El sevillano corta un trofeo tras un faenón de dos en la Corrida de Beneficencia de Las Ventas
Volvía Beneficencia. Y Morante después del volteretón el pasado domingo en Aranjuez con un toro de La Quinta. Uno de esos que no perdonó. A la vuelta de un pinchazo, de perder el engaño, la desnudez se paga cara en el ruedo, lo prendió de mala manera. El lunes tenía firmada una corrida y presentó parte de baja. Madrid aguardaba. Y el Rey en su Palco. Con Ayuso y Antonio Bañuelos. Brindó Morante a su Majestad largo, a pesar de que sólo se enteraban las cámaras. Luego el toro, que ya había tenido un tibio paso por el caballo, esperó en el tercio y desesperó al de La Puebla en una faena anodina, corta y deslucida. No había Alcurrucén, no hubo toreo.
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Había que esperar. Los tiempos a veces los marca el destino para definirlos para siempre. Se llama memoria colectiva el lugar al que van a parar los grandes acontecimientos. De ahí no salen. Perduran. No mueren.
Fue lo que pasó en el cuarto. Colorao, muy de la casa, se quedó corto en el capote, porque guardaba la grandeza para la faena de Morante. Madrid se entregó al de La Puebla, mientras el Alcurrucén surcaba con ritmo mexicano la arena en el engaño de Morante y el de Sevilla formaba un lío por el que Madrid roncaba, como solo esta plaza lo hace. Morante aquí hace patria. Fue todo despacio, suave, transcurría la vida a cámara lenta, una brisa, la improvisación de cada momento, el toreo que quiere morir a la cadera porque las líneas tienen oles pero no parten en dos las emociones, los de pecho a la hombrera, naturales de uno en uno, cruzado al infierno de la gloria, escalando al infinito, trepaba la emoción, ligadas las tandas, cosidas, un adorno, un recuerdo, un querer. Algún aficionado que buscaba explicación de lo que no la tiene. Un buen cómplice tapado por un grandioso torero que se podría haber ido a hombros de Madrid de haber encontrado la determinación con la espada. La buscó y de hecho hubo encontronazo fatal en la suerte, pero se dilató la cosa y quedó en trofeo. Reventó Madrid, aunque saliera andando. Los demás flotábamos, aún pasado el tiempo.
A El Juli se le esperaba por méritos propios. En dos de dos ocasiones la había liado en Madrid. Nada menos. Se le notaba crecido. Creído. Seguro. El segundo, berrendo en negro, fue un toraco, que hubo que darle tiempo, algo propio de este encaste Núñez para que sacará las hondas embestidas que llevaba dentro. Juli no estuvo tan macizo como las otras tardes, pero fue una imperfección emocionante. Una fórmula magistral que llega a los tendidos. Quiso torearlo con la mano muy baja, arrastrando media muleta por la arena y eso va directo al corazón de Madrid. Quiso siempre, encontró mucho, se atascó con la espada que tiene maldita en este San Isidro, el mejor de toda su trayectoria. A veces hace falta una vida para llegar hasta aquí.
Brindó a Emilio de Justo el quinto, a quien sustituía. El toro se dejó hacer, pero falto de entrega y transmisión y la decorosa faena de Julián se fue desvaneciendo.
Ginés Marín había quitado con brillantez en el de El Juli y comenzó bonita la faena del tercero. Fue lo mejor. El toro tenía boyantía y nobleza. Se apagó un poco después, con ese punto que tiene Alcurrucén que más que dar las embestidas hay que ir a buscárselas y Ginés apostó más por una faena versátil, de adornos y florituras que por una estructura férrea.
El sexto se rajó, a la huida y por esos derroteros defendió Ginés la faena. Morante había reventado Madrid. Y el oxígeno estaba más denso, su toreo era un recuerdo aplastante.
FICHA DE LA CORRIDA
Las Ventas. Corrida de Beneficencia. Lleno de «No hay billetes». Toros de Alcurrucén. El 1º, a la espera y deslucido; el 2º, de honda arrancada; el 3º, noble, bueno y a menos; el 4º, noble, repetidor, con clase y escaso poder; el 5º, sin entrega ni poder; el 6º, rajado y a la huida.
Morante de la Puebla, de grana y oro, dos pinchazos, pinchazo hondo, media, descabello (silencio); estocada, dos descabellos (oreja).
El Juli, de berenjena y oro, pinchazo, estocada trasera y caída, descabello (saludos); cuatro pinchazos, estocada, (silencio).
Ginés Marín, de azul noche y oro, estocada tendida, dos descabellos (saludos); estocada (saludos).
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