lunes, 10 de octubre de 2022

PASEO DE VENTAURINO POR EL BARRIO DE SALAMANCA. por Juan Salazar, Madrid.'

 



 

El domingo 9 de octubre, a las 11.00h, nos congregamos un grupo de amigos y aficionados de Venezuela, con algún infiltrado, debajo del conjunto escultórico que preside la madrileña plaza de Felipe II. La convocatoria fue promovida por François Zumbiehl y el objetivo era hacer un recorrido taurino por el barrio de Salamanca.

A esas horas mañaneras corría una brisa fresquita que aliviaba los calores con los que finalizamos la jornada.

El paseo tenía por objeto continuar con los ya realizados por la Puerta del Sol, evocando a Joselito, el del barrio de Chamberí, recordando a los toreros de la Edad de Plata y el efectuado en mayo pasado por la Gran Vía.

Todos los congregados, salvo el infiltrado, eran integrantes de la extensa y eximia Saga de los Anzola. «Hola primo», «¿cómo estás primo?». Las presentaciones sobraban… Aún y así no estaban todos los Anzola, faltaban algunos a los que recordamos como el gran Eloy y la queridísima Isabel.




Pero además fueron muchos los nombres que nos acompañaron en la jornada y que en un momento u otro salieron a colación: Julio, Víctor, Fernanda, María Ángeles, Vicente, Ignacio, Juan Pablo, Karl, Manuel…, la lista resulta interminable.

Dado que algún convocado se retrasaba, por darle tiempo, decidimos iniciar el recorrido acercándonos a la calle de Goya 120, donde se ubicaba la clínica del Doctor Crespo, establecimiento en el que fallecieron diferentes espadas como Curro Puya, Pascual Márquez ó Ignacio Sánchez Mejías, este último fruto de la cornada recibida en Manzanares; la desconfianza en los doctores manchegos y su deseo de ser atendido en este centro le costó la vida. 

De allí nos desplazamos nuevamente al lugar de la convocatoria, la plaza de Felipe II, donde se encontraba la Plaza de Madrid, que estuvo en funcionamiento desde 1874 a 1934, y en la que torearon las grandes figuras. En este coso se presentó como novillero Eleazar Sananes  Rubito, el 6 de abril de 1922 y en su ruedo tomó la alternativa el miércoles 17 de mayo, diez días después de la trágica muerte de Granero aquí ocurrida; Rubito se doctoró en un festejo de relumbrón, la Corrida de la Beneficencia, con toros de Gamero Cívico y compartiendo cartel con Saleri II, Nacional II y Marcial Lalanda.

En la propia explanada nos acercamos al número 30, en cuyo dintel se recuerda lo que años atrás fue la «Avenida de la Plaza de Toros».

Muy próxima, en el 24, se encontraba la casa de Juanita Cruz, que tantas penalidades pasó para pisar los ruedos; en su honor recordamos el epitafio que está grabado bajo la estatua que custodian sus restos en el Cementerio de la Almudena:

“A pesar del daño que me hicieron los responsables de la mediocridad del toreo en los años cuarenta-cincuenta,

¡brindo por España!”

Desde allí nos acercamos al número 104 de la calle de Alcalá, domicilio de José Espeliús, el arquitecto que con Joselito diseñó el coso de Las Ventas, que vendría a sustituir al ubicado en Felipe II.

Bajando por Alcalá, en un edificio señorial sito en la confluencia con la calle de Goya, nos detuvimos ante una placa que recordaba que en el inmueble vivió Federico García Lorca entre 1933 y 1936. Aquí debió de ser donde probablemente creó el inolvidable «Llanto por Ignacio Sánchez Mejías». Evocando este texto y haciendo gala de una envidiable memoria, Alfredo nos recordó el final del mismo con sentida emoción:

«Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,

un andaluz tan claro, tan rico de aventura.

Yo canto su elegancia con palabras que gimen

y recuerdo una brisa triste por los olivos».

Alguno de los participantes, observando los balcones, preguntó por la vivienda concreta en el que viviría el artista. El más joven de los acompañantes, demostrando una gran perspicacia y tirando de lógica, respondió que, «como no debía ser un hombre de muchos recursos, sería en un piso superior». Google nos dio cumplida respuesta, y efectivamente confirmó que residía en la séptima planta. ¡A estos Anzola no se les escapa nada!

