En consecuencia, no me gusta el toro que salta a la plaza donde yo veo más corridas, la de Madrid. Y si muchas veces me asiste la razón, en la desgraciada corrida del 10 de abril en Madrid, los seis toros me la quitaron. Sí, eran grandes, muy grandes, pero a excepción del toro de Palha, deslumbraban por su hermosa lámina. Y todos demostraban que el ganadero actual ha logrado que ese toro sobredimensionado ofrezca la misma vivacidad, idéntica movilidad, igual fondo que el toro terciado de antaño. Y, además, mayor empleo a la hora de embestir, superior fijeza, incomparable seriedad y transmisión. Causaba respeto su galopar fuera de la suertes y emoción sus embestidas, sus viajes largos y profundos, su clase cuando se imantaban con celo a los engaños. La tarde del domingo de Ramos en Madrid fue un recital de bravura. Atemperado, eso sí, porque el torero que podría haberlas exhibido en cuatro de los cinco importantes toros a los que me refiero estaba en la enfermería.
Quizá porque el toro exhibe mejor la bravura que lleva dentro cuando el torero sabe sacarla a luz, percibí al público de Las Ventas un punto frío a la hora de premiar al toro bravo. Es igualmente cierto que la lidia actual, demasiado desequilibrada contra el toro, sobre todo en el tercio de varas, practicado desde un caballo bien domado –lo que merece elogio-, pero demasiado pesado y excesivamente protegido por unos manguitos que ocultan un doble peto, y un peto terso, de material antibalas, que impide el romaneo. No hay toro en la raza de lidia que pueda exhibir su vigor y su fuerza ante un obstáculo absolutamente insuperable. Y al denunciarlo no pretendo volver al derribo del jinete y su montura como norma. Considero dicho accidente, al igual que la cogida del lidiador, como una derrota del toreo. Pero sí añoro un mayor equilibrio de fuerzas, el necesario para que el toro no salga siempre vencido o perdonado del primer tercio, derrota que rebaja la percepción del toro como insuperable emisor de peligro, y que rebaja, subliminalmente, el mérito, sin embargo indudable, del torero de a pie.
¿Por qué no se indultó a “Duplicado”, cárdeno salpicado, de Victoriano del Rio, un toro de bandera, que se benefició, todo hay que decirlo, de las magistrales varas de Oscar Bernal? Si “Duplicado” no fue un toro de vacas, no hay toro que merezca volver al campo. ¿Por qué se protestó al superclase “Platero”, de Victorino Martín, en ocasiones, cuando perdió las manos por culpa de quien lo toreaba? Reconozco que un manto de decepción había cubierto la plaza tras la cogida de Emilio de Justo, pero la bravura, si se manifiesta con el cuajo que mostró el domingo de Ramos en Madrid, enciende la pasión del verdadero aficionado. Sin duda, los había, y muchos, en Las Ventas. Pero su comedimiento con respecto al toro me desconcertó. A mí me hizo dudar de mis convicciones. ¿Y si los torazos previstos para San Isidro también embisten?
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