El palco salda una deuda con el extremeño y concede las dos orejas del quinto de una manejable y descafeinada corrida de José Vázquez
Debió de ser una movida sideral lo de los corrales por la mañana para sacar adelante la descafeinada corrida de José Vázquez tal como apareció. Decían que Curro Vázquez la peleó duro y de los nueve quedaron cinco de JV; que en un momento dado solo permanecía en el cartel Ángel Téllez; que los suyos -Cayetano Rivera y Ginés Marín- se iban. De todo informaba radio canuto. Así que imagino que el cabreo del presidente José Antonio Ezquerra aún duraba cuando le negó la oreja a Cayetano. A quien, independientemente de juicios de valor, se la pidieron con atronadora mayoría. La vendetta pareció seguir con Ginés -a quien luego compensaría de largo- y otra negación de trofeo, sin que la petición fuera igual de contundente, sí suficiente. Y el Reglamento es claro al respecto.
Otra cuestión es si lo de Cayetano y Ginés adquiriría el peso necesario para el trofeo. La faena de Rivera a un toro cornalón que se escurría por detrás y que se iría afianzando fue fresca y ligera, sin apretarlo ni apretarse nunca con él. Sobre el buen pitón derecho cimentó su labor, resuelta de pinchazo y estocada.
La cosa de Ginés sucedió con un toro recortado, un zapato, de recogida cara también. Que colocó bien en el embroque el breve tiempo que se sujetaba en los engaños, siempre tan suelto. Tanto, que acabaría fugándose a la querencia después de un par de series sobre la mano derecha. Una de ellas de rodillas. Lo demás consistió en un prolijo frío ejercicio de sujeción, ya entre las rayas. Un espadazo con el sello de la casa puso fin antes del entusiasmo desbocado y la venganza de don José Antonio.
La entipada, terciada y bien corrida de José Vázquez hubo de remendarse con un sobrero de Juan Pedro Domecq del día anterior, que tampoco la acercó a lo que se entendía por el «toro de Zaragoza». Que solía ser feo y destartalado, por otra parte. El juampedro, levantado del piso y escasito, más que sumar, restaba con menos cara que la mayoría de los toros colmenareños. Se movió con rácana entrega, triste fondo y corto viaje. Ángel Téllez, que por concepto redondea muchísimo el muletazo, metiéndoselo hacía dentro, se lo dejaba encima. Así que se juntaron el hambre con las ganas de comer y, después de un natural mayúsculo, sobrevino un volteretón espantoso, afortunadamente incruento. Téllez se enfibró entonces en un arrimón con el toro totalmente desfondado. Pero no pasó con la espada en varios pinchazos.
Precisamente la espada le funcionó a Cayetano con su peculiar estilo para tumbar de una sola vez al colorado cuarto, el más cuajado, de amplia cara y notable estilo a izquierdas el poquito tiempo que duró. Tan vacío el depósito de raza como el de toda la corrida. El buen dibujo de los naturales careció de reunión. Como toda la faena.
El estoque de Marín, otra vez, como toda la temporada, fue un cañón con el descarado y noble quinto, de medido fondo. Que contó con cuatro o cinco series exactas antes de rajarse. Ginés le abría los caminos hacia delante con espera, paciencia y tacto, leyendo correctamente la lección. Una tanda de naturales tras tres tandas diestras tuvo luz propia. En la ruta del toro a tablas, floreó el epílogo rodilla en tierra. Rodó el animal con el espadazo y la gente enloqueció. Al señor Ezquerra le pesó la conciencia y aplicó la ley de la compensación, que fue más allá. Pues al dar las dos orejas abría la puerta grande, que con una y una en Aragón no se abre.
Cuando devolvieron al último toro de José Vázquez, que se movía como descaderado, y saltó el manso sobrero de El Pilar al empresario le pegaron el cante: «¡Vaya feria, Zuñiga, vaya feria!». Téllez se estrelló, sin ideas, contra el mulo y lo mató muy mal.
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