jueves, 25 de agosto de 2022

Roca Rey rinde Bilbao más allá de la razón: La épica de un titán irreductible

  

Roca Rey rinde Bilbao más allá de la razón: La épica de un titán irreductible/ Crónica de Zabala de la Serna, Bilbao 25 de agost 2022.

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El astro peruano protagoniza una tarde heroica contra viento, marea y dos terribles percances y arranca tres orejas en un ambiente de tensión y dramatismo

Roca Rey con el primero de los de su lote durante la corrida de la Feria de Bilbao.
Roca Rey con el primero de los de su lote durante la corrida de la Feria de Bilbao.Javier ZorrillaEFE

Vi este jueves en Bilbao el nacimiento de un dios, la épica más allá de la razón, la vida y la muerte separadas por un delgadísimo hilo, la eclosión de un titán elegido por el destino: Roca Rey.

A las 19.20 nació de nuevo, entre las fieras astas de un sobrero de 631 kilos. Que lo sorprendió cuando se descaraba, ya con la faena vencida y ganada, entre la duda de sacarle la muleta por la espalda o no. El arreón de la bestia mansa se coló en el instante provocando un atropello con una violencia descomunal, propia de su cobarde condición. Aún duraba el eco del bramido de las manoletinas, de la brava pelea del titán que vino del Perú. De pitón a pitón lo asaetó, lo pisoteó, lo machacó con pisotones y pezuñas. Algunos derrotes estallaban contra la arena negra como balazos.

A RR lo levantaron de la lona grogui, magullado, amoratado el rostro, como si hubiera sobrevivido al atropello de un tren. Le quitaron la casaquilla, le devolvieron el aire perdido, el agua sobre la nuca. Y volvió a ponerse para rematar lo inconcluso. Para apretarse las últimas manoletinas como el último trago de tequila. Para concluir una faena en la que aguantó lo indecible con el toraco por dentro, con los pitones por el pecho, con la taleguilla ya agujereada, cuando el de Victoriano del Río cambió. Que fue cuando le propuso la izquierda. Y aquello fue como si el Doctor Jekyll se transformase en Mr. Hyde. Como si la amable inercia de los primeros compases de faena se convirtiese en un infierno de gañafones, perdido el desplazamiento obediente en la distancia, de aquellas series ligadas por abajo, que partieron del puerto telúrico de los estatuarios. Pues to todo aquello, enterradas sus zapatillas de plomo en la negra arena, con el peso de una verdad épica, sumado al terrible percance y una estocada inapelable se lo pasó Matías por el forro de su vergüenza, si la conociese.

La plaza entera en pie, la pañolada desbordante, el pómulo del dios inca tumefacto, latiendo como el corazón de Bilbao, y el señor presidente mirando al infinito con un único pañuelo premiando al coloso. Eran dos orejas para haber sacado las dos pañuelos como cuando se arrebata y arrebola de sobremesas por cosas menores. La vuelta al ruedo del maltrecho héroe camino de la enfermería acaparó el rugido rendido de Vista Alegre.

Cuando volvió de ella a las 20.25, reconstruido, dolorido, infiltrado -la espalda y la rodilla preocupaban especialmente-, la plaza volvió a rendirse ante el titán irreductible entre gritos de "¡torero, torero!". Y forzando la épica más allá de la razón Roca Rey se arrodilló, sin apenas poder asentar la rótula del dolor. Y el toro le robó la muleta por la espalda y la huída, cojitranco, fue un dramático camino de quites infructuosos. Hasta que un capote obró el milagro. Y volvió a clavarse, ya en pie, por cambiados. Y bramaba la gente, incrédula ante tanta verdad. Y se puso a torear al toro, que era bueno, por el camino clásico, despatarrado, hundido, encajado. Todavía no había acabado el sinvivir: cayó derribado por los cuartos traseros. Otro ¡ay!, otro milagro. Y volvió a la cara del toro a cumplir con su sino, con su destino. Lo exprimió hasta acobardarlo: gobernar el toreo. Lo mató con una estocada de ley. Y Matías no tuvo más remedio que sacar los dos pañuelos debidos a la vez. Como cuando se arrebola por cosas menores. A Roca Rey no lo pudieron sacar a hombros. Se fue por la enfermería. Con toda la gloria a cuestas, con toda su épica de titán, más allá de la razón.

