El toledano sale por la Puerta Grande tras volver a mostrar su izquierda de oro con un gran toro de Victoriano del Río (Toros de Cortés)
Una estela plateada atravesaba la Puerta Grande a las 21.25. Ángel Téllez acaba de escribir el final feliz del cuento de la Cenicienta. Los flashes, los teléfonos, las cámaras, la luz de la calle de Alcalá, reflectaban en su vestido blanco. A Téllez el 17 de mayo le contamos los latidos de su muñeca y hoy ya sólo le cantamos la izquierda. Entró por la vía de la sustitución y en la última parada del trayecto se encontró con Viajero, el toro interestelar, el toro con mayúsculas -hierro Toros de Cortés-, de la corrida/escalera de Victoriano del Río. El tranvía a la gloria sideral, esa clase en su pitón izquierdo, una mina para un torero con oro en su zurda.
AT le cogió el pulso después de interpretar series de derechazos en la que parece otro, desde otra colocación. Y, sin embargo, cuando ofreció la muleta en su izquierda, más enfrontilado, con otro trazo, rebozado el cuerpo, el verso más de la muñeca, rugió Madrid. Como un volcán ya en erupción. Hubo un cambio de mano que aún revolotea debajo del «7», la sincronía perfecta después de haberse enroscado la embestida en un redondo esférico. Quiso apurar al natural con la ansiedad de quien siente el vértigo del triunfo y un monumental pase de pecho arregló lo que no terminó de salir. El pálpito era de dos, tan embalada la plaza. Un pinchazo frenó el entusiasmo, la lenta muerte de la estocada tendida, el golpe de descabello. Suficiente para la oreja que faltaba, para la campanada, para la gente que se posiciona con el nuevo, para la rúbrica de la leyenda de Rocky, del chaval que encuentra su oportunidad frente al mito, sólo que Talavante no se personó.
Téllez ya venía con una oreja del tercero, leyendo perfectamente los códigos de Madrid, ese cruzarse al pitón contrario a pasitos. Un bajonazo no impidió una pañolada febril y la concesión del trofeo que premiaba lo bueno visto y lo bueno intuido, la entrega total. Interpretó al muy serio toro, hecho en cuesta arriba. Casi al unipase dibujó naturales de tacto y trazo que a veces sí y otras no tanto. Se corearon por igual. La embestida siempre tendió a soltarse, tras el buen embroque. AT había remontado una voltereta al cerrar una ronda de derechazos, cuando el toro aún contaba con cierto ritmo. Del broche genuflexo brilló un cambio de mano, siempre su izquierda, otra vez el último muñecazo. Que fue un cartel del desprecio. Ángel Téllez predispuso mucho a la plaza con quites ceñidímos, por chicuelinas y por gaoneras, embadurnándose de la sangre del sideral Viajero, que conquistó la decimoquinta Puerta Grande para Victoriano del Río a los 30 años de su presentación en Madrid. Ángel Téllez será el triunfador de San Isidro, el perfil ideal para todos los premios.
Una desilusión pronta siempre conviene más que la tardía. Lo escribo por Diego Urdiales. El toro de la apertura de la corrida/escalera casi enteramente cinqueña de Victoriano del Río decepcionó sin paliativos. Desde su lomo quebrado, su construcción en cuesta arriba, tan zancudo, la humillación se convirtió en una utopía. Su fibrosa y enjuta anatomía despertó unas protestas que su astifina cara no merecía. La ausencia de poder sí. La fuerza concentrada en el cuello suplía la de las manos. Como no descolgaba no se caía. Siempre fue por el palillo de la muleta de Urdiales. Que no tuvo nada qué hacer. Al menos en el hondo cuarto habitaba una armonía y una bondad, aun insulsa, para que guardián de lo clásico sintiese que no se le ha olvidado torear con tanta mala suerte a cuestas. Sintió en las yemas los oles de Madrid que se fueron apagando.
A San Isidro, ya definitivamente, ha venido a reaparecer un doble de Alejandro Talavante, no Talavante el genuino. Sin sitio, sin ritmo, sin espada. Como si se le hubiera borrado de la CPU la colocación, incluso el modo de volar el capote o correr la mano derecha, tan tironera. Al quinto, el único cuatreño, poco hecho, anovillado más bien, tan escaso el trapío, lo tiró tres o cuatro veces. No valía nada, pero AT ha perdido el punto. Su toro anterior pregonó otras cosas. Salió dormido pero con la cara puesta allí abajo. La dormidera pareció sacudírsela en el hondo prólogo de faena de Alejandro Talavante, en su tercera tarde, rodilla en tierra. Y prendió en la plaza el murmullo de la esperanza. Que no cobró vuelo, imponiéndose la falta de empuje del toro, la carencia de final de muletazo. Otra vez la falta de sitio del torero. A los dos toros los degolló por los blandos.
Alguien preguntó: «¿Dónde está Talavante?»
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