El 14 de febrero de 2014 estuve en el Rancho El Palmar, propiedad de don Marco Garfias. Fue la primera vez que me invitaron a una tienta. Conocí a Don Marco unos meses antes, cuando la casualidad puso uno de mis escritos en sus manos, diré que estaba sorprendido cuando nos encontramos por primera vez porque él esperaba a un hombre y mayor, pero en cambio llegué yo. Una mujer, no tan mayor, ajena al mundo del toro y con conocimientos técnicos en materia taurina, bastante limitados.
Ese día, yo iba preparada para tomar notas. Lo primero que recuerdo es el revuelo que se armó cuando un novillo se salió del tentadero. Yo instintivamente me moví dónde se movió el ganadero, suponiendo que él sabría qué hacer dado que él conocía a los toros bastante mejor que yo. Regresaron al novillo al ruedo y quedamos todos en lugar distinto, yo quedé cerca de don Marco.
Entonces nos sentamos y recomenzó la tienta. Como ya mencioné llevé un cuaderno que tiene un laberinto grabado al frente. Don Marco me miró anotar, pasó sus dedos por el grabado y me preguntó ¿Un laberinto?, asentí con la cabeza.
Terminó de anotar en su libro y cuando salió el siguiente novillo, antes de la entrada del tercero me miró muy serio y me dijo: “El tentadero es también un laberinto, cuidado con las distracciones, la luz y el ruido. Aquí se ve lo que podría ser el toro en la plaza, pero hay mucho azar. Ver toros es difícil porque es ver el presente, el pasado y el futuro al mismo tiempo y en unos cuantos minutos. El pasado del toro son sus padres y abuelos, el presente sus condiciones y el futuro lo que puede ser, lo que puede desarrollar. Cuando ves toros en el tentadero eliges y elegir es renunciar,” se asomó a ver mis anotaciones y soltó una carcajada. “Eso no es tan importante, eso déjalo para cuando escribas tus cosas, mira te vas a fijar en lo que yo te diga y vas a copiar lo que yo anote. Hoy vas a ver toros”.
Yo lo obedecía, don Marco tenía además una letra preciosa, muy estilizada, de arquitecto y de esteta. Dibujaba mucho, le encantaba. Yo no dimensioné lo que estaba ocurriendo, pero puedo decir que las miradas, los silencios y las molestias de algunos caballeros ahí presentes, me alertaron de que lo que estaba ocurriendo ese día era una situación poco común…Para mí conocer a don Marco fue el primer gran regalo que me dieron los toros. Hoy aprecio y valoro su enorme gentileza. La penúltima vez que lo vi, platicamos de ese día, y me dijo: un día vas a contar que te dejé ver mi libro, pero no puedes decir lo que ahí viste. Ese día se despidió de mí y me pidió que si su condición empeoraba no lo volviera a visitar, tomó de entre sus libros dos y me los regaló: uno para mi presente y otro para mi futuro. Para el presente me regaló Historia del Toreo de Néstor Luján porque yo estaba por comenzar el Doctorado en Estudios Novohispanos y seguiría con el tema taurino. Para mi futuro, me regaló El discurso de la Corrida de François Zumbiehl. Cinco años después conocí a François. Otro regalo enorme. No me cabe duda que sabía ver esos tres tiempos.
Una visión panorámica del quehacer del ganadero apunta más allá de medir el resultado en el ruedo, reconoce que el toro bravo es un producto de consumo cultural, que posee un valor determinado por la honestidad de su creador y productor, la que al manifestarse creará ecos en los otros.
