Los diestros salieron a hombros
de la tercera de la Feria
de Santiago de Santander
Era Santiago. Mientras España se achicharraba y sentía que no podía más con cifras tan históricas como asfixiantes de días y días de calor, una prueba más de fuego en el infierno, a Santander nos fuimos con la chaquetilla. La lluvia mañanera y el pantalón largo. El sol lo vimos poco. La tarde de toros era un cartelazo. A Morante se le silenció. No cabía otra después de una faena de poca trascendencia. No dio opciones el de Juampedro, terciado de presencia, y de media arrancada tan floja como rabiosa, repartía sus viajes entre ambas. O se caía o se paraba en seco. Todo menos embestir. Cualquier cosa menos empujar en el engaño. Qué asquete oiga. Así Morante pasó en blanco, de vacío... Que es lo mismo que hablar de dolor de corazón.
Pero otra cosa fue el cuarto. Y eso que era medio toro que iba por allí soltando la cara. Pero el torero es un monumento en sí mismo, porque le cabe la enciclopedia del pasado y presente de la tauromaquia y la suerte no es “Vivir para contarla” que diría García Márquez, sino vivir para contemplarlo. Estar allí. Aquí, en la negra arena de Santander. El torrente de torería que tiene Morante pasó por encima de las cualidades del toro e hizo posible que la faena fuera a más, primero por el pitón más potable del toro, que era el derecho y después también al natural. Firmó muletazos de extrema belleza. Y adornos. Y lo gozó y así nosotros en ese momento en el que no dábamos un euro porque hubiera pasado nada. ¡Qué momento tan extraordinario el de Morante! Antes habían pasado cosas. No veníamos de vacío. Era tarde delicatessen. Quede claro. A Diego le salió al ruedo un segundo, que tenía mas hechuras de novillote que de otra cosa, pero ohhhhh lo toreó tela de bonito hasta los medios a la verónica. El quite, la media, esperanza...
Pena que el toro no fue, que el toro no era, que se rajó, que le costó ir, porque el momento de Diego era superior. Se vislumbró desde el comienzo. Torería pura en el prólogo, en la manera de estar, abrumadores los embroques, en verdad daba un poco igual cómo acabará aquello porque todo tenía tanto sentido que ya estaba disfrutado. Fue una faena de gozarlo a pesar de que el toro se rajara. La ausencia de hermetismo, la cadencia de Diego, su manera de andarle al Juampedro. La música era él y el ritmo que imprimió a toda la faena. Ya cerrado en tablas, tan cerrado que para verlo había que ponerse en pie, se perfiló para entrar a matar. Una sola vez. Certero. Seguro. Entregado. Un trofeo. Dio gusto verlo
El quinto fue toro con opciones y la faena de Diego logró muchas cosas buenas. Lo cuajó en la primera parte con toreo de poso y calado y después el animal se vino abajo hasta el punto de echarse y ponerse complicado para matar. Resolvió Urdiales y la Puerta Grande fue suya.
A Juan Ortega tampoco le ayudó el tercero, descastado y sin clase. El contrapunto a la que tiene Juan Ortega. Lo intentó por un lado y por el otro. Y se tiró a matar con honestidad y efectivo.
Motivado se le vio a Juan en el sexto, con un torerísimo comienzo. No hubo toro después. Orientado y sin querer pasar. La tarde había sido una ardua disputa de Urdiales y Morante por lo excelso en la que Ortega no pudo participar.
Ficha del festejo:
Santander. Tercera de la Feria de Santander. Se lidiaron toros de Juan Pedro Domecq, desiguales de presentación, algunos terciados. El 1º, de media, floja y rabiosa arrancada; 2º, rajado y deslucido; 3º, descastado; 4º, con movilidad y poca entrega; 5º, bueno pero a menos; 6º, parado y orientado . Dos tercios de entrada.
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