Continuamos el paseo por la calle Goya y sorteando la gran cantidad de paseantes que, llevando a sus perros, venían de una congregación de mascotas que con el peculiar nombre de «Perrotón» les había citado en la plaza de Colón. ¡Curiosos los tiempos que vivimos!

Nos paramos ante el número 42 en el que con orgullo una placa recuerda que:

«En esta casa vivió y trabajó desde 1915

Roberto Domingo

pintor taurino»

¡Qué maravilla!, ¡qué bien suena eso de «pintor taurino»!

Muy próxima a esta vivienda, en Príncipe de Vergara 27, estaba la de Juan Belmonte, domicilio en el que, según cuenta su biógrafo, una tarde citó a una turista polaca alojada en el hotel Palace que insistía en conocer al torero. Juan, que era poco dado a los agasajos, decidió observar desde la distancia y disfrazó de torero a Antoñito, su hombre de confianza, para que le suplantara. El propio Belmonte, ataviado como ayuda de cámara, servía las viandas y compartía la escena divertido. La alegría subió de todo y la invitada se excedió con las bebidas espirituosas por lo que Antoñito y Belmonte tuvieron que llevarla de vuelta al Palace. ¿Qué pensarían los empleados del distinguido establecimiento al ver llegar al trianero vestido de sirviente y a Antoñito luciendo un traje de luces?

Seguimos nuestro recorrido recordando la casa natal del gran escritor Pepe Alameda, en Goya 47, y las plazas de toros de los Campos Elíseos que estuvieron levantadas en dicha zona en el siglo XIX.

Al cruzarnos con la calle Velázquez, giramos hacia la izquierda para pasar delante del número 19, lugar en el que residió Natalio Rivas, el político que ocupó innumerables cargos, pero, a pesar de dichos honores, lo que le dio más popularidad fue su amistad con Belmonte. Prueba de ello resultó un día en el que una persona se le acercó comentándole que creía conocerle. Don Natalio se identificó con su nombre y el curioso exclamó:

«¡Ah, claro! Ya decía yo que le conocía.

Usted es ese político que es muy amigo de Belmonte»


En la confluencia con el Hotel Wellington, establecimiento taurino por excelencia, tomamos la calle Villanueva y en el 29 recordamos la que fue residencia de José Ortega Munilla, el padre de Ortega y Gasset; hasta allí se desplazó Bienvenida padre, el futuro Papa Negro, cuando buscaba una oportunidad. Al tener relación con Ortega Munilla le rogó que intercediera para que Pedro Niembro, a la sazón empresario del coso madrileño, le anunciara una tarde. Ambos, Ortega y Bienvenida se encaminaron a ver a Niembro al que José Ortega exigió que se cambiaran los carteles del festejo del siguiente domingo para hacer un hueco a Bienvenida, cosa que don Pedro aceptó sin rechistar. En el coche, de vuelta a la redacción, ante un agradecido Bienvenida, don José exclamó:

«No faltaba más! Toda la vida haciéndole favores, y el primero que 

le pido... ¡Hasta ahí podían llegar las cosas!»

Subiendo por la calle de Alcalá nos cruzamos con una marea humana que se dirigía a un concierto gratuito de un cantante de moda. ¡Qué paradoja de los tiempos!, hogaño las masas se movilizan por ver a estrellas de rock, antaño era para ver a los de luces, que se jugaban la vida ante las reses…

En el recorrido, nos detuvimos en el número 119 de la calle de Alcalá, casa en la que parece que residió Rodolfo Gaona tras su corto y desdichado matrimonio con Carmen Ruiz de Moragas.

Como punto final, y siguiendo la propuesta de François, dimos por finalizado el paseo ante un lugar icónico del Madrid taurino, el espacio en el que se encontraba el inmueble que fue residencia de la familia Bienvenida, en Príncipe de Vergara, 3. Un bonito detalle para recordar a don Antonio Bienvenida, uno de los grandes de esa saga, posiblemente el más grande.  Una buena forma de homenajear al «torero de la sonrisa» nacido hace cien años en Caracas, de lo que siempre se sintió orgulloso. No podía haber un mejor sitio para finalizar la mañana que bajo el azulejo:

«Aquí vivió la famosa dinastía torera Bienvenida»


No hay comentarios:

Publicar un comentario