Se le manipula y falta su respeto desde su
dehesa
¡Este es el toro! |
Desde que se conoce la existencia del arte de la
tauromaquia, se ha afirmado con vehemencia que el Rey de la Fiesta Brava es el
TORO, así de simple, pero no cualquier toro… el toro bravo y encastado. Ese
poderoso toro que una vez dominado por la sabiduría del torero que le enfrenta,
apoyado en la técnica, en la propia serena inteligencia, en esa verdad
inobjetable que le sustenta como artista, podrá crear a través de su inspiración,
imborrables momentos escultóricos, y aunque resulten efímeros para el espíritu
del diletante taurino, permanecerán para la eternidad.
De esto estábamos seguros, hasta que comenzaron aparecer los
veedores de los figurines en el campo bravo; sí aquellos que van a las
ganadería a buscar lo más cómodo y lo más dócil, para la comodidad del
toreador. Si no cumplen con esta premisa, el figurín en turno, se ofenderá y
dará la espalda a esa ganadería, y con el látigo del desprecio la enviará al
ostracismo.
Lo absurdo, es que el grupo de los figurines -en España no
pasa de 7, en México y Sudamérica no hay-; son estos los que deciden, dictan,
manejan el porvenir de la Fiesta, a través de minimizar irresponsablemente la
grandeza del toro. No obstante, quienes en la realidad tienen la culpa, son
todos esos ganaderos que sucumben ante esta pretensión, de permitir a los
figurines juguetear con sus disminuidos bovinos, en supuestas faenas de
estética, tan deslumbrante como el oropel; y claro, tendrán como recompensa ser
las ganaderías predilectas que venderán sus encierros en abultados precios, más
que satisfactorios.
¿Eso es lo que vale la dignidad? ¡Por supuesto que esto no
es la Fiesta Brava ni Encastada! ¡Por supuesto que esto no es la grandeza del
arte de la tauromaquia! ¡Por supuesto que con esto no se le guarda respeto ni a
la liturgia ni al rito ni al gran público ni a la tradición! ¡Vamos! ¡Ni ellos
mismos se guardan respeto!
Y penosamente, el panorama taurino está llevando a ver
salir, en la mayoría de las ocasiones, encierros mansos y descastados; la viva
imagen de las ovejitas campiranas. ¡Sí!
De impresentables pequeñajos que acuden con docilidad
borreguna a los capotes y muletas de los figurines, para hacer… supuestamente,
las delicias del público.
Pero… no hay verdad, no existe honorabilidad, no se puede
hablar de honestidad en quien torea, al enfrentar una aproximación y no la
grandeza del toro auténtico.
¿A dónde están llevando al rey de la Fiesta? ¡Lo están
llevando a abdicar en favor del engaño, de la mentira, de la comodidad, de la
mediocridad… de la miseria!
¿Puede retomarse el camino hacia la luminosa grandeza? ¡Por
supuesto que sí! Cuando esos señores ganaderos inflamados en su espíritu, por
la contundente verdad, por la ejemplar ética, por la aleccionadora honestidad,
decidan devolverle la casta y la bravura al toro. Y… sólo así, la Fiesta
volverá a recuperar su esplendor.
Entonces, en todos los redondeles del mundo, se rendirá
tributo al arte de la tauromaquia, y se estará en toda la posibilidad de
afirmar, que, se han reunido para crear luminosos momentos escultóricos…
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