Juli volvió a demostrar el porqué de sus años en la cima, de su reinado bilbaíno, con un Cantapajáros hechurado que reunía el trapío de sus cinco años en su afilada cabeza. No daba un euro nadie por él, yo al menos no; el maestro sí y puede que otros sabios también. El Juli ordenó los movimientos descompuestos con una autoridad dictatorial, hallando un fondo imprevisto. La faena, por una y otra mano, desprendía tensión, voltaje, el calambre de una embestida que iba a su pesar. Por la fuerza del poder que la alargaba hasta el más allá. Siempre por abajo, todo por abajo. Brotó el recuerdo de la faena al toro costoso de La Quinta en Madrid el pasado mayo, su estética quebrada, su importancia y, en definitiva, el poderío mayúsculo. A finales de la faena el toro parecía otro, no el mítico homónimo Cantapájaros, pero sí lo suficiente para conseguir El Juli cierto abandono, un increíble relajo. Palpitaba el premio, pero la espada lo robó antes de que lo hiciera Matías.

Juli también había brillado con el toro de apertura de la notable corrida de Victoriano del Río, un conjunto muy completo compuesto por toros de diverso comportamiento. Alto o muy levantado del piso, agalgado, manilargo, muy largo también, estrecho de sienes, una seriedad muy respetable reunía la cerrada cara del que dicen abreplaza. Siempre le costó humillar, ya en el capote de JL, que dibujó un quite a compás hacia el caballo. Levísimo el segundo puyazo. A su favor la fijeza, la bondad, el dejarse hacer y sacar hasta el último aliento por las manos que lo encontraron, que incluso le dieron ritmo.

A José María Manzanares se le fue un toro, el toro de la tarde, que se venía humillado y gateando un metro antes y se iba del mismo modo un metro después. Salvo en una serie de derechazos en que se puso a su son, tirones y voces. Completó su bueno lote uno de los cuatro cinqueños de la emotiva corrida. Y sumó a ella buena nota. Pero tampoco fluyó Manzanares.

El arranque de crónica que no fue

Qué gozosa imagen de los tendidos de Vista Alegre, aunque faltase. Qué espejismo de vida, una ilusión de esperanza, un oasis en el desierto de estos días. Además llovía. Bilbao se perecía al viejo Bilbao de finales de los 90, principios de los 2000. Aquel Bilbao que se acostó poncista y amaneció julista, y entremezcló a sus dioses. Dos décadas, casi tres. Hoy adora a Roca Rey, nuevo tótem, reclamo mayor para el entradón; veremos si el roquismo -¿o cómo llamarlo?- cimenta en religión. Veremos si da tiempo...

Ficha

Plaza de Vista Alegre. Jueves, 25 de agosto de 2022. Sexta de feria. Tres cuartos de entrada. Toros de Victoriano del Río, y un sobrero del mismo hierro (3º bis); cuatro cinqueños ( 3º, 4º, 5º y 6º); serios en su dispares hechuras; conformaron con sus distintos comportamientos una notable corrida.

El Juli, de berenjena y oro. Media estocada tendida. Aviso (saludos). En el cuarto, pinchazo, otro hondo y tres descabellos. Aviso (saludos).

José María Manzanares, de corinto y oro. Pinchazo hondo y estocada. Aviso (saludos). En el quinto, estocada (saludos).

Roca Rey, de azul pavo y oro. Estocada (oreja y fuerte petición de la segunda). En el sexto, estocada (dos orejas).




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   Talavante rindió Bilbao
por Zabala de la Ser  Crónica de Aabala de la Serna Bilbao 24 de agosto 2022.

El flaco de Calamaro rindió Bilbao, reflotó su izquierda con el sedal de un extraordinario Anzuelo y abrió la puerta grande, primera de su carrera en Vista Alegre, primera de un tiempo de esperanza para Alejandro Talavante. Ojalá.

Repetía Bilbao ganadería en 24 horas, algo inaudito pero explicable. Garcigrande, ahora en manos exclusivamente de Justo Hernández, daba el relevo a Domingo Hernández, guiada por su hermana Concha Hernández.La misma sangre, el mismo tronco y, todavía, las mismas ramas. El manejo, la preparación, la selección, pondrá el futuro. La corrida de Concha saltó con una armonía mayor, una paz interior, un fondo bueno y pobre, sin fuelle ni empuje, pero con una joya genética: Anzuelo.

