Morante, por ARJONA
Una rica actuación del maestro de La Puebla se queda incompresiblemente sin trofeo; Manzanares se hace con una oreja del toro con más hechuras de Sevilla, el mejor de Jandilla, muy vivo y exigente
El bullicio de los aledaños de la Maestranza funcionaba como termómetro de la expectación desbordada. "¡Hoy torea Morante de La Pu-e-bla!", bramaba un gachó sujetándose al cubata. Volvía Morante, en su segunda comparencia de las seis del abono de Sevilla, pero no solo (sin tilde): Diego Urdiales y José María Manzanares como compañeros.
A las 18.40, sólo (con tilde) diez minutos después del inicio de la corrida, la plaza ya crujía como si escuchase de nuevo al borracho: "¡Hoy torea Morante de la Pu-e-bla!". Y Morante, vestido de negro e hilo blanco, blanco como las medias, vaya si toreaba. El crujido nacía de unas verónicas suaves pero macizas de empaque, insuperables cuando se reactivó el toro tras un parón. Las impares -tercera y quinta-, las dos por el pitón izquierdo, mecieron la embestida, acunándola hacia los medios. Ese modo de torear con todo que hasta la montera acompaña desembocó en una media prebelmontina y en una larga rodilla en tierra, un tanto accidentada.
El suculento galleo por chicuelinas hacia el caballo varió hacia el lance madre de nuevo. El puyazo apenas sangró al jandilla de Vehahermosa, abundante de carnes, no generoso de cuello y el fondo contado. MdlP lo quería vivo para desplegar todo aquel compendio de maravillas en que se convertiría la faena después. Antes se entretuvo en viajar en el tiempo con un quite planteado con el capote plegado en su brazo y unas lances de manos altas -de los años 10 del siglo XX- que parecían proyectar una vieja película de Gallito. Ese guiño quedaría en anécdota al lado de una faena hecha a golpe de monumentos, impedida de ritmo por la ausencia del mismo en el toro.
El prólogo genuflexo de ayudados pretéritos, un pase de pecho añejo y un par de trincherazos que acalambraron los tendidos. En ellos la embestida volvió a descolgar mejor al vaciarse por el izquierdo. Pero el maestro cimentó la faena en su mano derecha, en series de una geometría y un compás perfectos, inventándose castillos en el aire. Ese movimiento noblote sin terminar de humillar valía como la arcilla para el alfarero. Y, sin embargo, cuando propuso el toreo al natural, el estilo fue otro y los naturales brotaron supremos de lentitud. Fue larga faena sin parecerlo, tan rica y preñada de cosas caras, con tanta torería que halló en ella el nexo de unión. Media estocada trajo la muerte y la petición de la oreja. Que debió caer para distinguir la vulgaridad de otras veces de lo bueno.
Desde entonces la tarde se sumió en un vacío inmisericorde. Como si el curda tuviera razón y sólo (con tilde) torease Morante. A Diego Urdiales lo anuló un toro tundido y vacío. Y José María Manzanares, que recordó a su padre en un quite por chicuelinas de manos bajas, no se encontró cómodo con aquel recortado jandilla de movilidad descompuesta, que siempre soltó la cabeza hasta que de repente se apagó. El sitio lo recuperó con impresionante espadazo.
Saltó el cuarto haciendo rarezas y Morante detectó pronto que traía la vista cruzada, problema grave para estar delante. Lo mandó parar a Lili y la gente no entendía nada. Hasta que con varios gestos se lo comunicó al palco, al presidente o al asesor veterinario (y equipo). Que de trapío opinan y creen saber y no ven precisamente lo que tienen que ver.
Afortunadamente, Urdiales rescató la corrida del tedio con una gavilla de verónicas de puro clasicismo, dormidas como la embestida. Esa forma de hundirse y dejarse que es abandono. Brindó a Joaquín, campeón bético de la Copa del Rey, y al presidente de la Junta de Andalucía, Moreno Bonilla. Al menos les pudo ofrecer la naturalidad de un concepto en vías de extinción, lo que duró el toro. Un par de series no más. Pero extraordinarias. Volvió a matar con una contundencia demoledora.
Y a últimas, cuando se moría la tarde con los monumentos lejanos de Morante, saltó el toro de Sevilla con las hechuras propias, esa fineza proporcionada de armonías. No paró de embestir con una exigencia muy viva, emotiva y un punto rebrincada. José María Manzanares anduvo tan dispuesto como acelerado, hallando la intensidad y la conexión con la plaza más que reducción del toro. Cuanto más por abajo, mejor respondía. Vibró la gente que también coreó los momentos más logrados en su izquierda. Como un cambio de mano o aquella serie con los vuelos. Atacó con la espada con la misma precipitación de la faena. Ahora sí cayó el trofeo. Que el presidente se ahorró con la distinción de Morante, esa clase magistral de lo bueno.
FICHA
Plaza de la Maestranza. Viernes, 29 de abril de 2022. Tercera de feria. Lleno de "no hay billetes". Toros de Jandilla, un cinqueño (4º) y uno de Vegahermosa (1º); muy bastos en conjunto; el 6º, el más hechurado y fino, fue el mejor, muy vivo y exigente.
Morante de la Puebla, de negro e hilo blanco. Media estocada trasera y rinconera. Aviso (petición y saludos). En el cuarto, metisaca, media estocada y descabello. Aviso (silencio).
Diego Urdiales, de verde esperanza y oro. Estocada y dos descabellos (silencio). En el quinto, estocada (saludos).
José María Manzanares, de nazareno y oro. Estocada (saludos). En el sexto, pinchazo hondo-media (oreja).
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