miércoles, 19 de octubre de 2022

Y CÉSAR GIRÓN MURIÓ ILUSIONADO ... por Víctor José López EL VITO

 

Aquel año de 1971 César Girón lo vivió entre Caracas y Valencia, aunque residenciado en Maracay. Se le veía con frecuencia por el amplio y hermoso Paseo de Las Delicias entregado a sus largas caminatas, las que remataba a media mañana en La Maestranza para torear de salón y hasta para jugar una breve partida de fútbol. 

Vivía ilusionado ... 

En El Cubanito se desayunaba con un par de batidos de melón y al mediodía se iba a Caracas.


 
César Girón fue torero de Madrid, torero muy superior a muchos recordados en los azulejos de Las Ventas


 

 No bebía. Almorzaba en el Mesón del Toro en Sabana Grande, o en el Mario’s de la Avenida Casanova propiedad de Luis Mario Fernández, su amigo. Todos los días regresaba a Maracay donde le esperaban.


 Entonces César vivía una ilusión sentimental que le revivía y se había transformado. 

 

Valencia crecía en importancia como plaza de toros con rango universal, bajo la dirección de Girón realizó una temporada interesante de la que recordamos las dos grandes corridas del Sesquicentenario, aquel homenaje a los héroes de la Independencia y de la Batalla de Carabobo. Fueron dos corridas, una de ellas, la del sábado 26 de junio, fue la última corrida en la vida de César. Girón.

 

Triunfal, apoteósica, así fue su despedida de los ruedos. Marcada en el recuerdo como aquel “adiós a Madrid”, al que Cañabate en su reseña en el ‘ABC’ tituló “Adiós por naturales”...

El adiós de César Girón en Valencia fue digno de su brillante carrera. Como empresario para la Corrida del Sesquicentenario de la Batalla de la Independencia de Venezuela contrató a Antonio Bienvenida y a Luis Miguel Dominguín. Compró una corrida de Reyes Huerta; y para el día siguiente anunció toros de Javier Garfias, para una Corrida Goyesca con Curro Romero, Manolo Martínez y Efraín Girón. 

César salió a hombros aquella tarde. Fue el primero en abrir la Puerta Grande en la historia de la Monumental. Cortó cuatro orejas, dos en cada toro. Hubo un momento cuando toreaba por naturales, que desde el centro del redondel y señalándole , al rematar una tanda de templados y mandones naturales, indicó con la punta de su estoque como la  mira del acero de triunfos, la  espada que bien utilizada sirvió para abrir caminos en gestas heroicas apuntándola hacia el Palco Presidencial.  Allá, arriba en el Palco, estaba su amigo, el doctor Rafael Caldera, Presidente de la República.


 De inmediato, levemente cruzado al pitón contrario, volvió por naturales templados, acariciantes, cimbreante la cintura y los flecos de la muleta apenas rozaban las arenas que le despedían de su vida profesional, muleta que llevaba a milímetros  los pitones del toro poblano de nombre “Fabiolo”, el que fue el último toro en su vida. 


La salida a hombros de Girón en medio de los dos pilares de la torería: la Casa Bienvenida y la Casa Dominguín, gloriosas dinastías representadas por sus mejores toreros: Antonio y Luis Miguel.

Los históricos nombres escoltaban al mejor torero de América que salía del coso a hombros de ese pueblo de bronce, mestizo e iracundo, que aquella tarde le izó como bandera de triunfo, la de los triunfos que necesita la nación venezolana para recobrar su desaparecida identidad.

 

César Girón salió redivido de las Corridas del Sesquicentenario. Vivía con más ideas. Tambien con amplios proyectos. Manifestaba Girón satisfacción en su orgullo porque comenzaba a poner en marcha el sueño grande de la gran plaza. Siempre quejoso, pero animado a emprender distintas empresas. Iba con mucha regularidad a Caracas, y no dejaba de pensar cómo organizar corridas de toros con los mejores toreros del mundo, con el sólo propósito de ganarles la pelea. 


En una ocasión toreó mano a mano con Dámaso González, que estaba de moda por sus alardes de valor ante los toros, y remedó al albaceteño en cada postura o actitud ante los toros de San Mateo, cinqueños y en puntas, ganándole la pelea.


 Manifestó su deseo de reunir en la Feria de la Naranja a los mejores toreros del mundo.  –No me importa el dinero. La plaza de Valencia debe sembrar para luego cosechar. Si traemos a los mejores toreros y a las mejores ganaderías, las cosas tienen que salirnos bien. Con el tiempo Valencia será como Sevilla, donde la gente va por inercia a la Feria de Abril, sin conocer los carteles pero sabiendo de antemano que en la Maestranza se presentan buenos carteles y se respeta al público.  Eso es lo que tenemos que hacer ¡Sembrar para luego cosechar! 

