miércoles, 20 de mayo de 2020

ANTOÑETE EN EL RECUERDO por Víctor José López EL VITO




No hay duda que Madrid, su plaza, su prensa, su afición, es la que da y quita en el toreo. Hay que ir a Madrid para poder ser, y hoy lo ratifica una peña que con el nombre Antoñete fue fundada en Madrid por aficionados que es posible no conozcan la que fue la vida de Chenel en Venezuela. 

Sé que les costará saber que el relato de esta historia, que nació gracias a la imposición del aficionado práctico Jesús Nieves, un economista encargado elaborar el cartel. 
Chenel llevaba varias temporadas en el retiro y su sendero era desconocido . 
Caracas para la época, 1977 se erigía sólida y como referencia taurina y al Nuevo Circo su plaza era visitada a diario por toreros  que se reunían a entrenar y disfrutar del sabroso palique taurino entre pares … entre ellos  César Girón. Una mañana, durante la plática Nieves le preguntó a Girón ¿quien, según su criterio, era el mejor torero que había visto?.  -No te podría decir quien ha sido el mejor, le respondió César, pero sí te diré qué torero ha sido el que me ha gustado más: Antoñete.

Antoñetehabía inaugurado en 1967 la plaza de San Cristóbal, y más tarde en enero de 1968 le quitó en artística competencia el trofeo de La Pluma de Oro de la Corrida de los Periodistas de Venezuela a su eterno rival, Antonio Ordóñez. Chenel cuajó un toro de Reyes Huerta en el Nuevo Circo de Caracas … Al paso del tiempo el madrileño era como referencia, sólo irrumpía y lo hacía tímidamente en el comentario de los toreros de su época. Ignorado por periodistas y colegas desapareció de los carteles, de los libros y de las revistas de toros que llegaban a las costas americanas. 

Jesús viajó a Madrid, llamó a Manolo Escudero que le recomendó visitar a Manolo Cano quien “es posible sepa dónde esté  Antoñete.”

Manolo Cano tenía sus oficinas en la plaza de toros de Vista Alegre, en el barrio de Carabanchel. Era el encargado de la plaza que administraban los hermanos Eduardo y José Luis Lozano. Hasta allá se fue Jesús Nieves y cuando Manolo Cano se disponía hacer algún contacto para saber por dónde estaba Chenel, milagrosamente y como enviado por alguien del más allá, se apareció en las oficinas de la plaza de Vista Alegre. Su aspecto  demacrado, apestoso a tabaco negro, delgado y con camisa y pantalón negros se plantó en el umbral a la puerta de la oficina de Cano. Le distinguía su blanco mechón, una bandera le que nacía en su amplia frente y arropándole su cabeza donde guarda grandes conflictos existenciales.
 - Antonio, que esta gente  -quiere que vayas a torear un festival a Caracas. 
-¿Cuánto? -…dos mil dólares. -Te pagan el hotel, los gastos y el boleto de avión. -Eso está hecho.  
Los que le conocían, lo mismo aquellos de  admiraban sabían de su situación. Era un bohemio sentado con indiferencia sobre la fortuna de la gloria, a la diestra del dios de los recuerdos como un iluminado, aburrido en la corte celestial. 
Antoñetellegó a tenerlo todo: talento, inspiración e imaginación. Rango social y admiración entre los profesionales. No tenía nada cuando descendió al averno atropellando razones, compartiendo mesa, cama y techo con la miseria se arropó de  olvido y de soledad en su muy particular infierno.
