Los toros de Miura son altos, largos, abiertos de cuerna, aparentemente agalgados, aunque rebasen los 600 kilos
Padilla, a merced del toro, trata de zafarse de las astas del miura
ANDRÉS AMORÓS / PAMPLONA
En un burladero interior del tendido «1», un rótulo en grandes letras amarillas reza así: «¡Aúpa la roja!» La final de fútbol protagoniza una tarde en la que suceden cosas insólitas. En el desánimo colectivo que estamos viviendo, el mejor remedio es que la selección española (así se la ha llamado siempre) se proclame campeona mundial de fútbol. Mientras tanto, vivir los Sanfermines es un eficaz antidepresivo: no conozco una explosión colectiva de alegría popular comparable a lo que estamos viviendo este fin de semana.
Cosas insólitas: ¿Silencio en Pamplona? ¡Increíble! Las peñas, en guerra política con la alcadesa, deciden no acudir hoy a la Plaza: llena, como todas las tardes, salvo los tendidos de sol, desiertos. Por primera vez, se escuchan bien los pasodobles de la banda.
Los toros de Miura son altos, largos, abiertos de cuerna, aparentemente agalgados, aunque rebasen los 600 kilos. Lo insólito es que los cuatro primeros resulten manejables, nobles y hasta sosos.
Los momentos más dramáticos los protagoniza Juan José Padilla. El primero es francamente bueno: noble y suave. Padilla da largas y verónicas, banderillea, inicia el muleteo de rodillas. El toro le permite estar tranquilo y templado en los derechazos. Al intentar el natural, lo encuna, le pega una paliza y, al levantarlo, lo hiere. Lo llevan a la enfermería, donde aprecian varias contusiones. Toma los trastos Rafaelillo. En esas, reaparece Padilla, sin chaleco, cojeando: todavía da unas manoletinas y hace un desplante. Aunque la estocada queda caída, la emoción le da la única oreja de la tarde.
Dudamos todos si aparecerá en el cuarto. Sale de la enfermería en ese momento, con un aspecto insólito: sin chaquetilla, con chaleco negro y oro, pantalones vaqueros y faja de San Fermín... Cojeando visiblemente, Padilla no perdona ni las banderillas pero el toro sale con la cara alta, distraído, y lo mata mal, de muy lejos.
El resto de la corrida no tiene ese tono emocional, tan de Pamplona. El primero de Rafaelillo es noble y flojo. Liga los muletazos con suavidad por los dos lados pero el toro prueba y se para. Lo aguanta Rafael, metido entre los pitones, pero tarda en matar.
El quinto sale suelto, rebrincado, y hace hilo en banderillas. A mitad de faena, se para y busca. Rafaelillo le busca las vueltas, tira de recursos profesionales, pero el toro no se deja entrar a matar y falta poco para que se vaya vivo. (Un buen detalle: Padilla, en sus circunstancias, ayuda a su compañero, en apuros).
En su última temporada, Javier Valverde no logra lucirse con el tercero, demasiado soso, al que da muchos derechazos sin emocionar. Pone más voluntad en el último, que se había caído mucho en el encierro, y queda reservón, muy corto.
Sólo Padilla, con su arrojo y sus recursos, logra el éxito. Salimos de la Plaza corriendo para ver el triunfo de una España que —en contra del disparate que alguien dijo— ni es discutida ni es discutible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario