miércoles, 1 de junio de 2022

MORANTE, LA HUELLA DEL CIRUJANO DEL TIEMPO EN EL CORAZÓN DE MADRIS por Zabala de la Serna


  

Cuaja una memorable faena y enloquece Las Ventas con el escaso premio de una oreja; El Juli vuelve a dejarse otro trofeo con la espada


Natural de Morante de la Puebla

Y Morante partió la corrida por la mitad con su bisturí de cirujano del tiempo, borrando todo lo anterior. De tal modo inundó su empaque el escenario de Madrid, rendido a su geometría de reloj de arena, a las agujas paradas de su compás. En ese son venía embistiendo un hondísimo toro cinqueño, derramando temple, encendido el rojo de su piel. A su manera humillada, hecha de arcillas nobles, de dormida chispa, Morante de la Puebla le prendió un incendio.

Desde los ayudados por alto con los que barrió el lomo de Pelucón, el prólogo de promesas cumplidas, la izquierda sembrando oles y un pase de pecho descomunal. A partir de entonces creció la faena con tempo de pleamar. MdlP reunía la embestida con su figura de ánfora con una lentitud de pasmo, y allí abajo, en el embroque, caía el rugido de la plaza. Un alboroto muy loco estalló en un cambio de mano apoteósico, en la siguiente serie derechazos hechos un solo bronce, de una sola pieza, macizos, hundidos en su propio peso.

Y en su izquierda, de pronto, enfrontilada, a pies juntos, apareció el reflejo de Rafael de Paula adelantando la pierna contraria. El muletazo provocó un terremoto, un crujido de maderos. Un pase de pecho más, como cierre al broche, desató el sonido presentido de la Puerta Grande, que se oía. El toro de Alcurrucén, que se había rebozado de clase, el paso más de los núñez, esperaba la muerte. Morante se tiró a por ella, recto como una vela. Los pitones en el chaleco, el arreón del estertor, la estocada enterrada. Pero pasada y suelta. Sin muerte. Dos golpes de descabello. No pidieron la segunda oreja, la primera rodó con mucha fuerza. Casi con estrépito para el cirujano del tiempo.

No había desistido Morante de la Puebla de la idea bajar Alcalá en la jardinera de la Chata, descreyendo que el mal bajío de las anteriores tardes fueran culpa del carro. Y luego ya se vio que no. Pero apareció el primero de Alcurrucén y ni una embestida regaló. Bajo como un zapato, con las manos cortas, las puntas por delante, ya se metió por dentro, por el izquierdo, en las verónicas y, aunque se abría más por el derecho, tampoco humillaba. En el peto se repuchó; en banderillas reculó; y en la muleta no se dio. Morante ya salió con la espada de verdad. La usó en breve, tras tantear lo imposible, para luego eternizarse con ella.

Una emoción callada, cortocircuitada por los inevitables vivas a España, había trepado por los tendidos puestos en pie con los acordes del Himno y la presencia del Rey en los albores de la tarde. La Corrida de la Beneficencia concentraba una expectación desbordada, como antiguamente, implementada por la incorporación de El Juli. Emilio de Justo miraba desde la armadura de su corsé, en el callejón de su ausencia. Para él sería su emocionante brindis, en el penúltimo turno de la corrida.

El Juli antes se encontró con la definida humillación de un berrendo (en negro) acapachado, una pintura hechurada y honda, de fina expresión. Esa manera de descolgar se sintió en el capote de Álvaro Montes y en un quite de Ginés abrochado con pomposa media. Pero no fue de fácil manejo su falta de ritmo. A Juli le sorprendieron, tras los doblones de apertura, unos enganchones. Y desde entonces nunca más. La muleta siempre por abajo, firme el toque, arrastrada la tela, escondida por debajo del pitón. Y otra vez puesta. Vibraron los tendidos. La ligazón trepaba y la ciencia conquistaba al toro, obediente pero siempre algo agarrado. El tramo de obra final presagiaba el trofeo. Por su importancia, por su intensidad. Mas Juli no pasó, volvió a salirse con la espada y a sepultar otra vez una faena de premio, la tercera en esta feria que llevaba su nombre. El atasco definitivo sucedió con el quinto, de mejores inicios que finales (desentendidos). Quiso mucho JL al final para resolver nada con el acero.

A últimas una estocada atrevesada también se interpuso -si no es por la espada se cortan un puñado de orejas- en el final de la arrebatada obra de Ginés Marín con el rajado sexto. Que obedecía en la misma puerta de toriles con GM ofreciéndose como si no hubiera mañana. Como si recuperase el terreno no ganado con el bondadosito y guapo tercero, sin el empuje necesario como para que poco subiera, salvo cuando le provocó y ganó ganó el paso. La izquierda de Marín y unas bernadinas suicidas quedaron sin refrendo a portagayola, con la tarde muerta.Con el nombre de Morante hundido como una huella en la arena, en las carnes del tiempo, en el corazón de Madrid.

Ficha


Monumental de las Ventas. Miércoles, 1 de junio de 2022. Corrida de Beneficencia. Lleno de «no hay billetes». Vigésima quinta de feria. Toros de Alcurrucén, tres cinqueños (4º, 5º y 6º); bien presentados y hechurados; más cargados en su segunda mitad; nobles en líneas generales; de exquisito temple el 4º; humillador pero sin ritmo el 2º; malo el 1º; bondadoso sin celo el 3º; desentendido el 5º; rajado pero obediente el 6º.

Morante de la Puebla, de grana y oro. Tres pinchazos, uno hondo, media estocada perpendicular y dos descabellos (algunos pitos). En el cuarto, estocada suelta y pelín trasera y dos descabellos (oreja)

El Juli, de berenjena y oro. Pinchazo, estocada casi entera trasera y dos descabellos (saludos). En el quinto, cuatro pinchazos, estocada y descabello (silencio).

Ginés Marín, deazul marino y oro. Estocada trasera y tendida y dos descabellos. Aviso (saludos). En el sexto, estocada atravesada pasada que escupe. Dos avisos (saludos).

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