 

Hablaba de su proyecto “La feria de los famosos” y mostraba el boceto de los carteles con la famosa fotografía de Cuevas en la que vemos a César en un ayudado por alto, por el pitón derecho, el toro de Urquijo con las manos por delante y las astas que apuntan hacia el cielo, hacia la gloria.  Abriré con Luis Miguel y Paco Camino. Contrataré a Manolo Martínez, Miguel Márquez, Palomo y veré si Curro (su hermano) se pone a tono. Sabes que “don Francisco” a veces se pone cómico.


 César se refería así al maestro Curro Girón, cuando las relaciones fraternales estaban tensas. César siempre cuidó de Curro, pero siempre le celó. Lo mismo Curro, siempre reconoció la grandeza de César, pero le celaba mucho y actuaba con malcriadez en ciertas oportunidades. 

César siempre veló por sus hermanos. Incluso cuando estaba disgustado. A su manera y muy particular estilo fue más que un protector y un padre para ellos.

 

Para octubre de 1971, Federico Núñez y Oswaldo Michelena organizaron en la Monumental de Valencia un festival taurino. Por aquellos días estaban en boga los “festivales del recuerdo”, aprovechando que los toreros gloria de la “Edad de Oro “de México todavía se atrevían. Gracias a las buenas diligencias de Michelena contrataron a Silverio Pérez, Luis Castro “El Soldado”, Alfonso Ramírez “El Calesero” y a Luis Procuna; además de siete bellísimos novillos de siete diferentes ganaderías mexicanas que fueron donados por los ganaderos aztecas.

 

Novillos muy bien presentados y de excelente procedencia. Federico Núñez contrató en Venezuela a Eduardo Antich y a Luis Sánchez “El Diamante Negro” y al novillero Carlos Reynaga, “El tornillo”, que había destacado en la temporada. Por uno de esos incomprensibles motivos que se escudan en ordenanzas la Comisión Taurina, impidió la celebración del festival para el día que estaba anunciado, alegando la tardanza de la llegada de los toros a la Monumental. 

Se casaron con la  letra de la Ley exacta. ¡Inflexibles! 


La tardanza fue de unas 24 a 30 horas. Siete hermosos novillos de irreprochable presencia, con más trapío y peso de muchos de los toros lidiados “reglamentariamente” en Valencia, pero el festival fue pospuesto por una semana y las pérdidas en dinero fueron cuantiosas. Los gastos de los toreros, su estada en hoteles, la devolución de entradas, gastos publicitarios. 

Una verdadera calamidad. 


El día de la suspensión, Oswaldo Michelena, con gran sentido del humor, nos invitó junto a los maestros mexicanos a su finca “La Guacamaya”. Entre las personas invitadas estaba César, que compartió con Silverio, El Calesero, Procuna y El Soldado, que comentaban los planes de Girón en convertir a la Monumental en un coso de actividad permanente durante el año. No sólo para asuntos taurinos, sino también para otro tipo de espectáculos. 

Por aquellos días surgió un delicado problema entre Manolo Chopera, Sebastián González y la Asociación de Criadores de Toros de Lidia de México por unas vacas que envió a Venezuela a nombre Ángel Procuna, representante del donostiarra en tierras aztecas. Vacas que supuestamente eran de “Torrecilla” y venían destinadas a la ganadería de “Tierra Blanca”. Con el tiempo se descubriría que Ángel Procuna le jugó con cartas marcadas a “El Mudo” Llaguno, cuando le compró las vacas y le dijo que eran para una ganadería mexicana, y a Chopera, cuando le dijo que las vacas eran de “Torrecilla” y lo cierto fue que Procuna en el camino cambió las vacas de “Torrecilla” por otras de otra procedencia (dicen que de San Diego de los Padres) y las envió a Venezuela. 

Lo cierto del asunto es que se violaron las leyes de la Secretaría de Agricultura de México y las ordenanzas de la Asociación de Criadores de México, se engañó al ganadero de “Torrecilla” y fueron timados Sebastián y Chopera. 


Para subsanarlo, unos días antes de la llegada de los toros para el festival y para las corridas que anunciaba la empresa Martínez-González para la Feria de Caracas, llegaron a Venezuela unos representantes de la Asociación de Ganaderos para sacrificar las vacas. Vinieron, fueron muy bien atendidos, hicieron su pantomima en la finca de Tierra Blanca en Villa de Cura y todos tan contentos. 

