miércoles, 20 de mayo de 2020

LUIS FRANCISCO ESPLÁ: "ESPAÑA CAMINA HACIA EL CHAVISMO ABSOLUTO, ENEMIGO DEL TOREO"

 


El maestro alicantino reflexiona con preocupación sobre la crisis: «Ha habido irresponsabilidad y mucha chulería por parte del Gobierno»


Rosario Pérez
ABC / MADRID 19/05/2020 

En su refugio alicantino de «La Taifa de Jorba», Luis Francisco Esplá vive su confinamiento de monje de otra época. «No salgo del campo. Estoy como los Cartujos, en mi convento, con mis maitines, mis laudes y mis vísperas». El orto, el mediodía y el ocaso son las agujas del reloj de sus días: «Me rijo por los ciclos naturales, como en la Edad Media». En plena naturaleza, el maestro (Alicante, 1957) reflexiona sobre el toreo y la vida, sobre la crisis y la política, sobre la censura y la ética, esa ética que tanto evoca en Joselito. Sus primeras palabras son para los cien años del rey de los toreros: «Es el momento de subsanar la deuda literaria que tenemos con él».
—¿Qué admira de la ética joselitista?
—Se habla de su ética en la plaza, pero no del concepto ético global que tenía del espectáculo. Joselito quiso manejar todo, pero en ningún caso para buscar la comodidad; al contrario, constantemente estaba en tensión con los que llegaban nuevos. Además, era verdaderamente espléndido con los empresarios; cuando había que hacer una concesión, iba a sitios por dineros que no eran los suyos, con esa generosidad de cobrar menos. Su objetivo era hacer popular el toreo, asequible a todos los públicos; a él le debemos las plazas monumentales. Cada vez cargaba más su carro de responsabilidad, sin rehuir de ella. Si no hubiese sido tan escueta su vida, le hubiera dado al toreo una dirección totalmente distinta.
«Las figuras de hoy no deciden nada. Decide el apoderado, que a su vez es empresario, ganadero...»
—¿Se lo imagina de empresario?
—Ahí quería llegar. Me lo imagino una vez que hubiera terminado su carrera, porque en aquel momento la trayectoria de un torero era corta por la abrasión que suponía el toro de la época, por la hostilidad del público e incluso por la alimentación. Hay que tener en cuenta que los toreros de entonces no se cuidaban como ahora, que tenemos muchos conocimientos de ejercicio, de alimentación y de cómo ser longevos. Si Joselito no hubiese muerto en Talavera con 25 años, se hubiera instalado como empresario para dar un giro y otra dinámica interna a la Fiesta. Y ahora el toreo no estaría tan cuestionado a nivel social ni tendría tantos problemas económicos. Era un visionario del espectáculo, con una visión global por el interés general.
—Cuántas diferencias con los toreros, y los taurinos, de hoy...
—Las figuras de hoy no deciden nada. En aquella época solo tenían meros gestores que se quedaban en Madrid resolviendo temas burocráticos. Los tenían para pleitos, se llevaban un dos o tres por ciento, y no las comisiones de ahora. ¿Quién conocía al apoderado de Joselito, Manuel Pineda? Por cierto, murió en una discreta penuria. Haber trasladado las decisiones a gente ajena al toreo es lo que ha hecho que este mundo cambie completamente. Quienes deciden son los que regentan el negocio y, así, es muy difícil que la honestidad y la imaginación, esos factores que dinamizaban el toreo de antes, sean los actuales. El torero no decide absolutamente nada por sí mismo, decide el apoderado. Y este último se encuentra inmerso en un circuito donde es empresario, ganadero y con una serie de vinculaciones e intereses que complican todo.
«Cada vez que un torero se ha salido del sistema, ha vuelto al redil. Salirse de ahí es vivir en un clima de hostilidad»
—¿Por qué nadie en el toreo se atreve de verdad a coger el camino de la independencia?
—Cada vez que ha salido uno del sistema, enseguida ha vuelto al redil. ¿Por qué? Porque salir de ahí supone vivir en un clima de hostilidad, que era como se vivía antes. Y ese clima de hostilidad implica que no puedes titubear lo más mínimo en las temporadas porque lo pagas, y hay toreros que lo han pagado. No voy a dar nombres, pero los toreros que han querido salirse del sistema han pagado después todas esas heridas y destierros. Y vuelven al redil.
—¿Se ve usted como apoderado?
—No, por dos motivos: uno, porque soy incapaz de decidir por un torero, y en estos momentos los toreros asumen que tienen que decidir por ellos, y yo nunca decidiría por un torero; en segundo lugar, porque no me veo inmerso en el negocio del toro, haciéndole pagar a mi poderdante todas las atrocidades que yo he hecho y dicho en el toreo.
—¿Qué le sorprende más de la Fiesta actual?
—Hay una cosa que me llama la atención: es el único negocio en el que el consumidor no tiene ni voz ni voto. Y eso implica que no se hagan purgas de calidad, que nadie trate de mejorar el negocio. Es decir, a nadie le interesa que se muevan claves y no sabemos en qué puede derivar la economía del toro. Pero lo que más me aterra es que es el único negocio donde el consumidor, en este caso el espectador, no tiene nada que decir. Pongo un ejemplo: con Mortier, nefasto en mi opinión para la ópera y el Teatro Real, la gente dejó los abonos. Eso no ocurre en la Fiesta. Esas reacciones, esos éxodos, no se dan en el público de los toros, que está demasiado fidelizado y, por eso, se abusa del espectador.
«Cada vez que se le pega un latigazo al toreo, quien se levanta en armas es el aficionado. A los realmente interesados les importa un pimiento todo esto»
—De vez en cuando también disminuyen los abonados en las plazas...
—Sí, claro, es que llega un momento en que la sarna pica. Tiene que ser recalcitrante el hostigamiento.

