Ángel Téllez corto una oreja de cada uno de sus toros en una tarde cumbre del madrileño que le valió para abrir la Puerta Grande en el vigésimo festejo de la Feria de San Isidro
PATRICIA NAVARRO
Había ganas de cambiar el rumbo de los últimos días. Del viento y lo que no es el viento. Esta semana potente de carteles que había concentrado el interés de la afición acababa desintegrándose entre una cosa y la de más allá. Del furor, del taquillazo a la decepción. Urdiales hacía su último paseíllo en Madrid. Dos en 48 horas y una sustitución de Ángel Téññez merecidísima, porque lo bordó al natural en una aparición casi casual en Madrid y absolutamente esperanzadora. Talavante se enfrentaba a sus tres de cuatro. La vida seguía mientras a San Isidro se le empieza a ver el final.
Se movió el primer toro de Talavante y pensamos, creímos en aquello que cuentan de Córdoba y Alejandro. El comienzo de faena sí fue excelso, con la personalidad del extremeño. Después el de Victoriano se fue viniendo abajo y la faena tomó el mismo camino. Ohhhh.
Veníamos de una faena de tránsito al primero. La primera baza de Urdiales. No fue claro de ideas y no albergó en el riojano la menor ilusión.
Ángel Téllez, tan nuevo, con este cartelazo, por la vía de la sustitución, no decepcionó en honor del toreo. Fue el toro, con un ritmo bueno y las complicaciones de no querer nada por alto y costarle pasar el cuerpo de largo cuando se trataba de los pases de pecho. (Esos en concreto los bordó el torero)
Ángel quiso hacerlo todo despacio, cuidadoso con las distancias, auténtico el concepto, apuesta seria por la calidad. Y ahí en esa búsqueda constante de no traicionarse resultó cogido. A cuerpo limpio le hizo el quite Alberto Carrero, que ni tan siquiera iba en su cuadrilla. Espectacular. Volvió Téllez firme, sincero, a torear despacio y templado. Hasta el final. Los adornos. Remates. Valor. Seda. Torero. Se tiró detrás de la espada. Cayó baja. Le dieron premio. Hay que empujar lo bueno.
Con el medio toro que saltó en cuarto lugar Diego lo compuso precioso. El embroque era delicatessen, pero al de victoriano le faltaba una cuarta de trayecto y ni contamos emoción.
Miguelín Murillo clavó en la misma cara del quinto con mucha exposición. Una pena que toda la emoción quedara justo ahí. Cuando Alejandro Talavante tomó la muleta el toro se quedó fuera de juego. La leche. A partir de ahí todo lo que vino fue un simulacro de lo que debería ser: la emoción y el toreo. Talavante no está fino.
En Téllez depositamos la divina providencia cuando “Viajero”, de Toros de Cortés saltó al ruedo. Unas gaoneras desafiantes le pusieron las cosas de cara. Apretó tela en banderillas el toro y después, después la vida estaba para él. En este sitio y a esta hora. Era Cortés bueno y mejor torero. Lo disfrutó. Relajado, templado, exquisito, improvisado, gustándose en sus imperfecciones y en un concepto descomunal del toreo despacioso, milimétrico y capaz de pasárselo por la barriga de verdad. Eternidad es lo que tiene en las yemas.
El toreo así es otra historia. Hay presente y futuro. Hay gloria. Lo bordó. Madrid rugió entregado hasta la médula porque la faena era un huracán que se desborda, al natural, en los pases de pecho, un cambio de mano. El clasicismo. La verdad. Su Puerta Grande fue emocionante. Terrible la paliza. Los gritos. Téllez enamoró en su primera tarde y a la segunda vino la conquista. Mayúscula. La vida a veces es maravillosa.
Las ventas. 20ª de San Isidro. Toros de Victoriano del Río y de Cortés (6º), desiguales de presentación. El 1º, deslucido; el 2º, noble y a menos; el 3º, de buena condición; el 4º, sin poder y de media arrancada; el 5º, sin fuerza y acobardado; el 6º, extraordinario. Lleno de «No hay billetes».
Diego Urdiales, de verde botella y azabache, pinchazo, estocada (silencio); estocada (silencio).
Alejandro Talavante, de arena y oro, estocada caída (silencio); pinchazo, bajonazo, (silencio).
Ángel Téllez, de blanco y plata, estocada caída (oreja); descabello (oreja).
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