Ya en Caracas Antoñete apareció en la tertulia de Los Cuchilleros, amparado en el escudo de Salvador Sánchez El Manchego y de Avelino Rivero Pedrucho de Canarias. Dos amigos, compañeros para las tardes de soledad en La Candelaria. Contertulios alrededor de un par de huevos fritos, unas papas con chorizo en La Embajada,  beberse una cerveza muy fría o un café con leche al amanecer. Fueron ellos sus compañeros de viaje a Barlovento para apoderarse de las inéditas arenas de las playas del Caribe. El sol picante le arropaba como el chirel en su caída canicular, cuando bajo las palmeras esperaban se asaran los salados lebranches, asados a la sal,  o envueltos en papel de estaño y cocidos entre ardientes brasas, regados con el frescor de la cerveza helada,  en pequeños botellines conocidos como polarcitas. Todo coronado con el humo del rubio tabaco que no puede faltar en la vida de Chenel. Sabía esconderse en los arrabales de Caracas las noches con sus madrugadas  reunido con Gilberto Ruiz Torres,  Lorenzo,  Juan Carlos Seijo los  amigos deEl Balconcillo Jerezano, propiedad picador de toros Pepe Lobato. Alimentaba la rockola para que cantaran las rancheras de Lola Beltrán y Javier Solís con sus   adoloridas y dolorosas letras  y  con las que recordaba tristezas y sus alegrías. 
Bohemio impresionante este madrileño, que vivió en Caracas como pez en el agua. Volvía a vivir la grandeza de los elegidos; y por todas partes la gente le manifestaba su admiración. 
Antoñete había resucitado y vivía los primeros días de su venezolanidad en el viejo Hotel Miami en la esquina de Candilito frente a Los Cuchilleros. El Miami era el parador de las putas en las horas de los gatos pardos. El Maestro sabía moverse como pez en las aguas del lumpen. Por las tardes, Los Cuchilleros.  De negro con camisa de mangas largas, remangadas hasta el medio brazo y sosteniendo sobre la izquierda un mal agarrado Winston mientras endulzaba un café con leche tras verter bolsas de azúcar  que removía con una cucharilla que sostenía con los dedos del corazón y pulgar de la mano derecha dándole vueltas al contrario de las manecillas del reloj.  Una tarde en una comida y a la hora de los postres Curro Girón le invitó a una reunión con los empresarios de la Feria de Isla de Margarita en la ganadería de Tarapío. Hubo un tentadero y luego de un par de copas todo envuelto en un nostálgico enjambre de recuerdos aún frescos. Curro Girón, hermano menor de César y triunfador muchas tardes en Las Ventas,  le propuso a Chenel torear en la Feria de las Perlas de Margarita donde se inauguraría una plaza de toros. Antonio se resistió, aunque dejaba tras cada negativa una rendija abierta. Es que estaba muy gusto en Venezuela. Había encontrado amigos y hasta una familia, la familia de los ganaderos de Tarapío, los Branger.  De encajar como torero en la temporada venezolana,  haría un modus vivendi del toreo para quedarse.
Curro Girón se le acercó a Chenel, y casi susurrando le rogó aceptara.
Se afirma lo que no es verdad que para aquella corrida de su vuelta a los ruedos del 18 de diciembre de 1977 a Antoñetele dieron montañas de dólares y que Curro Girón, mientras conversaba con él le aumentaba en pilones los dineros la oferta. No es cierto, la verdad  es que Antoñete cobró menos dinero que el que cobraban otros toreros, pero y que dada la terrible situación que vivía significaba una fortuna. Lo de Antoñeteera una necesidad inmediata y eso lo sabían los empresarios de Plaza Mar Luis Pietri. Manuel Malpica y Víctor Saume.  Chenel quien  estuvo a punto de rajarse, pero más pudo la necesidad. El anuncio de su reaparición le hizo surgir de la oscuridad del de se había metido, y entre las columnas de las páginas taurinas un aficionado que con la sincera profundidad de sus escritos creó una muralla estimulante en el espíritu del torero de Madrid. Fue el profesor Carlos Villalba. Villalba protestó la injusticia y condenó la ceguera de algunos periodistas como el influyente cronista de El Universal, Pepe Cabello, le atacaban  respondiéndoles a los que le protestaban su derecho a ser libre y escoger entre la nada y lo que había hecho toda su vida, que es torear.
