miércoles, 11 de mayo de 2022

Y EL JULI, DESATADO DE MAGISTERIO, DEVORÓ A LOS ARTISTAS por ZABALA DE LA SERNA

 

Profundo derechazo de El Juli
Profundo derechazo de El JuliANTONIO HEREDIA


La redonda tarde, dos lecciones en las antípodas, de la máxima figura se salda sólo con una oreja, perdiendo la Puerta Grande con la espada; Morante se estrella con el peor lote de la buena corrida de La Quinta y Pablo Aguado se deja ir dos buenos toros.


El mismo recorrido de siempre, camino de Las Ventas, con el ruido de antes. El hormiguero de la plaza, el zumbido de panal, el ajetreo convulso de las grandes tardes, ese presentimiento de glorias. La calle de Alcalá colapsada, recorrida por Morante de la Puebla en calesa. Desde el hotel Wellington de Velázquez, la estampa del XIX en el XXI. El botijo, el esportón, la cuadrilla, la montera calada. Como si fuera a la vieja plaza de la carretera de Aragón. Los niños en los autobuses pegaban la nariz a los cristales. El sol mordía entre nubes tormentosas.

Abajo, en la explanada de Las Ventas, el gentío entraba en hileras, hasta que a las 19.00 horas, no cabía en los tendidos ni el sonido del clarín ni el tamboreo del timbal. En ese momento, por el portón de cuadrillas, aparecieron a la vez, con una coordinación del Folies, Morante, El Juli y Pablo Aguado, los causantes de la conmoción. Frente a los toros grises de La Quinta, la expectación se redobló.

Fue negrito, sin embargo, el primero de la buena corrida cinqueña. De fino hocico, finos los cabos y las puntas también, recortado y como encogido de los cuartos trasteros. El poder contado, la humillación anulada. Ya dormido en el capote se MdlP, que apenas pudo apuntar un lance. Mal picado y no poco en el tercer encuentro -no contó el anterior corrido-, no despertó el santacoloma. El prólogo alumbró un pase de la firma de cartel y dos de pecho categóricos. Y luego tres esbozos de naturales. Y ya.

Y entonces salió El Juli a escena con la varita de la perfección, en plan Von Karajan. Traía el santacoloma clarito, de exacta belleza, una bravura de seda, un ritmo sostenido que halló en el maestro más seda y más ritmo, la misma cadencia. Las verónicas de manos bajas, a compás, sólo fueron superadas por las mecidas en el quite, un portento de despaciosidad, de hermoso dibujo. Aquellas desembocaron en tres medias alegres, éstas en una que valió por las tres. La repuesta de la plaza, quizá por la sorpresa del autor, de que fuera Juli el artista con el capote y no Morante o Aguado, los llamados, fue comedida, oles con sordina. La cosa es que Pablo quiso responder, también a la verónica, y no le encontró el punto al toro, que necesitaba ese vaciado del lance por debajo de la pala del pitón. Tal como lo bordó Julián.



La faena, de principio a fin, emanó una sincronía hecha a medida, por la mano de El Juli, a placer, reunido, con la finísimo modo de embestir de Bellotero, que no hacía honor a su nombre. Parecía deslizarse. Las dobladas genuflexas por el pitón derecho -el pitón por donde sucedió lo mejor de lo mejor, antes y ahora- fueron a morir en un cambio de mano inacabable. Brotó todo por su camino, por la senda de la naturalidad. La series diestras ligadas, abandonada la figura, templadísimo el viaje; los naturales gozosos, a pulso, casi pinzado el palillo por su justo ecuador, sutil la trincherilla. Una última tanda a derechas, bárbara, abrochada con un cambio de mano mano esferoidal, andándole al toro. Como si fuera Domingo Ortega, el cierre hacia tablas, una danza. La obra, magna de calidades, fue analizada con contención -una estocada pasada, una oreja-, juzgada como si la pancarta contra el triunfalismo que agitó el «7» en los albores, hubiese puesto un freno sordo. Ese tope que quitó el propio Juli con el revoltoso quinto, después de que Morante abreviase -tras el naufragio de su cuadrilla- con el siniestro cuarto, de dura expresión y fondo cabrón.

En maestro, JL se sacó al santacoloma a las afueras, al platillo. Y le ofreció la izquierda con agria respuesta, y le propuso la derecha con amarga contestación. Pero, ojo, uno se tragó, con la muleta muy puesta. Tan convencido el torero se que había hallado una veta, una rendija en su oscuridad. Y con la paciencia del libro de Job, la conciencia sabia, fue metiendo al toro en el canasto, consintiéndole todo. De tal forma y de tal modo, que en su zurda volteó la plaza, sedujo al toro, conquistó el fondo enterrado en asperezas de la bestia, que afloró con un cierto son mexicano, agradecido. Los naturales morían allí atrás con lo que pesaba la embestida del santacoloma, como si los extrajese con sacacorchos, tirándole de la lengua que no sacaba. Un rugido estalló a sus pies, en la coda de despedida, cuando de la rotundidad salió con un muletazo de majestad absoluta, otra vez la danza orteguista, rendido Madrid a su magisterio desatado. Faltaba la espada y, ¡ay!, se cerró la Puerta Grande con ella. Porque era, también, de dos orejas. Sin triunfalismos. La vuelta al ruedo arrastró el clamor, un mar de lágrimas, el eco de lo que fue.

Pablo Agudo disfrutó de un buen lote, y no se entendió con su cortita ambición.

El Juli ya había devorado a los artistas.


Ficha


Monumental de las Ventas. Miércoles, 11 de mayo de 2022. Cuarta de feria. Lleno de "no hay billetes". Toros de La Quinta, todos cinqueños menos el 3º; serios.

Morante de la Puebla, de gris perla y azabache. Estocada rinconera (silencio). En el cuarto, dos pinchazos y estocada (pitos).

El Juli, de azul marino y oro. Estocada pasada atravesada (oreja). En el quinto, pinchazo, otro hondo y descabello (vuelta al ruedo).

Pablo Aguado, de azafata y oro. Estocada tendida (silencio). En el sexto, tres pinchazos y estocada (silencio).

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