Alegan los puristas que lidiar un toro en el ruedo, y luego,
esconderlo en chiqueros para matarlo indefenso no es digno.
¿Pero por qué no,
si salvamos las apariencias, y el negocio?
¿Al fin y al cabo no matamos a todos los animales igual?
A
mansalva, sin pompa, en inferioridad y sin oportunidad. A todos, menos al toro
en esta vetusta corrida que aún honra la muerte ritual, honorable, cara a cara,
como su razón de ser y justificación. Pero si queremos venderla más, a nuevos
públicos, debemos cambiarla…
Ofende andar evocando a estas alturas, que alguna vez fuimos
menos bribones y arriesgábamos de frente con el ser que pretendíamos devorar.
Insulta recordar esa edad primitiva cuando éramos ecológicos (no ecologistas),
cuando no avasallábamos la naturaleza y habitábamos en ella compitiendo con
lealtad, y masticábamos carne mirándonos sin esa hipocresía tan chic, tan
culta, tan “in”, que finge desconocer el crimen que la provee.
Ahora, cuando hemos progresado tanto y proliferado hasta no
caber; aniquilando especies enteras, explotando y ensuciando el planeta,
chupándole su más recóndita energía, cometiendo toda clase de iniquidades,
tenemos que ponernos a tono con los tiempos.
Tenemos que civilizarnos, modernizarnos, atemperar también
la vieja corrida. Superarla. Romper el paradigma. No más esa fiesta rancia, de
sol y moscas. ¡Aire acondicionado señores! No más enrostrarnos la animalidad
que nos avergüenza, y ocultamos con tanto esfuerzo. ¡Es insufrible! Los toros
al matadero, a la carnicería, o a donde sea que no veamos quienes ni como los
liquidan, quedémonos en el ruedo solo con la coreografía… posturas, música,
rosas, velas... Innovemos.
Neguemos la muerte para que no exista. Valgan mentira,
publicidad, política, legislación. Para eso somos el espécimen más racional,
más calculador, y más rey de la zoología. Fuera esa bárbara liturgia de la
muerte gloriosa, ese vestigio medioeval e incivil.
Si nuestro destino biológico es matar para vivir, desde
bacterias hasta ballenas, pasando, claro, por los congéneres incómodos, y si
hemos inventado como hacerlo sobre seguro, en masa, legitimando la vileza con
la utilidad, para qué mantener cultos arcaicos. Para qué tanto riesgo, código,
y ceremonia. Para qué seguir añorando la inocencia perdida. Para qué seguir negándonos
a evolucionar y a lucrar más.
JORGE ARTURO DÍAZ
REYES
www.torosya.blogspot.com
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