La reaparición de Antoñetefue el 18 de diciembre de 1977 figurando en el cartel  con el mexicano Curro Leal y el venezolano  Celestino Correa. Los toros de Bella Vista.  Fue el día que todo comenzó: -"Las dos mejores faenas de la feria - escribí en la reseña -,  estuvieron a cargo del maestro Antoñete.  Dos caras tuvo la moneda de triunfo de Chenel: una ante el toro fácil,  obediente, boyante,  de azucarada nobleza; la otra, frente el listo de santacoloma,  el toro certero en su puñalada y traicionero de intenciones,  taimado, de oculto peligro. Dos dimensiones en un toreo unidimensional... Las verónicas de seda,  las medias verónicas encajadas como lentejuelas de oro en un capote de lujo. La reciedumbre de Castilla en una muleta creadora de un arte imperial...
"
Concluida la Feria de las Perlas, evacuada la Isla de feriantes, cuando   Antonio Chenel había vuelto a ser Antoñetea los días despues de la corrida disfrutando en su intensidad la calidez del Caribe,  calor que envolvió como milagroso manto su cuerpo,  cuerpo que los solitarios inviernos madrileños habían marchitado y cuando regresaba a Caracas lo detuvo la Guardia Nacional en la Aduana de la Isla. 
 ¿No es usted Antoñete? - Le preguntó un joven oficial comandante de la prevención, a la vez que un mal encarado y veterano sargento le señalaba el exceso de bultos de mercancías compradas en el Puerto Libre y  que comprendían el equipaje de Chenel. -Debo decirle señor Antoñeteque esta Isla lo considera a usted su Huésped de Honor,  y que por ello usted puede entrar y salir de  su territorio cuando quiera, con lo que quiera y por donde lo desee, porque nos sentimos muy orgullosos que un hombre como usted, un artista de su categoría nos haya honrado en torear en nuestra plaza.

Chenel se quedó un buen tiempo entre nosotros. Su reaparición en el toreo,  la acogida que tuvo entre los venezolanos,  inició su largo romance con el Caribe, con Venezuela. Fue su hogar el de la familia Branger, Marcos y Maribel fueron generosos en amplitud, igual que en La Embajadala casa de Pepe El Moro, en La Candelaria.

Sus momentos más importantes los reviviría en  Madrid. A Sevilla regresaría a pagar una deuda. Jerez, Burgos, Salamanca  se resumen en la anécdota de la noche en El Retiro, cuando se presentó don Pedro Vargas, EL ruiseñor de las Américas que aquella noche, entre canción y canción relataba pedazos de su vida. -Un día, decía el relato de don Pedro, un día en San Miguel Allende, llegaron unos grandes toreros. Toreros que venían del campo bravo, donde se entrenaban para la temporada grande en México. Estaba entre ellos un gran señor, un torero señor, al que a pesar de mi larga edad, mi corta vista y de la profunda oscuridad diviso esta noche en el público. Amigos, me refiero al querido Antoñete que veo brillar, como sol del toreo que siempre ha sido, y al que, con, su permiso, quiero saludar. 
