Vuelve a su mejor versión con un manso duro y temperamental y se alza con el triunfo de la tarde; Talavante, que sustituía a Roca, corta una facilona oreja a un toro superior del Puerto
A las 18.03, ante la inquietud del público por el retraso de tres minutos en el espectáculo más puntual del mundo, sonó el pitido de la megafonía como presintonía de un anuncio: "Alejandro Talavante, sustituto de Roca Rey, llegará siete minutos tarde por motivos de transporte". La voz en off lo achacaba a la "premura de la sustitución", al supuesto aviso matinal y al largo viaje desde Extremadura. En el impasse de tan extraño suceso, por no decir impresentable, apareció, para terminar de arreglarlo, Juan José Padilla vestido con la chaqueta del Máster de Augusta en el ruedo. Padilla se decidió a pisarlo para recoger el calambre de una ovación que le dedicaban a su paso por el callejón. A las 18.10 bajaba Talavante y su cuadrilla de una furgoneta azul como si fueran los hombres de Harrelson, dispuestos a tomar Vista Alegre otra vez. A las 18.18 Morante de la Puebla empezó a ponerle torería a la tarde.
Morante, en este estado de gracia de su vida, haría faena a un toro de Guisando. Como fue el caso. En el interior del zamacuco de Puerto de San Lorenzo, 610 kilos en bloque, habitaba una paz remisa que Morante fue tallando desde el prólogo preñado de garbo y empaque. El fornido toraco se daba más generoso por su mano izquierda, más humillado y uniforme también. Y así MdlP pronto se lo planteó sacando naturales hermosos de lo que había y de lo que no, dotando todo del arte de su expresión. Como inteligentemente fue basculando la faena hacia la querencia, pasado el portón de toriles alcanzó a sacarle un serie de derechazos primorosos, yéndose con ellos la cintura, el pecho y el compás. Salpicado el conjunto de molinetes, zurdos, abelmontados, invertidos con la sal y la pimienta de su tierra, quedó una cosa torerísima con aquel toro de piedra. A las 18.33 enterró una estocada y escuchó una ovación.
Entre esa hora y las 19.00, Alejandro Talavante, que había llegado deprisa, toreó despacio un toro de ensueño, guapo, armónico, dulce, atemperado desde que salió y, en definitiva, una maravilla. Como Talavante a la despaciosidad no le imprimió ajuste, ni embroque -allí cabía una yunta de bueyes y toreaba al de fuera-, ni se reunió una vez con la embestida, la faena no pasó de estética y facilonga. Cuando además la embestida de Carcelero, que así se llamaba la joya del Puerto, se abría sola. Y planeaba alrededor de AT como si un amigo le embistiera haciendo de toro de Bernardino Piriz. Lo mató como si fuera de mantequilla y le dieron una oreja de la misma categoría de la faena: muy fácil.
La tensión vendría con un cinqueño de La Ventana del Puerto, manso, temperamental y duro; y la sorpresa, con un Paco Ureña en niveles prepandémicos de firmeza, entrega y autoridad. Como un recuerdo de aquel 19 redondo que holló su cumbre precisamente aquí, en Bilbao, cuando cortó cuatro esféricas orejas a una espléndida corrida de Jandilla. Sólo que ésta fue otra batalla desde que el toro, tremendamente serio, avisó de su condición escupiéndose de los caballos, apretando a los peones en banderillas. A Azuquita le dio alcance hasta casi estrellarlo contra las tablas. Un milagro que no lo clavase contra ellas. Aun así pasó desmoronado a la enfermería. A partir de entonces Ureña se ató los machos, apretó los dientes y brindó por su regreso con la montera al aire y la hombría por delante. Desde que se dobló con el toro saltaron chispas. Desprendió todo una autenticidad formidable. Ni un paso atrás con aquel disparo, que para más inri se venía por dentro. A las 19.21 le propuso la izquierda y trepó una congoja escalofriante: Ureña tiraba de la embestida como si tirase de la lengua del toro. Que se había puesto a escarbar con la cara entre las manos. Un minuto después una inmensa serie de derechazos lo reventaba por abajo, volteando Vista Alegre. Qué nervio no treparía. Cuando se fue detrás de la espada como si no hubiera mañana, el toro lo zarandeó con la saña de quien lleva una vida esperando venganza. Ese momento dramático empujó la petición hasta la segunda oreja. Pero con una estuvo bien, pues era de ley. Y pasó a la enfermería con su íntegra verdad recuperada.
Entre que el cuarto, también de La Ventana, rascó como la lija sin entrega -y Morante no pudo hacer nada más que un prólogo hermosísimo- y que el grandón quinto se daba reponiendo e intermitente, bien a veces -y Talavante anduvo mareando la perdiz; para venir así a sustituir a la máxima figura y poner en juego una puerta grande te quedas en casa-, cuando a las 20.10 regresó Paco Ureña de la enfermería hubo un clamor. Como recompensa a su sino, el último de Puerto de San Lorenzo saltó pajuno y escaso de poder. Ureña en su afán de atacar lo ahogó un tanto en la faena, que concluyó al alza con una serie de derechazos sin la ayuda y unos doblones vaciándose entero. Hundió la espada con rectitud y a las 20.28 caía otra oreja. Para su íntegra verdad recuperada, ya dije.
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