El homenaje al ídolo de Las Ventas en la sede del Club Matador atrae al arquitecto y enfatiza la a un torero que dice de sí mismo haber hecho lo que le ha dado la gana
La fotografía precaria que ilustra este artículo seguramente no reúne las condiciones para llevarse un premio, pero reúne todas las cualidades de un documento. Y expone la devoción con que el arquitecto Rafael Moneo saludaba a Paco Camino en un homenaje que le organizamos al torero los socios de la Asociación Cultural Minotauro.
Hubiera querido levantarse el torero de Camas para corresponder la deferencia. No lo hizo porque le cuesta ponerse de pie, aunque las limitaciones no llegan al extremo de requerir una silla de ruedas ni una muleta. Se ayuda en el brazo de su mujer, Isabel. Y conserva la lucidez y la clarividencia que le hicieron gigante, inmenso, en los ruedos.
Ya se ocupó Moneo de improvisar una laudatio en los postres, de evocar la naturalidad, el poder y la gracia con que se desenvolvía Camino. La facilidad, el talento, el respeto al público (y viceversa). Y la totalidad de la tauromaquia. El capote de seda. La muñeca izquierda en el primor de los naturales. Y la espada abriéndose camino como un cuchillo en la mantequilla.
Ha cumplido Camino 82 años y Moneo tiene 85. Los identifica la generación y el buen gusto, pero es probable que el arquitecto hubiera querido ser torero… y no al revés. Moneo llegó a tiempo de ver torear a Manolete en Tudela. Y fue precisamente en Navarra donde Camino puso kilómetros a la discriminación de La Maestranza. “Yo no soy de Sevilla, soy de Camas”, nos concedía el matador, enfatizando así el despecho o la victoria.
Recordaba Jorge Hernández que los aficionados mexicanos se arrojaron al ruedo para levantar en volandas al matador cuando el toro aún no había capitulado. Tan grande era el delirio. Y tan lejos había llegado el estado de gracia del maestro en la reunión de la sabiduría, la estética y la pureza.
La plenitud le exigió pagar el tributo de treinta cornadas. Y le constriñó a recibir la extremaunción hasta en dos ocasiones
“He hecho lo que me ha dado la gana”, nos contaba Camino en la sede del Club Matador. No con petulancia, sino como una evidencia. La plenitud le exigió pagar el tributo de treinta cornadas. Y le constriñó a recibir la extremaunción hasta en dos ocasiones —Bilbao, Aranjuez—, aunque la experiencia del túnel redundó en la dimensión de los prodigios.
Camino lo fue de niño y lo fue de adulto. Y lo es también en las contingencias de la ancianidad, con sus andares titubeantes, sus tirantes rojigualda, su laconismo, su coquetería, su sonrisa de niño y las manos enjutas de una escultura de Salzillo. Habla sin rencores ni veneno. Evoca la violencia de los toros de antaño. Le gusta Ginés Marín y ver por televisión las novilladas sin caballos. Y mira hacia atrás con más serenidad que orgullo: “Quiero que se diga de mi que fui un buen torero. Nada más. Y creo haberlo conseguido”.
Estaba bien arropado Camino en el homenaje que le hicimos. Le acompañaban Curro Vázquez y El Macareno. Y le confortaba el cariño y la veneración de quienes le vieron y no le vimos, aunque los documentos audiovisuales y la inercia de la historia explica que la encuesta organizada por la revista Minotauro en enero de 2021 llegara a la conclusión de que Camino ocupaba el sexto lugar entre los matadores de todos los tiempos, solo un escalón por debajo del colega al que más ha admirado: Ordóñez.
Publicado en El Confidencial
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