Manzanares, ¿hay quien dude su grandeza?
ANDRÉS AMORÓS / PONTEVEDRA
La de A Coruña (María Pita) y Pontevedra (La Peregrina) son las dos grandes Ferias taurinas gallegas. El nombre de esta Feria viene del de la Patrona de la ciudad. A fines del XVIII, se edificó en Pontevedra la iglesia que cobija a la Virgen Peregrina, la guía de los que iban a Santiago. (Para ensueño de glotones, la planta de la iglesia tiene forma de concha de vieira).
La Plaza de toros de Pontevedra, llena, es una fiesta: muchas peñas, público agradecido. Con toros manejables, nobles y bravos, algunos justos de fuerzas, no es raro que triunfen los tres diestros. No llega a salir en hombros Castella por su mal uso del descabello, en el quinto. José María Manzanares da muestras de su estética, su valor y su efectividad con la espada. Enrique Ponce disfruta al máximo toreando con primor. Una tarde de completa alegría popular.
Por la mañana, asisto, en Cambados, a la Fiesta del Albariño. Se dedica este año, en su centenario, a Álvaro Cunqueiro, el gran soñador de míticos viajes: el mago Merlín —contaba— le regala a su fiel criado Felipe, en un canuto, el camino de Quita y Pon, que permite, en una jornada, viajar de Trípoli a Marsella y Compostela. Conocía Cunqueiro el verso de Rosalía: «¡Oh miña jarra de albariñas uvas!» Y renovaba su alegría de vivir con este vino, cuyas cepas —decía— trajeron de Mosela los monjes del Císter.
Ha pregonado este año la LIX Fiesta del Albariño Bieito Rubido, que proclama su amor a este «príncipe dorado de los vinos, uno de los grandes tesoros de Galicia». Recuerda a sus grandes cantores, que escribieron en ABC: Valle-Inclán, Sofía Casanova, Cunqueiro, Castroviejo, Camba, Fernández Flórez. Define a este vino como «el gran compañero, que entra por la boca y pronto llega al corazón y conduce al Paraíso». Concluye abogando, delante del presidente Núñez Feijóo, por una Galicia «eterna, moderna y luminosa».
En el primer toro, suave, justo de fuerzas, Enrique Ponce se encuentra plenamente a gusto, desde el comienzo: verónicas, delantales, excelente media. Con la muleta, disfruta toreando, conduce la noble embestida muy relajado: un primor. Mata pronto: primera oreja de la tade.
También lancea con primor al cuarto, noble. Inicia la faena con preciosos doblones, sigue con su conocida facilidad para engarzar muletazos estéticos, que entusiasman. Conduce la embestida con suavidad, ligando molinetes con naturales y de pecho; se adorna con abaniqueos. Y —créanme— se vuelca al matar: dos orejas. En la apoteosis, el público corea su nombre.
El primero de Castella flaquea pronto, se apaga. Inicia la faena con doblones innecesarios. Consigue buenas tandas de naturales. El toro se raja pronto a tablas. Mata rápido y corta una oreja benévola.
En el quinto, se luce en verónicas, quita por impávidas chicuelinas, brinda al público y desarrolla todo su repertorio, basado en la quietud: pases por alto, series mandonas por los dos lados, alardes en la cercanía a un toro que no ha parado de embestir con nobleza pero que al final se apaga, como sus hermanos. La estocada queda baja y los descabellos diluyen el triunfo.
El tercero tiene algo de geniecito y eso añade el picante que a otros ha faltado. Se ciñe Manzanares en las verónicas de recibo. Como el toro flojea, gradúa bien los tiempos. Muletea con su habitual empaque. El toro se acaba pronto pero la fulminante estocada pone en sus manos dos orejas.
Sale alegre el sexto y José María Manzanares sorprende al recibirlo con dos faroles de rodillas (una suerte infrecuente en él), de los que sale con apuros. Se duele el toro en banderillas y embiste muy rebrincado. Aguanta las tarascadas el diestro, con mucho valor, aunque varias veces le pone los pitones en la boca. Muestra aquí su otra cara, la de lidiador poderoso y valiente. Suena el pasodoble «Luna de España», de Celia Gámez, adaptado a lo taurino en Pontevedra, que el público corea. Faena menos perfecta, estéticamente, pero de mucha exposición y mérito. Otro «cañonazo» fulminante con la espada: dos orejas y salida en hombros con Enrique Ponce.
Hemos vivido una gran Fiesta del Albariño, en Cambados; una gran corrida de toros, en Pontevedra. Miles de gallegos han disfrutado con estas dos fiestas. Los tres diestros también han saboreado con estética y maestría la nobleza de los toros de Torrealta.
No es difícil la metáfora vinícola. Sebastián Castella podría compararse al «Beaujolais nouveau», un buen vino, a veces un poco áspero. José María Manzanares evoca el aroma sutil del «Casta Diva» de Altea. Enrique Ponce, cuando está tan a gusto como hoy, la fresca suavidad, la elegante dulzura de este dorado vino de Albariño. Dicen aquí que hay dos clases de personas: los que aman el Albariño y los que todavía no lo han probado. Lo mismo sucede con el buen toreo.
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