Cuando se realizó el festival en Valencia, en Caracas se inauguraba, la misma tarde, la feria con una memorable corrida de “Tequisquiapan”. 


Ese día César Girón estaba en el callejón de la plaza. Vestía una franela blanca, de mangas largas y cuello de tortuga y calzaba mocasines blancos, sin medias. Salió a la arena en el turno de Eduardo Antich.  Hizo el trabajo de un gran banderillero y le sirvió de peón de brega. 


Fue la última vez que César Girón se puso frente a un toro. 

Girón ha sido el más venezolano de todos los toreros. Jamás perdió su acento criollo, su dejo caraqueño, su forma abierta de decir las cosas. Guardaba adentro de su alma una gran admiración por España y se quejaba de que no pudiéramos hacer las cosas en el toreo como la hacían los taurinos españoles. Reclamaba un nacionalismo recalcitrante, porque se sentía huérfano del cariño de las masas. 


Entre las muchas manías que tenía César Girón estaba la de guardar objetos. Era un peligro cuando iba a una comida, una reunión, donde servían con cubertería lujosa, porque siempre se guardaba una cucharilla; o cuando iba a un restaurante. Se metía en el bolsillo un cenicero de lujo, un plato de loza fina, lo que le gustara. Así era con los relojes. Los relojes pulsera le encantaban y los coleccionaba. Conocí en su muñeca las mejores marcas de relojes y era más fácil que se desprendiera de una buena suma de dinero, por ejemplo, que de un reloj. Por los relojes pulsera sintió una gran debilidad y eran para él como un blasón que significaba conquistas. Cuando venía a Caracas gustaba de ufanarse de una conquista secreta que tenía en Maracay. Aunque no revelaba el nombre de la dama, sí me contaba que ésta para asegurarse que regresaría esa misma tarde a la Ciudad Jardín, le retenía un reloj suizo que César apreciaba mucho. 

 

El 20 de octubre de 1971 amaneció Maracay luminoso y muy fresco. César aprovechó para dar su caminata diaria por el paseo de Las Delicias en compañía de Freddy, su hermano menor. Ese día no fue a La Maestranza, porque debía ir a Caracas para tratar un asunto relacionado con un préstamo que había solicitado del Instituto Agrario Nacional (IAN). También, para cubrir algunos trámites de asuntos relacionados con las corridas de Valencia, en compañía de Rafael Felice Castillo, su secretario privado. 

Nos vimos brevemente en el Mario’s, como casi todos los mediodías. Me fui al diario y él se marchó, con Iván Sánchez, al restaurante El Portón, en El Rosal, donde tenía una cita con varios amigos. En El Portón, casa de Pepe Piñero, se reunió con Julio García Vallenilla, Carlitos García y sus hermanos Curro y Efraín. Cosa muy curiosa. Se reunieron con César algunas de las personas más ligadas y por las que mayor afecto sintió en vida, como si de una despedida se tratara. 

Ese día Caracas estaba prendida de taurinismo por los cuatro costados. En el Hotel Hilton se reunía la gente de “Tarapío” con los portugueses Joao Pinto Barreiro y Mario Coelho, que habían llegado a Venezuela para rematar las negociaciones de la importación de reses de Europa, habiendo sido la finca de Pinto en Villa Franca de Xira el sitio escogido por las autoridades venezolanas para hacer la estación cuarentenaria de acuerdo a las exigencias de Sanidad Animal Internacional. 


Eran mis días de estudiante en la Universidad Católica. Salí cerca de las nueve y treinta de la noche de la cátedra de Filosofía del doctor Marino Pérez Durán y en compañía de mi hermana Milagros, que iniciaba su licenciatura de Comunicación Social asistía a la facultad en la Universidad Católica. Nos acompañaba en ese momento Francisco Pérez Avendaño, gran amigo de casa e hijo del doctor Martín Pérez Matos, célebre abogado caraqueño. 

Muy cerca de la salida a El Paraíso, escuché en la voz de Carlitos González, comentarista de los juegos de béisbol en Radio Rumbos, que informaba de un fatal accidente de tránsito en el que había perdido la vida César Girón. Fue como si sobre mis hombros se desplomara el cielo, el universo, un peso impresionante y aplastante cuando dijo: “... en un accidente automovilístico en La Victoria, se mató César Girón”. 


De inmediato fui al periódico, en la Esquina de La Quebradita. Jorge Cahue estaba a punto de abordar la patrulla del periódico para dirigirse al sitio del accidente. Tomé su lugar y junto a Ennio Perdomo, “El Loco”, un gran fotógrafo de sucesos, me trasladé de inmediato hasta el sitio donde había ocurrido el accidente. 

