HAY AROMA DE FORMOL
EN LAS PLAZAS DE TOROS
EL VITO
Agosto tiene aroma de formol, comentó Hemingway cuando la
revista Life le encargo la misión de cubrir la temporada taurina española aquel
verano de 1969 cuyo eje era el tándem
Luis Miguel y Ordóñez. Fue el propósito de la gran revista, hurgar las heridas
del morbo en la fiesta. Y preparó
tiradas millonarias de sus ediciones. Mientras que Don Ernesto, como con cariño
le distinguían los pamplonicas años atrás, cuando sus reportajes le
descubrieron al mundo los sanfermines, a la vez que sus escritos le catapultaban al Premio Nobel
de Literatura, Hemingway quería repetir aquellas aventuras taurinas que había
reunido en un libro allá por los años veinte, aventuras con las que descubrió
la Fiesta de los toros en los relatos de Juan Silveti, el famoso Tigre de Guanajuato.
En mayo de este año los callejones de las plazas de toros
abrieron sus cauces a la muerte. Se adelantaron en primavera al verano
sangriento: el 9 de mayo el novillero peruano Renatto Motta con apenas 20 años
de vida, se abrazó a la parca como consecuencia de una cornada en el muslo, sufrida
en la plaza de Malco. Un pueblo sin teléfono y sin telégrafo, de esos pueblos
perdidos de la cordillera de los Andes, perteneciente la región de Ayacucho. El
coso no tenía enfermería y el novillero murió durante su traslado a Nazca, a
más de dos horas de viaje. Una situación parecida a la que padecieron Ignacio
Sánchez Mejías en Manzanares cuando un toro de Ayala le quitó la vida y
Paquirri en su traslado de Pozo Hondo a Sevilla.
Apenas había pasado un mes -9 de junio-, Rodolfo Rodríguez
“El Pana”, torero leyenda por su personalidad, más que por sus logros, falleció
como consecuencia de una voltereta sufrida en la plaza de Durango, siete días
antes. Había quedado tetrapléjico.
A los 30 días exactos del fallecimiento de “El Pana” cayó
mortalmente herido en la arena de Teruel, Aragón, durante el segoviano Víctor Barrio. Una cornada en el
tórax, propinada por el toro “Lorenzo” de la ganadería de Los Maños con 529
kilos le arrancó la vida. Una muerte que regó el dolor por los senderos de la
fiesta, y que provocó a la vez sugiera el espíritu criminal en las expresiones
de los grupos animalistas ocultos en redes sociales, se mofaron e hicieron
escarnio, expresando su alegría ante la muerte de un torero llenando sus
mensajes de injurias y de mentiras.
Todo esto acaba de ocurrir, no fue necesario esperar por el
Verano Sangriento de Hemingway, o el Agosto de Manolete, quien cayó en la arena
de Linares, Jaén el 29 de agosto de 1947. Fue aquella muerte, la del cordobés
Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete” el rostro de mártir expoliado de la España
de la postguerra. Muerte explosiva, estremecedora de cimientos sociales,
políticos y religiosos como había
ocurrido 27 años en Talavera cuando cayó El Rey de los Toreros, Joselito. Son
capítulos sangrientos, dolorosos, sobre los que se sostiene la historia de los
toros. Una historia que, como dijo y escribió don José Ortega y Gasset, sebe de entenderse para
poder comprender a los pueblos de Iberia, y la historia de las naciones hijas
de España.
En los toros se muere de verdad, frase de Juan Belmonte a Pérez de Ayala refiriéndose
a que el toreo no es un teatro; allí, el final del drama ficticio se conoce de
antemano. Esa es la base ética de la tauromaquia, rito en el que los oficiantes
se juegan la vida de verdad, lo que explica buena parte de la pasión que
despierta.
Es verdad que cirugía taurina ha avanzado mucho. También es
cierto que hoy mueren menos toreros que antes, que la cornada sufrida
recientemente por Manolo Escribano era de una herida mucho más complicada que
las cornadas que le cortaron el hilo de
la vida a Joselito, Manolete o a Paquirri, pero aún hay cogidas y cornadas sin
solución. La de El Yiyo (1985) con el corazón destrozado. Las de Montoliú y
Soto Vargas (ambas en 1992) en Sevilla, y estas
de Renatto Motta, El Pana y Víctor Barrio a las que nos hemos referido.
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