Salió abierta por el más descarado, el único cinqueño de los seis. De un remate portentoso, la seriedad de la edad. Venía vacío tanto trapío. Y eso que El Juli lo trató con tacto de seda, por si las pobres notas previas, tan suelto de las suertes y escupido del caballo, pudieran esconder el desarrollo secreto que su templanza apuntaba. En el quite por chicuelinas de Talavante, por ejemplo. Pero resultó una dormidera sin fuelle. Juli ni con todo mimo del mundo lo despertó.

Quien sí despertó fue Alejandro Talavante guiado por un toro guapo, algo basto, eso que da la casa, que avisó de su categoría en un quite de Tomás Rufo por verónicas mecidas, de extraordinario dibujo, enganchado el toro por delante. Anzuelo mordía el señuelo del temple y, entonces, respondía regalando una embestida aterciopelada. A calidad más calidad. Eso que vio Talavante para brindar al público y construir la obra cenital de su sufrido año. Por el son, el pulso y el escenario, claro está. Una faena que creció desde el malecón de su durita derecha a la pleamar de su izquierda. Que halló la lentísima expresión de lo inmarcesible. De lo que nace bien traído -y enganchado, esperado y acogido- y muere con la inmensidad de su muñeca deshuesada. Como si lo vaciara, allí atrás, con el corazón volcado. En la frondosidad de un par de series de naturales como espejismo real del pasado, se coló una a pies juntos que cortocircuitaba el sedal de Anzuelo, el garcigrande de Concha que por su izquierda derramaba la excelencia. Un cambio de mano a otra ronda diestra fue una delicia. De pronto hubo el temor a que a AT se le desestructurase -de estructura nunca ha ido sobrado- la faena con unas luquecinas que no procedían como colofón a los penúltimos naturales de gozo. Lo arregló con el cierre hacia tablas, soltando la gloriosa zurda al paso, y sobre todo con una estocada hasta las cintas, que unificó de una tacada el todo creciente, las dos orejas y la puerta grande.

A Tomás Rufo, que debutaba en Bilbao, se le aguó su turno y no porque empezara a chispear: al toro de Domingo Hernández le faltó vida. Rufo hizo lo indecible por alegrarlo, jugar con la distancia, los tiempos de respiro, incluso llegando a no medir de puro deseo el metraje de la faena. Una primera serie diestra de caros mimbres careció de continuidad. Como la embestida, tan apagada. Buscó el pitón contrario así como a pasitos, ese modo que tanto cala en Madrid y que, por lo visto, también cuela en Bilbao. Pero había que vender algo inventando de la nada. Y en ese rebuscar en la chistera el remate por manoletinas para alegrar el proceso. La travesía de la espada necesitó del descabello. Cayó un aviso y una ovación.

La clase prendida con alfileres del hondo cuarto valió a El Juli para tejer un campo de algodonales sobre su derecha, que fue el pitón del toro. Juli jugó con las alturas y las exigencias, la suavidad y la obligación. Un compendio de sabidurías que quizá no trepase lo debido al ir envuelta la exquisita clase del toro en su contadísimo poder: se pidió la oreja con contenido entusiasmo tras una estocada caída. La cosa quedó en una ovación.

Talavante cerró otra tarde -no una más- para la esperanza de su verdadero y definitivo reencuentro. Lo hizo con un toro enorme de 618 kilos pero preñado de docilidad. Hubo algunos destellos que pusieron la chispa donde no la había. Faltó toro, pero AT consolidó las buenas vibraciones recuperando, de nuevo, el sitio con la espada.

A Rufo se le negó la suerte también con el burraco sexto, suelto de carnes, serio por delante. Demostró otra vez su privilegiada soltura con el capote y poco más allá del afán con tan parado toro. No sumó Bilbao a su cadena de las conquistas. El crédito sigue intacto.


Ficha

Plaza de Vista Alegre. Miércoles, 24 de agosto de 2022. Quinta de feria. Media entrada. Toros de Domingo Hernández, serios, bien hechos, de mucha bondad pero pobre fondo, sin empuje ni fuelle; extraordinario el 2º, especialmente por el izquierdo.

El Juli, de gris perla y azabache. Estocada trasera (silencio). En el cuarto, estocada caída (petición y saludos).

Alejandro Talavante, de rosa palo y oro . Estocada (oreja). En el quinto, estocada (saludos).

Tomás Rufo, de azul cobalto y oro. Estocada atravesada y dos descabellos. Aviso (saludos). En el sexto, pinchazo y estocada (silencio).

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