domingo, 3 de julio de 2022

La romántica historia de Muriel Feiner, la americana que vino a Madrid y se casó con un torero por Manuel Román

 


La fotógrafa americana Muriel Feiner vino a fotografiar toros y acabó enamorándose de un torero.

Ella, como muchos de sus compatriotas, comenzó a interesarse por los entresijos del toreo a través de Ernest Hemingway. Ahora que llega julio y las fiestas de San Fermín seguirán llegando a Pamplona norteamericanos ansiosos de conocer de cerca la fiesta brava. Muriel Feiner estuvo primero Madrid para completar su currículo universitario. Vio su primera corrida en la Monumental de Las Ventas. Le fascinó cuanto sucedía en el ruedo y en los tendidos. Completó esa visión recorriendo luego tascas y bares donde se discutía de toros. Y conoció un día a un palentino, Pedro Giraldo, natural de Cisneros de Campos. El porvenir que le esperaba a éste era trabajar en el campo y decidió marcharse a Sevilla, donde empezó "ganándose los garbanzos", nunca mejor dicho, como pinche de cocina en un restaurante frecuentado por toreros. Terminó recorriendo las capeas, convertido en novillero y recibiendo la alternativa en 1978 de manos de Santiago Martín "El Viti" y Palomo Linares de testigo.

Casada con Pedro, Muriel reforzó su afición taurina. Tuvieron dos hijos: Pedro Luís y Blanca Verónica. Él se retiró, tras una etapa donde demostró su valor y una buena técnica, puso varios bares y en tiempos más recientes continuó relacionándose con el mundillo taurino en diferentes quehaceres. En cuanto a Muriel, se convirtió en atenta reportera gráfica, con trabajos de magnífica calidad. Los que completó con su otra faceta de escritora, fundamentalmente ocupada de asuntos relacionados con las corridas de toros. Además, fundó el Club Internacional Taurino, cuando se percató de que en España, al menos en aquellos años 60 y 70, no existía ninguno donde dejaran ser socios a las mujeres. Precisamente ella ha cubierto con algunos de sus libros un espacio dedicado a la presencia femenina en los ruedos: La mujer en el mundo del toro, Women and the bullring, Mujer y tauromaquia… Volúmenes escritos con una perfecta sintáxis (que ya quisieran otros autores españoles) una documentación rigurosa y la amenidad en su contenido. Ha realizado cientos y cientos de entrevistas a los personajes ligados a la fiesta brava, no sólo toreros. Y, en definitiva, Muriel ha aportado un importante y denso trabajo en la bibliografía española, no solo taurina.

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Almeida y Muriel Feiner | Ayto Madrid

Y es que también se ha interesado por otros asuntos que pertenecen al costumbrismo madrileño pero asimismo en general a nuestra cultura. Es lo que se desprende tras la lectura de su reciente libro Mi barrio de las letras, presentado durante las fiestas de San Isidro en el Ayuntamiento de Madrid por su alcalde, José Luís Martínez Almeida, autor asimismo del prólogo. En ese tratado, especie de guía no sólo para forasteros sino para los propios madrileños que con su lectura conocerán de primera mano lugares e historias muchas de ellas poco conocidas, Muriel Feiner nos pasea no sólo por ese barrio en el que vivieron nuestras grandes escritores del Siglo de Oro (en el que residen desde hace treinta y cinco años ella y Pedro, su marido); sino que nos deleita con infinidad de detalles de monumentos, instituciones, calles, bares, restaurantes, instituciones varias, muchas relacionadas con los toros y el flamenco, y bastantes también con personajes de la literatura, las Bellas Artes, el periodismo gráfico, el cine… Todo ello en un compendio cultural que ha llevado a su autora tres años de documentación y escritura. Muriel, a veces, no tiene más remedio en su recorrido matritense que "escaparse" en sus páginas por zonas colindantes, como el Barrio de los Austrias, o el propio centro de la capital.