César Girón, aquella cuña del Caribe que se insertó el Mediterráneo por su admiración hacia Chenel fue un factor definitivo en esta transformación. Contaba Chenel que a Girón lo conocí en Las Ventas. Venía de Venezuela,  era enero,  mes invernal de mucho frío y a la plaza no iba nadie. Sólo él. Yo estaba en la plaza porque allí vivía; si no,  no hubiera estado allí con tanto frío. César iba a entrenar todos los días. Siempre con un jersey y por ello lo llamábamos los amigos El chico del jersey.César y Chicuelo II eran de temer,  aunque los novilleros famosos eran Pedrés y Jumillano, a los que había que tenerles cuidado eran a Girón y a Chicuelo que se arrimaban como locos y,  además,  eran muy buenos toreros. César me respetaba mucho,  aunque no respetaba a los demás compañeros. Le decía horrores a Antonio Ordóñez,  se metía fuerte con Pedrés en el patio de caballos,  decía cosas muy pesadas. Creo que era para pasar el miedo. Un día que toreábamos con Chicuelo II empezó a burlarse de él; le decía enano, cagón,  estás cagado de miedo,  ya verás como me la vas a mamar. A todas estas Chicuelo estaba paradito, arrinconado,  con la montera puesta,  inmutable sin hacerle caso a los improperios de César. Cuando salió el toro y César vio como se arrimó el de Albacete, cuando vio que le pegaban una y otra voltereta y que se paraba sin mirarse la ropa y volvía a colocarse en la cara del toro hasta que los toros se le rendían y les cortaba las orejas y los rabos y salía a hombros por la puerta grande,  comenzó a tratarle de Usted. Nunca más le tomó el pelo o se burló de Chicuelo.  A Chicuelo, desde ese día, fue al torero que César Girón más respetó. A Ordóñez lo enloquecía con las cosas que le decía; ni a Luis Miguel Dominguín respetó César. Admiraba mucho a Carlos Arruza, aunque luego César fuera más allá de lo que fue Arruza. Fue mucho mejor torero y terminó templado muy bien los toros. César era,  como Carlos, un torero innovador. Tuve con él muchas peleas,  hacíamos chistes y gastábamos bromas,  como sucede con los amigos. Una tarde en Zaragoza estaba tan molesto porque me decía lo buen torero que era y cómo se iba a arrimar,  que cuando fui a matar mi novillo me acerqué dónde estaba César Girón y le brindé la muerte,  diciéndole: Este te lo brindo a ti para que veas cómo toreo yo.  Aquel invierno fue de preparación en el campo para la alternativa,  y durante el receso la protesta de Antonio Bienvenida en contra del "fraude del afeitado" copó la información taurina. La primera corrida que, de manera oficial con certificado veterinario y todos los papeles que garantizaran la integridad de los pitones de los toros, fue la de mi alternativa en Castellón. La plaza se llenó a reventar. Fueron aficionados de todos los rincones de España. Había morbo por lo de las puntas. No pasó nada,  la corrida salió muy floja y no pasó nada. En Valencia le ligué una buena faena a un toro de Carlos Núñez y no fui a Sevilla.  A pesar de haber sido el novillero puntero,  de haberle cortado la oreja a un novillo en La Maestranza. Es difícil meter la cabeza en Sevilla sin ser andaluz. En Madrid triunfé con fuerza  al salir a hombros el 15 de mayo: tres orejas con salida por la Puerta Grande. Fui junto a Jumillano el triunfador de la Isidrada. Me vino muy bien ese arranque de temporada tan fuerte. Madrid te da mucho; pero lo que Madrid te da, el toro te lo quita. En Málaga un toro de Pablo Romero me partió en dos. Me destrozó, astillándose los huesos del antebrazo izquierdo. Eso fue en agosto, comenzando la parte fuerte de la temporada. Con el brazo hecho trizas fui a San Sebastián. Me asistió un médico que decían era una eminencia. El hombre de una gran torpeza viene y ¡Fuá! me rompe los tendones y me deja inútil. Decían que debía olvidarme de torear, que había quedado inútil. En Barcelona tenía mucha fama el doctor Cabó,  médico del Club de Fútbol Barcelona. Cabó atendía a los futbolistas de lesiones muy serias. El hombre me recibió con gran amabilidad pero no me dio esperanza alguna. Con un vamos a ver comenzó todo. Me medio arregló como pudo pues los tendones estaban cortados. Uno de los dedos me quedó tieso para siempre y,  fíjate, muestra la muñeca, me quedó sin juego. Esa misma muñeca tiesa escribiría con tinta de seda las faenas más maravillosas ejecutadas por naturales. Estaba canino y el hambre me dio una fuerza de voluntad milagrosa. Entrené como un desesperado y consideré que estaba listo para torear. 
