viernes, 13 de mayo de 2022

TALAVANTE REAPARECE EN LA ANTÁRTIDA DE LA BRAVURA por Zabala de la Serna / El Mundo, MADRID









Zabala de La Serna

El esperado regreso se salda con una sola oreja por una faena que se ordenó al final con el toro más encastado de una corrida de Jandilla desfondada, sin empuje ni raza; Juan Ortega se va vacío.


 

Treinta y un grados caían a plomo sobre la plaza de Neptuno a las 18.10, hora a la que Alejandro Talavante subía a la furgoneta con los ojos clavados en el dios del mar. Toda la inacabable mañana mirándolo desde la habitación 523 del hotel Palace de este día D infinito generó amor, hastío, rechazo. Hasta la noche no volverían a verse.

A las 18.34 Juan Ortega adelantaba con su llegada a Las Ventas a Talavante, que puso pie en la puerta del patio de caballos tan sólo un par de minutos después, sonriente pero acelerado, envuelto en la guardia pretoriana de su cuadrilla. Ortega atendió más a la gente. Hasta ahí la rivalidad del mano a mano. Y eso el público de Madrid lo cala rápido: a las 18.47, casi a ras del sonido de los clarines, colgaron el cartel de «no hay billetes».

A las 19.05 se produjo un suceso surrealista propio, o diría que impropio, de esta plaza. A la tibia ovación de recibimiento a AT se sumaron algunos pitos y otras palmas: querían que saliese a saludar no Juan Ortega, que les daba igual, sino el sobresaliente Álvaro de la Calle. De la Calle solventó dignamente la papeleta de despachar cinco toros el trágico Domingo de Ramos de Emilio de Justo. De los cinco uno fue de bandera y dos de Puerta Grande, pero la demagogia es el cáncer de nuestros días.

La tibieza se tornó en frialdad, en un silencio sevillano de exigencia. De a ver qué. A eso se sumó el fondo contado, el poder preciso, del hechurado primero de Jandilla, el único cuatreño de la corrida cinqueña, perfecta de líneas, baja, entipada, una seriedad de armonías. No decía mucho el toro, prontamente desentendido del capote. A su estilo, esa manera de colocar la cara, le faltó el empuje de la raza. AT desmayó derechazos sin molestar y tres naturales como el sello de la casa. A las 19.24 enterró una estocada atravesada que asomó la puntita y necesitó del descabello.



Ortega esbozó unas verónicas de hermoso dibujo, no limpias todas. La media, telúrica de belleza, elevó de categoría la gavilla. El jandilla, un zapato de cuerna acodada, asamuelado en ese plano, traía un punteo molesto, la fuerza al límite. Unas sentadillas en el caballo, ni opción de quite. J.O. basó su faena en la mano derecha, la mano más agradecida del toro. Que reponía haciendo hilo, soltaba su tornillacito al final y obedecía en la parte central. Gastó mucho tiempo en pos del entendimiento, perdiendo pasos -un pase aquí, el otro en Burgos-, hasta hallarlo en la última tanda, cuando el público pedía la hora. Eran las 19.48 aproximadamente.

La prueba del frío silencioso resonaba en la cabeza de Alejandro Talavante. Quizá por eso, para romper esa gruesa capa de hielo, apostó por abrir faena al tercero -hierro Vegahermosa, suelto en el caballo, de encastada movilidad- directamente sobre la izquierda. En busca de la emotividad, vale, pero con un planteamiento erróneo. Sin ahormar al toro y por la mano equivocada. Los naturales se sucedieron como banderazos; el toro pasaba descompuesto, enganchando. Tardó AT en ordenarse, en ordenar la encendida embestida, en ordenar la faena. Por abajo y por la derecha, atándolo, el domecq de Borja Domecq ya le había dado alguna pista. Pero hasta el final, tras un desarme y un apuro, todo muy loco y arrojado, no se decidió a apostar por el pitón derecho, a reposar la muleta, a sosegarse y, sobre todo, a vaciar por abajo, insisto. Las dos series alcanzaron cotas magníficas de expresión, el rugido de la plaza, por fin. Un estallido que crujió definitivamente el hielo en un cambio de mano sideral. Una estocada (tendida) cobrada con el pitón en el corazón, a tumba abierta, y el público entregó una oreja sobre la campana. Como fue la faena.

No pasó nada en el turno de Juan Ortega. Nada es nada. Las agujas marcaban en el reloj las 20.14. Ni un lance, las manos por delante del jandilla -la corrida no se dejó torear con el capote-, presagiando su frenada condición. A Talavante lo empujaron a hacer un quite, para que pareciera el mano a mano que no era. Cedió y, claro, no hubo causa ni caso. El resto de Ortega, con viaje tan corto, fue un quiero y no puedo. Tan blandito y deseoso.

Alejandro Talavante se estrelló en picado con un quinto sin ritmo, metido hacia dentro. Un par de veces que atacó desarmó al torero. Volvió a caer la capa de hielo.

El peor de todos los elementos de Jandilla vino a ser el sexto, más basto, tallado en piedra como los toros de Guisando. J.O. como a los otros dos lo mató por arriba. Lo más positivo de su actuación. A las 21.05 los despidieron con la misma tenue ovación de las siete del la tarde.

A Neptuno fue, otra vez, al bajarse del viaje a la Antártida, de la plaza fría y la bravura helada, a quien primero vio Talavante. Ya era de noche.


Ficha


Monumental de las Ventas. Viernes , 13 de mayo de 2022. Sexta de feria. Lleno de "no hay billetes". Toros de Jandilla y uno de Vegehermosa (3º), todos cinqueños menos el 1º; serios, entipados, de exactas hechuras; desfondados, desrazados, sin empuje; destacó la movilidad del encastado 3º.

Alejandro Talavante, de azul marino y oro. Estocada atravesada que hace guardia y dos descabellos (silencio). En el cuarto, estocada muy tendida. Aviso (oreja). En el quinto, estocada rinconera (silencio).

Juan Ortega, de tabaco y oro. Estocada casi entera (silencio). En el cuarto, media estocada (silencio). En el sexto, estocada (silencio).

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