Esplendorosa la tarde, promesa de sevillanía que se ahoga en el albero: tres nombres béticos: Morante, el consagrado, Ortega, la ilusión y Aguado, el milagro. Los tres espadas estrellados ante los descastados toros de Juan Pedro. Los mismo que un día, anunció su ganadero, serían criados con la ilusión de convertirse en artistas.
Morante de la Puebla continúa el camino que se ha trazado: rescatar la flácida fiesta, hurgando raíces en el pasado para iluminar un abúlico presente. Una fiesta que ha caído, decaído y convertido en poso necesitando la inspiración del maestro de La Puebla.
Que se agradece.
A Juan Ortega le cuesta llegar al segundo párrafo de su discurso. Sus brillantes introducciones a la verónica, se desbaratan muleta en mano y no rematan la ilusión que pregona la introducción.
Mucho más concreto Pablo Aguado. Tiene su lidia continuidad. Se impuso en la competencia por verónicas entre los tres sevillanos, la verónicas de Morante y de Ortega se diluyeron, mientras que las de Aguado insuflaron la faena que tuvieron continuidad durante la lidia.
Sin embargo, tuvimos la fortuna de presenciar un romance de tres verónicas distintas. tres diferentes interpretaciones del lance esencial. Y si no del todo logradas como para hacer de ellas capítulos de historia, si al menos cumplidas para dejarnos un asomo de tres esencias: la de Morante, de mármol; la de Ortega de acero; y fuego la verónica de Pablo Aguado.
FICHA de la CORRIDA
PLAZA DE TOROS MAESTRANZA, SEVILLA.
Corrida del Dominio de Resurrección. Agotado el papel.
Toros de Juan Pedro Domecq, descafeinados, sin codicia y deslucidos.
Morante de la Puebla, de azul y oro, pinchazo, estocada (saludos); media (silencio).
Juan Ortega, de celeste y oro, estocada (saludos); pinchazo, estocada (silencio).
Pablo Aguado, de verde y oro, dos pinchazos, estocada (saludos); pinchazo, estocada (silencio).
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