-En muy malas condiciones viajé a México. Lo hice para probarme,  para ponerme en condiciones para volver a torear en España. Además me ofrecían por seis tardes en La Monumental un chorro de dinero y yo estaba muy necesitado. Los mexicanos se portaron de maravilla: la primera tarde sólo di una vuelta al ruedo, y de las seis tardes que actué en la temporada grande, sólo corté una oreja. Hablaban bien de mí y siempre me esperaban. Sólo me vieron uno que otro detalle. Puros detalles. Tenía los dedos engarrotados y no podía con la muleta. Un toro me pegó una voltereta y me desajustó los hierros que tenía en el antebrazo.
 De regreso en España me volví a operar y los médicos vieron que tenía soldados los huesos. Me sacaron los hierros y me preparé para reaparecer. La reaparición fue en Madrid y el primer toro de la tarde me pegó una cornada. No me desamparaba la fatalidad. Después de Madrid vinieron como cuentas de rosario los triunfos en San Sebastián,  Bilbao, las plazas del norte,  hasta concluir la temporada.
Antonio Ordóñez hace una lista muy caprichosa de las figuras del toreo y me coloca en cuarto lugar con un si el quisiera podría ser el primero.  
Claro, él se coloca arriba de su escalafón. Las cosas de Ordóñez.
Aunque todo tiene su porqué. Sucede que un día en Barcelona, un toro me había pegado muy fuerte. Una paliza. Al día siguiente de la voltereta toreábamos  con Ordóñez y Gregorio Sánchez en Mérida, Extremadura. Llegué a Mérida,  me infiltré y salí hecho un león. Ordóñez cortó una pata,  Gregorio dos y yo corté cuatro patas... Al día siguiente toreábamos en Zaragoza, Ordóñez y Julio Aparicio. El médico de Zaragoza pegó un petardo y me infiltró mal. Salí adolorido a la plaza, con fiebre muy alta. La corrida fue buena y Ordóñez y Aparicio estuvieron enormes; y yo,  fatal. Por eso lo de "si él quisiera".  Nunca existió la pretendida rivalidad con Ordóñez. Entre él y yo siempre hubo pique,  pero nadie se enteraba. Ni Ordóñez ni sus muertos han sido mejores toreros que Rafael Ortega. Ese era el que toreaba bien  en mi época; a ese le temía más que a nadie. A los demás les respetaba, como he respetado siempre a los profesionales, he respetado a todos mis compañeros; pero el mejor torero de mi época, con el capote,  la muleta y la espada fue Rafael Ortega. Ese cuando se ajustaba con un toro era de temer. Lo que pasa era que estaba mal hecho,  y eso ya es un handicap. Una calva incipiente, regordete, de caja torácica muy grande. Me consta que Ortega se cuidaba más que nadie,  hacía muchos sacrificios para no engordar,  pero era su forma de ser,  así estaba hecho,  una construcción no acorde con lo que una imagina debe ser un torero. Todo lo contrario a Paco Camino,  por dar un ejemplo,  que estaba hecho perfectamente para parecer torero.  Hoy cuando reviso la historia gráfica del toreo,  con viejas películas recogidas en seriales de videos,  veo con más claridad la grandeza de Ortega. El de San Fernando mejora con el tiempo, es como Gardel que cada día canta mejor. Rafael Ortega cada vez que lo miro,  torea mejor. Fue un torero de avanzada. ¡Y de gran pureza!