—¿Quién defiende la tauromaquia?

—Me maravilla que siempre sea el aficionado el que defienda los intereses del espectáculo. Si se prohibiese la Coca-Cola, no saldría nadie con pancartas a defender a la empresa, sería la propia empresa y todos los interesados los que se levantarían y pronunciarían, ¿no? Aquí no, a los interesados les importa un pimiento todo esto. Cada vez que se le pega un latigazo al toreo, quien se levanta en armas es el aficionado, para defender intereses que ni siquiera le pertenecen. Eso es maravilloso. No hay un espectador, no hay un cliente en ningún negocio, como el de los toros, tan bueno, y tan fidelizado.
—¿A favor o en contra de televisar festejos sin público?
—No me gusta esa idea, el torero necesita del público como del toro. En la corrida hay un triángulo. Y esas emociones, ese calor que genera, esa conmoción en la plaza, ese ir y venir, esas radiaciones que suben y bajan del tendido, son imprescindibles. El torero, aunque diga que torea para él, tiene que respirar esa atmósfera; si no la respira, no se puede torear. Sí creo que es el momento de ir al campo, de abrírselo a la gente. Ahí sí tendrían una labor importante los toreros y los ganaderos, porque al final se trata de desentrañar la génesis del toreo: entender el campo es entender absolutamente todo lo que ocurre en la plaza, pero para eso se necesita una dimensión distinta. Y es el momento de ello.

