popular fotógrafo taurino de Mérida
Rafael “El Chato” Plaza. Elmiércoles se nos fue su presencia física, pero su legado plasmado en la fotografía taurina quedará grabado por siempre.
Rubén Darío Villafraz
rubenvillafraz@yahoo.com
MÉRIDA (Ven.).- El comienzo del día miércoles peor no nos pudo traer mala noticia. El otro lado del hilo telefónico mi buen amigo Carlos Albarrán hacia llegar el fallecimiento de un personaje del toro, que vivió como pocos los bueno y lo malo, los triunfos y derrotas de una fiesta que amó como pocos.
Se nos fue “El Chato” Plaza. Ese era el comentario común de todos ayer los que sentimos el llamado del toro en una ciudad que hizo suya por gran parte de su recorrido en este mundo terrenal.
No fue uno más “el chatico”… de ninguna manera. Se le puede considerar el primer matador de toros que ha parido estas montañas emeritenses, las mismas que le vieron nacer un 27 de diciembre hace 84 años, con el nombre de pila baustilmal de Rafael Antonio Plaza Otilia.
Desde joven siempre su afición se inclinó por el arte de Cúchares, el mismo que le llevó hacer campaña de novillero con toros criollos, a finales de los cuarenta y comienzos de la década del cincuenta del pasado siglo, a tal punto de llevarle por ruedos mexicanos y peruanos, así como colombianos.
Pero serian los cosos del centro del país -quienes dominaban el escenario taurino por importancia y tradición por aquellos años- específicamente Valencia, Maracay o la misma Caracas, las que vieron la trascendencia taurina del “Chato Plaza”, quien su robusta corpulencia lo complementaba con el valor y ganas, tarde a tarde, que le cupo salir al ruedo. En Arenas de Valencia se le recuerda hacer el paseíllo junto a quien fue su primer mentor de lecciones taurinas, Don César Faraco, coso que le proyectó para hacer las maletas e irse por la geografía peruana hacerse torero.
Y así lo hizo. Tras varias actuaciones decorosas en ruedos incas, se le presenta la ocasión de vestir la borla de matador de toros en la misma bicentenaria Plaza de Toros de Acho, en la capital peruana, un 28 de octubre de 1952. El acontecimiento sería mero trámite, pues a los pocos días renunciaría a esta para volver hacer el paseíllo como novillero, lo que hizo que su ceremonia nunca fuese reconocida como tal, aun cuando para ello ahondaremos en detalles en posteriores entregas.
Lo cierto del caso es que como torero las cosas no funcionaron con el paso de los años, y para no perder el hilo de lo que fue su pasión, la fotografía se convertiría en un medio para estar cerca de él. Allí con la cámara al pecho y la mirada fija en el detalle pasaría a la posteridad quien nos referimos, hecho que le granjearía amistad universal a todo aquel que alguna vez le trato como persona afable, de verbo y acento singular.
Miles serian los instantes que el “click” de sus cámaras de rollo y últimamente digitales captó, lo que hizo que millones de personas vieran lo bella de esta fiesta, la misma que supo aprovechar en su faceta más inmaculada como fue el de siempre andar correcto, sembrando la buena vibra que dejo a lo largo de su paso.
Otra faceta que no del todo se le ventiló al “Chato” fue la farandulera. Específicamente durante varios años su presencia se le vinculó con la representación de primeros artista de corte internacional y nacional, como fue la que le se le relacionó con la “primerísima” Mirla Castellanos o el “Indio Araucano” entre algunas de los que por sus manos pasó sus relaciones con empresarios y prensa.
Se ha ido un gran hombre, un padre y esposo ejemplar. Aficionado como pocos, quienes en estos instantes lloran su irreparable partida. Descanse en paz.
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