Mi mejor temporada,  a nivel de éxitos profesionales,  fue la de 1955,  aunque económicamente no fue lo que debió haber sido porque, sólo al comenzar la campaña, en San Isidro,  un toro me pegó una cornada. Y si no triunfas en Madrid, empezando la temporada,  los triunfos en otras partes no es lo mismo. No es igual.  Ese fue el año que César Girón se destapó como líder del escalafón,  cuando triunfó en casi todas las ferias de España.  Mis éxitos en 1955 tuvieron dos hitos importantes: una tarde en Las Arenas de Barcelona,  una ciudad donde siempre he tenido mucho cartel,  y en Palma de Mallorca el día que me encerré en solitario con seis toros de Miura. Don Pedro Balañá,  un gran hombre y un empresario visionario,  luego del triunfo en Las Arenas me invitó a Palma de Mallorca a pasar un par de días en las Baleares,  zona turística muy hermosa. Me invitó para que viera una corrida de Miura, que estaba en los corrales de la plaza de toros. A ver si me atrevía a lidiarla en solitario. Nunca en mi vida me había puesto por delante de un toro de Miura. Así que me fui a Palma que está a un salto de Barcelona  y con la cuadrilla vimos de arriba abajo la corrida. Lucía los toros de Miura como una novillada.  No valía nada. Acepté la oferta. ¡Vaya cambio en la plaza! Ya en el ruedo cada toro era diferente,  y eso que eran los mismos toros que habíamos visto en los corrales.   La corrida creció una enormidad.  Tres de los miuras fueron muy fáciles,  se dejaron torear. Los otros tres muy peligrosos,  pero pudimos con ellos. Fue todo un acontecimiento, la plaza se llenó,  fueron periodistas de toda España y de Francia, donde son muy aficionados a los miuras y don Pedro Balañá nos dio muy buen dinero. Ese gesto de matar en solitario una corrida de Miura,  un torero considerado muy frágil,   me daría mucho cartel,  recuperé el cartel que las cornadas de Madrid me habían quitado. Comprendí desde ese momento que en el toreo hay que forzar la marcha en algunas oportunidades,  si se quiere ganar dinero.
 Supe que en Málaga había una corrida de Tulio e Isaías Vázquez,  otra divisa temida por todos,  y me apunté a la corrida contra la opinión de muchos consejeros y amigos. Es que llevaba una espina clavada en el corazón con Málaga,  pues fue allá donde un toro de Pablo Romero me fracturó el antebrazo,  me dejó medio inútil y me quitó mucho rodaje en el toreo. Le corté las orejas a los tulios y eso sonó fuerte en la prensa. Me convertí en noticia importante,  logré ganar dinero y mi cotización subió como la espuma.
Al fin tenía ahorros,  dinero para gastar además del que satisfacía las necesidades en la casa; y pensé en el matrimonio...
Me casé a los 24 años de edad. Era apenas un chaval. Lo hice con una mujer insigne y lo hice muy enamorado. Creo que ella también estaría muy enamorada, porque le sobraban pretendientes y se quedó conmigo que no le podía ofrecer mucho en la vida. Rica,  simpática,  guapa, miembro de una familia de famosos banqueros,   los López de Quesada,  banqueros de Madrid.  Tuvimos muchos hijos pero a la postre falló el matrimonio.  ¿Causas? Teníamos maneras distintas de ver la vida,  formas diferentes de pensar. Éramos de mundos diferentes y jamás nos entendimos. Me gustaba mi Madrid de siempre. La copa entre los amigos,  el "mus",  la partida en el bar,  el fútbol y la vida de torero es muy irregular. No hubo culpa de nadie, aunque la separación nos hizo mucho daño a los dos y a los hijos. Mucho daño. 
Los problemas en casa me quitaron la cabeza del toro. Me aburrí en los toros y eso no lo aguanta nadie,  ni el toro ni los públicos y poco a poco me alejé de los ruedos. Es lo que llaman mi primera retirada,  que no fue ni retirada ni nada sino aburrimiento,  cansancio,  distracción de mente. Otra cosa. Pensé meterme a banderillero,  pues me sentí derrotado como hombre y como torero. La situación de mi vida se tornó dramática. Siempre habrá tiempo para meterte a banderillero. Me dice Paco Parejo,  mi cuñado. ¿Por qué no esperas un poco? Fíjate en los corrales la corrida que hay allí. Es grande, lo sé,  pero fíjate bien y a ver si te atreves. No te preocupes,  siempre habrá tiempo para meterte a banderillero. 