«Estamos consumando el bolivarismo inglés, que de lejos parece comunismo y de cerca lo es, enemigo de todo lo que despierte a la población»
—De parecida opinión era Morante de la Puebla en una reciente entrevista con ABC.
—Me parece lógico, aunque no me haya iluminado nadie. Es muy difícil que el aficionado tenga ese acceso al campo y es el momento para hacerle comprender cómo se elabora el toro, cómo se elabora la bravura, es decir, llevarlo al laboratorio y que entienda cómo funciona la alquimia. Así en la plaza entenderá mucho mejor las condiciones del toro y lo que hace el torero con él.
—¿Le apena ver el desfile de ganado bravo al matadero?
—Es terrible. Hablamos de un producto perecedero. Como las cerezas, tiene su vida en el mercado. En cuanto pasa de los seis años, ya está fuera. Además, imagínese la cantidad de bocas que se le juntan al ganadero, sin un esquema de lo que va a ocurrir o cómo va a poner aquello en circulación. Yo creo que el gran perjudicado, el apaleado por el Covid-19 en el sector taurino, es sin duda el ganadero. El torero ha dejado de torear y de percibir un dinero, pero no le piden la comida ni el sueldo los banderilleros, y el empresario ha dejado de ganar un dinero importante, pero el ganadero lo tiene ahí, es una boca abierta que fagocita todo lo que coge.
Los escritores que han puesto en tela de juicio algunas actuaciones del Gobierno están sentenciados»
—En el asunto taurino, ¿qué opina de las medidas del Ministerio de Cultura y los ataques del Gobierno?
—Caminamos hacia el bolivarismo absoluto, enemigo de todo aquello que despierte a la población, como el toreo. Hemos visto la campaña de censura que ha habido, y los toros pertenecen a ese género capaz de despabilar a la gente, pues, entre otras cosas, el toreo habla con naturalidad de la muerte. Los taurinos con los que hablo están viviendo esta pandemia con más serenidad, porque se asoman constantemente a una plaza de toros y la muerte se ha convertido para ellos en algo trascendente, pero que a la vez los ubica en el contexto del universo, sin verse como el ombligo del mundo. Además, para esta gente que censura el toreo, este tiene el problema moral de que da demasiada importancia a la muerte y a la vida.
—¿Palmas o pitos para la lidia general de esta crisis?
—Hay cosas para las que no estaba preparado ni este ni ningún Gobierno, pero ha habido actuaciones irresponsables y a concienciapor ejemplo, que estuviesen avisados por la Organización Mundial de la Salud dos meses antes y se hayan pasado esas advertencias por el forro de la chilaba. Obviamente, hay cosas que a cualquier Gobierno le hubiesen sorprendido; es una pandemia de la que no conocemos bien sus márgenes y que los científicos tendrán que desentrañar. Pero ha habido irresponsabilidad y, sobre todo, ha habido mucha chulería por parte del Gobierno muchas veces. Hemos visto una campaña de censura terrible, que no es que lo diga yo, es que todos los escritores que han intentado ya ni siquiera cuestionar, sino simplemente poner en tela de juicio algunas actuaciones del Gobierno, están sentenciados. Por eso digo que estamos consumando el bolivarismo, y al bolivarismo los toros le rallan, le deben picar como un sarnazo. Lo que se llamaría el bolivarismo inglés, que de lejos parece comunismo y de cerca lo es, enemigo de todo lo que despierte a la población.
—¿Estaría tranquilo con Pablo Iglesias en sus filas?
—¿En mi cuadrilla? ¡Nada! Ni en la de otro. No haría nadie a gusto el paseíllo.
«Los toros son el único negocio donde el consumidor no tiene voz ni voto. No hay un cliente tan bueno en ningún negocio»
—¿Tiene miedo un torero a los abrazos?
—Vamos a convivir con el bicho durante un tiempo, por lo que todas estas aprensiones, y no solo la de abrazarse, habrá que irlas trabajando. Ahora estamos muy escrupulosos; poco a poco, volveremos a la normalidad. En el campo, donde estamos más aislados, cuando alguien viene, mantenemos una distancia de cinco metros. Yo ahora estoy por coger una varita con un guante de goma para ponérselo en el pecho a quien se me arrime a menos de un metro.
—O nueve metros cuadrados, como en los toros, según las reglas de Cultura...
—Eso es una locura, la gilipollez más grande. Esas distancias que han impuesto me parecen ridículas, para eso no hay que ser científico.
—¿Volveremos al tendido esta temporada?
—No, sin ninguna duda, y ya veremos qué pasa cuando se vaya abriendo esto... Con tanta gente irresponsable y tanto chalado en las calles, tiene que haber repuntes. Será un tira y afloja: no sabemos exactamente cómo va a fluctuar el dichoso bicho y donde se dijo «Digo» dirán «Diego»

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