La ganadería de bravo se parece más a un taller de pintura, de escultura. Hay ganaderos, no ganaderías porque criar toros bravos es otra más de las expresiones del proceso creativo, y no todos tienen el don. El toro es la combinación de muchos elementos que además son sometidos a factores y circunstancias por las que atraviesa el ganadero: si está contento, preocupado, enfermo, enamorado, molesto, tenso, atinado, inspirado, disperso… Es él o ella quien se convierte en el ojo, el oído, el olfato, el gusto, el tacto del artista que tal vez no tiene la visión exacta del cuadro que está pintando pero que se deja llevar, que se pone al servicio, que se expresa, que a veces consigue unir y ligar y ocurre que se corta un rabo, un arrastre lento, una vuelta al ruedo, un indulto…
Aunque cualquiera puede pintar, no todos podemos ser pintores, ni mucho menos artistas y de las condiciones de genialidad ni hablar. Lo mismo ocurre con los ganaderos, se les concibe como un bloque, un ensamble o una sola entidad. Pero hay diferencia. Por eso a todos se les pide que produzcan magníficas obras estéticas y artísticas en serie, el toro es una obra en sí mismo. Es como ya dije la suma de cultura y naturaleza. Porque es un animal salvaje que solo se cría en cautiverio.
Otras veces se les pide que sus toros sean todos iguales, que no haya sorpresas, que todos rindan, que todos sean bravos, que no queden a deber… Pero la crianza del toro de lidia aunque tiene ahora mucho más ciencia, también procede de la intuición de los que ven los toros, de quienes los cuidan, los crían. Los toros son obras en movimiento. Ese toro ideal, perfecto y equilibrado es una búsqueda constante, un hallazgo. Un tesoro cuando se encuentra, la majestuosidad de lo inefable cuando además recibe una lidia a modo, cuando se entrega. Cuando eso ocurre nos sorprende, nos fascina, nos envuelve. Antes en la ganadería como en el mundo se perseguía una utopía. Una ilusión y no porque que el toro haya perdido cualidades, las ha mejorado, pero nos hemos vuelto demandantes y caprichosos. Exigimos una perfección que es contra natura y sin embargo, en ocasiones se presenta.
Reflexionando a partir del proceso creativo, como una forma de expresión estaríamos pasando por alto que la elección de criar toros bravos para que sean lidiados es una transgresión. Los usos y costumbres actuales, no lo estiman conveniente o correcto, lo encuentran innecesario.
La familia Garfias, una familia de ganaderos de artistas y de estetas ha dotado a gran parte del campo mexicano y latinoamericano de los lienzos, oleos y pinceles procedentes de San Mateo y Torrecilla. Ha expandido la línea de Saltillo. Hasta aquí han cumplido su misión rebasando expectativas. Han criado y lidiado toros que han hecho soñar y vibrar a más de uno en épocas y contextos diferentes. Ahora es trabajo, pasión, compromiso, responsabilidad y talento de los productores actuales de ganado bravo que se han hecho con su simiente, ofrecer un nuevo producto. Un toro para y desde el antropoceno.
Si establecemos un paralelismo entre los ganaderos y los pintores, seguramente que los habrá costumbristas, paisajistas, de bodegón y vanidades, vanguardistas, naif…Insertos todos dentro del proceso de una estética relacional, de proveedores de material para la experiencia. Y entre todos ellos, seguramente habrá también algunos genios.
Tal vez una apuesta es seguir y apoyar a quienes muestran compromiso, coherencia. Para que un artista lo sea, necesita de una renuncia, de un abandonarse a una causa mayor. Los ganaderos hoy producen obras vivas, en movimiento, tridimensionales y finitas que conocemos como toro bravo en un contexto dónde su labor no solo es incomprendida sino atacada. Pocas transgresiones existen actualmente que se comparen a la elección de criar ganado bravo.
Fernanda Haro Cabrero.
Doctora en Estudios Novohispanos
por la Universidad Autónoma de Zacatecas.
Felicidades, exelente ensallo fernanda ajua y ole bonita reflexion
ResponderEliminarMuy buen material de investigación taurina con una composición literaria muy actual,técnica pero muy comprensible y amena. Apoyo y me encanta la fiesta brava como espectador desde muy joven y este trabajo de Fernanda ha complementado enormemente mi convicción y gusto a la tauromaquia.
ResponderEliminarEnhorabuena Fernanda.
Saludos y un abrazo afectuoso con admiración y respeto.
Olé . . .
Mtro. Javier Garay Mejia
Desde el trópico guerrerense.