Fue el ocho de agosto de 1965. Don Livinio Stuyck consideró la proposición de Paco Parejo como "un disparate", pero don Livinio otra vez nos tira un cabo y me tocó un grandioso toro de Félix Cameno al que le corté las dos orejas. Salí a hombros de la plaza y aunque era una corrida de verano, había ido su gentecita a la plaza. Se comentó mucho la faena,  mi actuación en general y volví a ser mencionado en los corrillos, por la prensa. Ante el éxito,  don Livinio me ofrece que repita el 22 de agosto con una corrida de Escudero Calvo. No triunfé,  pero estuve muy bien,  muy centrado y muy torero. Repetí en Las Ventas el 30 de septiembre,  con otra corrida de Cameno,  con Joselito Huerta y José Luis Barrero. Otro triunfo,  con los de Félix Cameno. Sabes que eso es puro Urquijo. Esa ganadería se dividió en dos hace poco,  una parte se fue a Colombia,  se la llevó Dayro Chica y la otra la compré yo,  se la compré a los hermanos Lozano. ¡Es que me trae tan buenos recuerdos esta sangre de Murube!
Me sentí renovado a los 32 años de edad; encontré "hueco" entre los nuevos toreros. Paco Camino,  El Viti,  Diego Puerta mandaban en aquella temporada y el 15 de mayo de 1966,  otro 15 de mayo,  tuve una afortunada tarde en mi pueblo,  en Madrid.
Ese es Atrevidodice Antoñete, señalando la cabeza del toro que adorna la sala de su casa en Navalagamella. Como verás hoy día no pasaría en Madrid, por falta de trapío. Le cogí manía al toro desde que lo vi en los corrales. Era demasiado bonito,  excesivamente llamativo,  su capa de pelo,  muy ensabanado con lunares negros sobre el cuerpo y las cuatro patas negras, llamaba la atención de todo el que le veía. Se destacaba entre los toros de la corrida. Ese,  me decía para mis adentros,  ese toro ensabanao no va a embestir y,  ese, ese toro tan bonito y tan embustero me va a tocar a mí. Se me metió en la cabeza,  como una manía,  que eltoro blanco,  como ya lo llamaban los aficionados me tocaría a mí... Al llegar Paco al hotel le digo: Me ha tocado,  ¿Cierto? Si, Antonio,  nos lo hemos llevado, respondió Parejo. 
Atrevidosalió a husmeando la arena. Se entretuvo en olfatear un papel,  cerca de toriles,  y me dije: Vaya con el toro blanco el petardo que hemos pegado... Se arrancó de lejos y poco a poco fue descubriendo sus condiciones extraordinarias y poco a poco iba yo ganando terreno en la confianza hasta comprender que tenía frente a mí al toro de mi vida ¡Y en Madrid! Hubo una media que preconizó la gran faena. La fortuna fue que la corrida fue televisada a toda España y la gente pudo ver aquella gran faena que pudo haber sido de rabo de no haberle pinchado. ¿Cuántas orejas cortaste? ¡Qué se yo! ... El Presidente de la corrida me dijo que si le hubiera matado me hubiera concedido el rabo. Que ya tenía listo el pañuelo para ordenar el trofeo. Le dieron una oreja. A la cabeza de Atrevido,colocada en su casa de Navalagamella,  le falta la oreja que le cortó el alguacilillo y que Chenel no recuerda. 
