¿La Fiesta en paz? Entre pitos, documentales y flautas, mientras la bravura falta
QUÉ HACER EN un país que redujo su tradición taurina de 493 años a dos o tres apellidos de diestros importados? Pues seguir aplaudiéndoles una vez que las empresas más adineradas en la historia del toreo demostraron en 26 años que no saben producir figuras nacionales o, peor, que no les interesa ofrecer a la afición de México figuras propias que lo reflejen y enorgullezcan, sino que les resulta más excitante importar unas de España, otra de Francia y una más de Perú, en la peor sudamericanización que el país recuerde.
CRIAR Y LIDIAR toros bravos, no su aproximación, es cultura por donde se le quiera ver, pero en un ambiente desculturizado o, más grave, norteamericanizado, con una seudocultura globalizadora para globalizonzos que sólo aprueba pelotitas de diferentes formas y tamaños, incluidas bombas, proyectiles y balas, la cultura taurina de México ha reducido temerariamente sus espacios.
AMAR LA FIESTA es defender y difundir la mejor cultura taurina de nuestro país y del mundo, no apoyar por evidentes intereses la pobre oferta de espectáculo de unos multimillonarios sin sensibilidad ni noción de la esencia del toreo: el encuentro sacrificial entre dos individuos en plenitud de facultades, no el carnavalesco toreo bonito a larga distancia a reses pasadoras. Ochenta siglos de veneración a la deidad táurica, queremos creer, son más ricos que los ricos metidos a promotores taurinos.
EL FALSO POSITIVISMO que insiste en llevar la fiesta en paz, sin hacer ningún cuestionamiento de ésta para no pasar por amargado o exhibicionista, es lo que más perjudica al espectáculo taurino, pues una expresión que se pretende original y estética, si no se revisa constantemente, cae en la autocomplacencia y en el narcisismo taurino, hasta suponer que la fiesta es inmortal, aunque sus famosos actores –los hamponces, los alevosos y los juleros– se la estén llevando entre las patas, como si fueran sus inventores y propietarios, a ciencia y paciencia de los alegres empresarios de aquí y de allá.
EL SECUESTRO DESCARADO de las tradiciones y el patrimonio histórico-cultural de México, incluida su fiesta brava, ¿con qué propósito se lleva a cabo ante la indiferencia de una autoridad omisa y de una afición aplaudidora de la repetitividad, no del dominio? Con el de borrar de la memoria colectiva sus momentos de grandeza en diferentes campos, así como sus inmensas posibilidades presentes y futuras como nación y como creadores de su propio destino, para que este pueblo deje de creer en sí mismo y vea en lo de afuera su remota salvación.
Filosofemas Y Bizantinismos. La bravura de hombres y bestias se demuestra por sí misma, no con componendas y ventajas, así se trate de guateques de aniversario en una plaza que ya sólo se llena a la mitad de su aforo en dos o tres fechas al año, por lo que el histórico inmueble tiene sus días contados. Si no viene nadie, ¿para qué mantenerla?, es la falacia de sucesivos promotores, incapaces de revisar su lamentable nivel de desempeño para volver a meter a la gente a las plazas, y jamás cuestionados por la crítica alcahueta y encubridora. Prometo volver a ver el bien intencionado documental Un filósofo en la arena –¿o el pensamiento taurino por los suelos?– y tratar de captar mejor las profundas reflexiones allí expuestas, que por cierto no tocan ni con el pétalo de un adjetivo las añejas prácticas de la tauromafia y su coloniaje taurino en el resto del mundo.
NI UN SOLO toro de la corrida del 5 de febrero fue bautizado con el nombre de un autor mexicano simpatizante de la fiesta. Siquiera al sobrero le hubieran puesto Catón. Pero eso se ganan por andar de protectores de mascotas.
Publicado en La Jornada.
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