espinosa, los "Armilla". Los Calesero, Alfonsito, José Antonio y el Curro Ramírez.


Entre todos, David fue él, el más mexicano en su expresión y en su sentir que poco en la frase de Cantú: ”Muerte de azúcar, la sustancia taurina mexicana”.

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