Aquel día,  cuentan las reseñas de los narradores del histórico acontecimiento:
La tarde del 15 de mayo de 1966, toda España, porque la televisión retransmitió la corrida,  pudo contemplar la que sin discusión está considerada   como la mejor y más inspirada faena desde la Guerra Civil española, realizada en Madrid. Chenel inmortalizó el profundo toreo de capa, con su belmontina media verónica y recupera el cite natural,  las distancias al toro y el temple,  la largura y la elegante cadencia de su muleta. Pese a que pincha dos veces antes de dejar la estocada se le concede la oreja del toro Atrevidoun precioso ensabanado,  al que los aficionados han bautizado como el toro blanco. La apoteosis de Antoñete creció y se agigantó aquel año de 1966,  parecía no tener límites en la grandeza. Otra oreja en 23 de mayo a un toro de Juan Pedro, al día siguiente corta dos orejas, una en cada toro. Regresa a Las Ventas para torear la Corrida de La Beneficencia, el 16 de junio y corta una oreja junto a El Viti y Paco Camino. El 7 de julio en la Corrida de la Prensa cortó cuatro orejas y salió a hombros, por tercera vez en aquella temporada,  de la Monumental de Madrid,  la primera plaza del mundo.  Hay razones para que las cosas sean en la vida,  y la aparente indolencia de Chenel debe ser un escudo ante el sino fatalista que le ha acompañado en el curso de la vida. 
Allí, a la vuelta de hoja, volvió a asomarse la tragedia: Frejús y Palencia, dos percances lo sacan de raíz del Olimpo, como dios,  y lo meten de cabeza en el barro atormentador de los simples mortales. En el mejor momento de su vida,  como torero, la fatalidad le obliga dejar el escenario. Vuelve por San Mateo a Logroño y cuando baja el telón de la temporada, la más exitosa de la vida,  apenas alcanza las 26 actuaciones.  Antoñeteen todos estos años no había ido a Sevilla. Ni siquiera invitado al campo andaluz. Los andaluces son muy cerrados ante los toreros de Castilla. A los 14 años de alternativa, tras triunfos históricos, fue que pudo entrar en la Feria de Abril.
Los percances inflan la abulia y se nota el descenso a partir de 1967: 27 corridas en el 68; ocho en el 69; sólo diez en el 70. No torea entre el 70 y el 73,  año que vuelve a Madrid a torear cinco de la diez corridas que contrata en la temporada. 
El siete de septiembre de 1975 decido retirarme de torero activo en Las Ventas,  encerrándome solo con seis toros. Los toros fueron de Sánchez Fabrés, tres,  García Romero,  dos y uno de Camaligera; al segundo le corté una oreja,  fue ovacionado en otros dos que de no haber fallado con la espada le corto las orejas.
La reseña de Sánchez Aguilar en El Ruedonarra que  al segundo le hizo un faenón. El toro fue bueno y el madrileño le ligó cinco soberbios doblones,  seguidos de tres bellos trincherazos. La plaza se vino abajo,  la faena realizada a base de la mano izquierda,  fue insuperable en pureza y arte...
Carlos Abella dice en su Historia del Toreo (Alianza Editorial vol. 2; 1992) Toda la afición cree haber asistido al último acto de un torero dotado como pocos en el siglo para interpretar,  sin mínima ventaja,  el mejor y más puro toreo clásico. Las verónica honda,  la media belmontina,  el sabroso pase de la firma seguido del imponente trincherazo para iniciar la faena y luego la majestuosidad nada empalagosa ni barroca de su toreo con la derecha y con la izquierda,  rematados con largura y naturalidadcon el obligado de pecho. Con él se iba el torero más representativo de esa indefinida pero auténtica escuela madrileña de interpretación del toreo, capaz de asumir el más puro clasicismo con la sobriedad más sabrosa.
Se pierde Chenel entre la multitud, se esconde tras el recuerdo y lo que comenzó a ser leyenda. Su penacho blanco destaca en algún reservado de un restaurante de algún amigo donde alguna tarde echa una partidita de mus.   Nadie sabe del paradero de Antoñete  y a nadie parece preocuparle dónde se mete. Hay quien asegura verle,  una que otra vez, en los toros,  en la plaza de Las Ventas. Su casa.
 Sólo le recuerdan allá en Venezuela,  cuando también recuerdan que César Girón decía que era él el que mejor toreaba. Jesús Nieves lo saca del olvido,  lo desempolva y lo mete en un cartel de un festival,  Antoñetese sale del cartel convertido en realidad y se sube en la tarima de la cátedra,  ha regresado a dictar,  como maestro de maestros,  la gran lección del toreo. 





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