Relato de la tragedia de Linares, la muerte de Manuel Rodríguez "Manolete" en las astas del toro Islero, de Miura.
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El 28 de agosto de 1947 fue un día muy caluroso en la península Ibérica. El ambiente estaba caldeado, en lo político y también en lo militar. La opinión pública se estremeció como causa de los sucesos de Cádiz, donde un polvorín estalló y destruyó media ciudad.
Las noticias más importantes en el medio taurino tenían que ver con la solicitud hecha al presidente Juan Domingo Perón por el matador de toros Raúl Acha Rovira, para que permita la celebración de corridas en Argentina y la inauguración de la Feria de Linares con el cartel de seis toros de Miura para Rafael Vega de los Reyes Gitanillo de Triana, Manuel Rodríguez Manolete y Luis Miguel Dominguín.
Camino de LInares
La noche del 27 de agosto se desplazaba un coche Hispano Suizo por la carretera Jaén-Madrid; era un coche azul que llevaba dentro al torero más polémico de la época, a la máxima figura de la torería. La policromía de los carteles colocados a la entrada de los pueblos de Jaén, anunciaba las corridas de la Feria de Linares, iluminados con el amarillento titilar de las lámparas en las esquinas de las blancas calles andaluzas. El coche azul de Manolete se comía el viento, porque parecía que no llegaba a tiempo a la eternidad. En los corrales de la plaza de Linares estaba una corrida de Miura. Entre los seis toros, uno cárdeno, bragado, agalgado, cariavacado, cornicorto, de nombre Islero.
Islero, de Miura
Islero había nacido en la finca La Cascajosa, donde pasen las vacas de la familia Miura. El becerro había sido destetado de la vaca Islera y en el herradero lo habían marcado con el número 22. En el tentadero de machos Islero no dijo nada especial. Fue un novillo normal. Le separaron para una corrida de toros que iba a Murcia, como lo fueron los cinco hermanos que le acompañaron en los corrales de la plaza de Linares. Quince días antes de la Feria de San Agustín, Pedro Balañá llamó a Eduardo Miura para decirle que necesitaba que la corrida que estaba destinada a lidiarse en Murcia se lidiara en Linares. Eduardo Miura le dijo al empresario catalán que se había comprometido con la gente de Murcia, a lo que Balañá le dijo que él se responsabilizaba y arreglaría el asunto con los murcianos.
"El vestido rosa, maestro"
“¿Cómo está la corrida?”. Sobre la cama de su habitación en el Hotel Cervantes de Linares, Manolete descansaba. La persiana impedía que el radiante sol andaluz penetrara en el cuarto. Vestido con una bata azul de lunares blancos Manuel Rodríguez le hizo la pregunta a Camará.
“Muy bonita”, dijo don José Flores, al instante que Chimo, su mozo de espadas, en un silencioso ritual comenzaba a preparar las cosas para la corrida. “Chimo, ¿qué vestido vas a sacar?”. “El rosa, maestro”. “Ve si hay un par de medias de las que usamos en Barcelona. Las otras se arrugaron y me molestan”. Se volteó y cerró los ojos. No le molestaron hasta pasadas las doce del día cuando comió muy ligero: un filete de ternera, uvas y café con leche. Encendió un cigarrillo, fue al cuarto de baño a bañarse y afeitarse. Desde temprano los amigos fueron a verle; Álvaro Domecq, Ricardo García K-Hito, el periodista que le bautizó en una estruendosa crónica Monstruo, y otros. Chimo había colocado sobre la mesa las estampas religiosas y bajo el capote de paseo, en un rincón y sobre una silla, el traje de luces, la camisa, las medias. Bajo todo, las zapatillas desanudadas, en posición de firmes, dispuestas a hacer el ultimo paseíllo.
Y salió el quinto de la tarde
Ya todo estaba listo para que los clarines y los timbales anunciaran la salida del quinto toro de la tarde, de "Islero", número 22 de la ganadería de Miura y que le correspondía en segundo turno a Manuel Rodríguez "Manolete".
Rafael Vega de los Reyes, Gitanillo de Triana, había estado muy bien en su primero, en especial con el capote, escuchando una gran ovación y petición de oreja; con el cuarto de la tarde Gitanillo más bien abrevió, dadas las condiciones del miureño. Dominguín con el tercer toro de la tarde había cortado una oreja; había realizado una faena valentona, con pases de rodilla, desplantes y esas cosas que agradece el graderío y que exaltan cuando desean quitar a alguien del medio.
A Manolete lo querían quitar de en medio, triunfaba demasiado, ganaba mucho dinero y nunca perdía.
Islero pesó en vivo 495 kilos; era cárdeno entrepelado, astigordo y cornicorto. Manolete lo recibió con tres verónicas superiores. Luego de que "Islero" fuera picado, sin que se comportara como bravo en los caballos, Manolete inició su faena con cinco naturales y desafió al toro metiéndose en medio de los mismos pitones. Otra serie de naturales, superior. Otra serie de naturales. Cayeron prendas de vestir. Cuatro manoletinas inmensas, pases por alto colosales y siguió con otros diversos. Entró a matar, dejándose ver, colocando un estocadón a la vez que salió prendido y derribado. En brazos de los asistentes fue conducido a la enfermería, al parecer con una cornada, pues llevaba la ingle llena de sangre. A la enfermería le llevaron las dos orejas y el rabo que le habían sido concedidas.
¡No había vasos ni para beber agua!
Manolete llegó en estado de shock a la enfermería. Como lo primero era atender al restablecimiento del estado traumático, se le taponó la herida y se le aplicaron los remedios de más urgencia
No había sábanas y tuvieron que colocarlo sobre capotes de brega. Se tuvieron que buscar vasos en una tasca frente a la plaza, no los había ni para tomar agua en la enfermera de Linares.
Los doctores Carbonell y Garzón le hicieron la primera operación y la primera sangre la recibió de un cabo de la policía de nombre Juan Sánchez. El parte facultativo decía: "Herida de asta de toro situada en el ángulo izquierdo del triángulo de Scarpa, con un trayecto de veinte centímetros de longitud de abajo hacia arriba y de adentro afuera ligeramente de delante atrás, con destrozo de fibras musculares del sartorio, fascia cribiforme, recto externo, con rotura de la vena safena y contorneando el paquete vascular nervioso y la arteria femoral en una extensión de cinco centímetros y otro trayecto hacia abajo y hacia afuera de unos quince centímetros de longitud, con extensa hemorragia y fuerte shock traumático. Pronóstico: muy grave".De la enfermería de la plaza lo llevaron al hospital de Linares. Inyecciones de suero fisiológico, cafeína, antitoxinas, cardiazol, efedrina, todo lo que la ciencia médica podía emplear. Pero Manolete no reaccionó nunca del shock.
Ha muerto
“Me encuentro muy mal”, le dijo a don Álvaro Domecq. “¿Maté al toro de la estocada? ¿Y no me han dado ni una oreja?”. Al saber por Camará que le dieron las dos y el rabo se sonrió; él, que nunca sonreía, lo hizo al borde de la muerte. Luego volvió a exclamar: “¡Dios mío, qué malo me encuentro! Álvaro, tráeme mis medallas. ¡Cómo sufrirá mi madre!”.
A las cinco entró en agonía. Sin estertores ni angustias, ni suspiros... Inclinó la cabeza a la derecha, como si buscara con su ciega mirada un camino de salvación. El doctor Tamames, que le sujetaba el pulso, exclamó:
¡Ha muerto!
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