El fatal percance sucedió a las ocho y media de la noche en el kilómetro 72 de la Autopista Regional del Centro, justamente frente a una gran chimenea de un trapiche aragüeño. César conducía un Volkswagen Carmanggia. Aparentemente, se durmió y estrelló su carro contra la parte trasera de un camión Ford que viajaba, muy despacio y casi metido dentro del hombrillo de la carretera en la misma dirección que iba Girón. Llegamos al sitio. Entrevisté al ayudante del chofer, que aún se encontraba en el sitio del percance. El conductor del camión Ford, contra el que estrelló Girón, el vehículo que manejaba era el tachirense Parménides Haarón Colmenares, natural de San Cristóbal. El ayudante del chofer me contó que sintieron un gran ruido, y que Parménides 

Chacón detuvo el camión en ese mismo instante. El vehículo de carga iba muy despacio y por eso rodó muy poco, escasos metros, desde el sitio de la colisión. Cuando Chacón revisó encontró a un carro rojo incrustado en la parte trasera. 


Parménides, naturalmente, no sabía de quién se trataba. De inmediato sacó el cuerpo herido y sin conocimiento, entre el amasijo de hierros torcidos que le abrazaban. Pidió ayuda sin tener respuesta. Al rato, luego de que varios automóviles pasaron sin atender a la solicitud de auxilio, se detuvo un automóvil. Era el Gobernador del Estado Portuguesa, Valdemar Cordero Vale, quien condujo a César Girón hasta Maracay y lo entregó en Emergencia del Hospital Central. 

Contó el Gobernador de Portuguesa que al llegar al Obelisco, monumento a la entrada de la Ciudad Jardín, sintió que César Girón dejó de existir. Sin embargo la opinión de los médicos fue diferente. El cadáver de Girón fue recibido por los doctores Jorge Pernía y Henry Burguera. Pernía me dijo que no sabía que el muerto era César, hasta el momento que revisaron sus documentos. Burguera me indicó que la muerte fue casi instantánea, y que se debió al hundimiento de la caja torácica en la que recibió un golpe muy fuerte del volante del automóvil, que quedó completamente destrozado. 

Más tarde, ya en el velatorio, me contó Rafael Felice Castillo, Presidente del Instituto Nacional de Deportes, que se había opuesto a que César regresara a Maracay.  –Le acompañé junto a mi esposa y con Efraín Girón hasta el peaje de la autopista en Tazón. Discutimos fuerte porque estaba empeñado en “ir a buscar un reloj que había dejado”. Otro de los argumentos que esgrimió fue que tenía que viajar a Carora, a “Los Aranguez”, para seguir sus entrenamientos ya que quería “estar como una hojilla” –así lo decía él–, para las corridas feriales. César se lavó la cara en la caseta de la Guardia Nacional, les dijo hasta luego, le dió la bendición a Efraín y se marchó. 


Rafael Felice Castillo se quedó muy preocupado. Cuando consideró que había transcurrido el tiempo para que hubiera llegado a su casa, Felice llamó a Maracay. El teléfono estaba ocupado y Rafael pensó que era César, que había llegado a su casa y conversaba. Sin embargo insistió, y al fin, cuando pudo comunicarse, una de las hermanas le informó que había muerto. 

 

El miércoles 20 de octubre Maracay amaneció hirviendo en su corazón. El cadáver de César Girón fue llevado de la Gobernación de Aragua, 

antiguo Hotel Jardín, le velaron en el mismo sitio donde de muchacho vendedor de guarapo intentó robarle el traje de luces a Carlos Arruza, más tarde su padrino de alternativa. Más tade su padrino, y su maigo y maestro. 


El Hotel Jardín, hospedaje de Manolete y de Solórzano, de las grandes figuras del toreo que de niño le inspiraron y entusiasmaron.

El pueblo se convirtió en un rosario de gente. Muchos  jamás le vieron en una plaza de toros. Otros, le siguieron por las arenas de todo el mundo. Todos sabían que ese cuerpo inerte era el de un venezolano singular, distinto, rebelde, dueño de profundas contradicciones que le llevaron al triunfo y al dolor por no sentirse reconocido en la inmensidad de su propia verdad. 



El cadáver fue paseado por el ruedo de la plaza de toros La Maestranza.  Su plaza. Las gradas se llenaron de pueblo, gradas repletas del corazón de una nación que latía con  impresionantes expresiones de dolor. Antes había sembrado el orgullo de una nación, pero fue en la arena de la Plaza del Calicanto, la que hoy lleva su nombre y que como la nación está en ruinas. 

 




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