Era la locura en Bayona. Contaba la gente que los tendidos altos se negociaban a más de trescientos euros (MAURICIO BERHO)
VICENTE BOURG «ZOCATO» / BAYONA
Era la locura en Bayona. Contaba la gente que los tendidos altos se negociaban a más de trescientos euros. El problema sigue siendo histórico y muchas veces tradicional: corrida de expectación, corrida de decepción. José Tomás era la gran expectación, la primera de sus dos únicas tardes en Francia. La segunda será en Nimes el 18 de septiembre por la mañana.
Hay que repetir y hasta machacar que los protagonistas en el ruedo tienen un total de 24 patas y seis piernas. Los toros de Jandilla no sirvieron. Huyeron la mayoría, pecaron de fondo, de nobleza y sobre todo de fijeza. Ligar era imposible, sólo se tenía en cuenta la lidia, o sea, la preparación de algunos muletazos sueltos. A paso lento se fue Juan Mora abriendo su capote. Se le notaba un tanto convaleciente de su cornadón de Pamplona hace tres semanas. Dibujó cinco verónicas o, mejor dicho, parones de belleza medieval. Con la muleta no pudo pegar ninguno, el toro lo esperaba en la Cibeles. El quinto, astifinísimo, tuvo las condiciones del toro que le gusta a Juan, el que le permite dar tiempo al tiempo y muletazos individuales. Fueron trincheras, ayudados por bajo, naturales huérfanos, pero todos de cartel. Con la espada se le fue la gloria.
La ovación del público al recibir a José Tomás fue de órdago. Cuatro gaoneras levantaron a las gentes de sus asientos. El brindis se escuchó hasta en Lisboa o Bruselas, según le guste a usted más el sur que el norte. La faena fue técnica, precisa, muy de entender las complicaciones del toreo y sus infinitos arreglos. Mató el ídolo de soberbio volapié. En el quinto toro, otro manso distraído, ni un toque de música. El público pide silencio, estamos en Las Ventas, un mutismo de tentadero. Hay diez mil toreros de la vida sentados que admiran la pizarra del profesor. Un magnífico público que supo estudiar, analizar y comprender la lección de su profesor. Nadie chilló, porque siempre queda algún pesado por ahí... Estudiábamos cada pasito lateral, la forma de presentar la muleta o de retirarla. José fulminó esta clase en vivo con otro estoconazo. Hasta los «guiris» se enteraron.
Acabamos esta corrida con Juan Bautista, la participación nacional, el gallo de Arles, que supo estar con el único toro que repetía, irse debajo del reloj, que es la taberna de los mansos en Bayona. Allí debajo le sacó dos tandas de derechazos muy comprometidos y lo pasaportó de manera formidable. Fue también gracias a su estoconazo final al sexto, un toro débil por doble vuelta de campana, que Juan tocó pelo por segunda vez, saliendo a hombros en su tierra.
No nos hartaremos de escribirlo: el toreo es ilusión y perderla es morir un poquito.
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