Desde niño Hugo José Molina o como se le conoce cariñosamente “El Morocho” vivió rodeado de toros bravos, capotes y muletas, en un ambiente así no es difícil que un joven sueñe con la aventura del toreo. Y en este caso, es desde luego una historia digna de contarse. Hugo José tuvo que luchar con muchos inconvenientes para ser torero, por una parte, la lógica oposición familiar de quienes conocen de primera mano la dureza del toreo, la cual venció no sin esfuerzo. Como un cartujo se sacrificó para perder peso en busca de su vocación, además de aprender a torear, lo que no es fácil desde luego. En el campo y en la plaza, se esforzaba día a día. Tuve el privilegio ( y perdónenme por escribir en primera persona) de ser testigo de muchas vivencias de Hugo José, entre otras su presentación vestido de luces en San Cristóbal y el debut en Caracas, así como sus entrenamientos con el maestro Faraco que le enseñaba con ese cariño que sólo El Cóndor de los Andes tenía hacia sus pupilos, con su voz suave don César le decía “Morochito, mijo ven” para a continuación darle lecciones valiosas de toreo… y de vida.
Hugo José debutó en la feria de San Sebastián en San Cristóbal el 19 de enero de 1.997 lidiando novillos de Rancho Grande y El Prado alternando con Ramón Guevara, Otto Rodríguez y Luis Cárdenas. Vestido de azul marino y oro saludó dos ovaciones tras perder algún trofeo por pinchar. Se presentó en el Nuevo Circo de Caracas, el 1 de junio de ese mismo año alternando con Morantes Pérez y Leonardo García. Cortó la oreja de su primero “Campanero”, número 34, con 345 kilos de Rancho Grande, y saludó desde el tercio tras despachar a su segundo “Desamparado”, número 10 con 355 kilos de Los Aranguez. Pero los sueños del Morocho no se quedaban en sólo ser torero en su país, por eso lío sus bártulos y se fue a España a mejorar la técnica, a foguearse y ganar oficio. Junto a Pepe Ortíz se metió de lleno en el campo para entrenar y pronto probaría la hiel del toreo, al sufrir una gravísima cornada en el vientre en Sanchidrián (Ávila) en su bautismo de sangre. Pero se recuperó y siguió adelante con su prometedora campaña. El sábado 26 de junio de 1.999 se anunció en Aldea del Fresno, donde le cortó las dos orejas a su primer novillo, sufriendo una grave lesión al lidiar a su segundo, ambos del hierro de Maria Luisa Paniagua. Las lesiones vertebrales fueron severas, pero con raza, Hugo José luchó para recuperarse primero en España, luego en Estados Unidos. Poco a poco fue mejorando, y demostrando de que estaba hecho. No pudo volver a vestir el traje de luces, pero Hugo José demostró una enorme tenacidad y capacidad de sacrificio y superación. Ahora vive su faceta de ganadero lidiando con éxito con su hierro de La Consolación, y seguramente satisfecho de haber superado las duras pruebas que el toreo puso en su camino. En estos tiempos donde los valores están tan perdidos bien vale la pena recordar gestas como la de Hugo José Molina “El Morocho”, un hombre que hizo lo más importante que un ser humano puede hacer: luchar con todo y contra todos por su sueño. Nunca dirá que no lo intentó y ahí radica su grandeza.
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