A medida que caminamos en San Isidro se desbordan las pasiones en la fiesta. Se aclaran los recuerdos, asentándose las arenas de la turbulencia. Y sobre la superficie nadan los instantes más puros, los perfiles más acusados, los minutos más llenos de belleza y de emoción.
De ayer quedan las verónicas de El Juli, lances finos y templados rematados con media verónica suave y graciosa al segundo santacoloma. Faena de muleta de pases sincronizados, convertido el torero en epicentro de la curva, del trazo, todo rematado con la soberbia estocada; además, hay que agregar la heroica faena en el quinto. Llena de aciertos e imperfecciones con sabor de ranciedad sobrada de emoción y de torería con la que El Juli pudo haber abierto de par en par la puerta grande de Las Ventas, de no haberse impuesto su razón en el uso de la espada con voluntad atropellada.
Lo demás caería en romper moldes en ansias de triunfo por parte de Morante de la Puebla. Como si la muleta fuera un cincel, intentó un trabajo de rudos y fuertes trazos.
Pablo Aguado desplegando verónicas distintas, no del todo logradas, apunta una idea del antiguo cite de frente moviendo los brazos con señorío.
No ha sido el admirado Aguado, el de la muleta armoniosa y equilibrada.
Según el ganadero Martínez Conradi en sus declaraciones a boca de burladero para el reportero de TorosPlaza, la corrida se redujo a la excelencia de un solo toros, el segundo de la tarde, el de la gran faena de El Juli, un toro que “embistió como toro mexicano”. (Sic) Toros Plaza
No hay comentarios:
Publicar un comentario