Espigamos algunos relatos de Mi barrio de las letras. Y a su paso por Puerta Cerrada, cerca de la Plaza Mayor, visita Casa Paco, un castizo restaurante. Y nos cuenta, según le dijo su propietario, "que la noche anterior al golpe de estado del 23 de febrero de 1981 (el rey Juan Carlos) estuvo aquí cenando tranquilamente...". La autora nos traslada a una "tasca ilustrada", La Bola, especializada en el cocido madrileño. La Infanta Isabel La Chata, hermana menor de Alfonso XII, oyó hablar de ese plato, quería ir a degustarlo, pero la dueña no consideró adecuado sentarla junto a los demás comensales, al no disponer de un reservado. Y a ella se le ocurrió que un carruaje real le llevara cuando estimara la Infanta oportuno ese "cocido tres vuelcos" al palacio de Oriente, o a su casa de la madrileña calle de Quintana, un palacete. Lo que nos lleva a pensar que inventó entonces lo que ahora es corriente, sobre todo tras la pandemia: la comida a domicilio.

El bar Chicote gozó de leyendas surgidas en la postguerra y años siguientes, cuando su propietario, Perico lo llamaban sus clientes, iba coleccionando para su especial Museo de Bebidas botellas de todo el mundo. Por allí estuvo Alexander Fleming. Hicieron rápida amistad. Y bajo cuerda, allí se despachaban de manera discretísima dosis de penicilina en frascos, imposible de encontrar en las farmacias. Muriel Feiner repasa la historia de ese concurrido bar, donde a partir de las cuatro de la tarde se reunían algunos escritores de renombre, antes de la cena acudían gentes de la farándula y los toros (allí conoció Manolete a su novia, Lupe Sino) y a medianoche era concurrido lugar de elegantes chicas de alterne.

"Aquí se rodó la multipremiada película de Pedro Almodóvar Los abrazos rotos. "Desde esta mesa escribió Hemingway sus crónicas de la Guerra Civil". "Aquí se sentaba Ava Gardner, la cliente más fiel de Chicote, donde se bebió "todo Madrid". "La cabina telefónica donde Frank Sinatra controlaba a Ava y desde donde llamaban los espías durante la II Guerra Mundial". Y varias anécdotas más, cuando Sofía Loren le pidió a Perico una botella de su colección y éste se la negó cortésmente, pero los periódicos dirían: "Chicote ha dicho no a la Loren". Gregory Peck, que rompió sin querer otra valiosa botella, se disculpó y hasta que muchos años después no encontró otra de igual marca, un licor indígena de las Islas Canarias, no quedó tranquilo.

A espaldas del bar Chicote, de la mano (el ordenador, diríamos) de Muriel vamos a la calle de Barbieri, en cuyo hotel Mónaco el rey Alfonso XIII tenía siempre una habitación reservada, la número 20, la mejor con espejos en el techo. Allí citaba a sus amantes, una tradición borbónica. Y, como no es cuestión de copiarles buena parte del excelente libro de Muriel, concluimos con una visita a uno de los más populares tablaos flamencos de Madrid, El Corral de la Morería, donde una noche el mismísimo Ronald Reagan se lanzó a bailar en el pequeño escenario con una flamenca que lo invitó a subir: Lucero Tena, la del arte de las castañuelas. Y donde otra velada el Shah de Persia ocupaba una de las mesas, cenando con su esposa, la emperatriz Soraya. Una estudiante iraní, presente en el local, pidió a Manuel del Rey, su propietario, que la acompañara hasta la mesa del Emperador. Así ocurrió. Un año más tarde, el 21 de diciembre de 1959, el Shah contraía un nuevo matrimonio con aquella joven, que subiría al trono persa con el nombre de emperatriz Farah Diba.

No les canso más. Ocioso es que les recomiende la lectura de Mi barrio de las letras.

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