sábado, 2 de abril de 2022

CARTA ABIERTA DE ELOY ANZOLA A JUAN SALAZAR

 Querido Juan:

 Cuando nos escribiste tu excelente crónica sobre el coloquio donde estuvieron, además del periodista Rubén Amón, dos peruanos notables, Mario Vargas Llosa, ganador del premio Nobel de literatura y el torero Adrés Roca Rey, gran triunfador en Madrid al punto de conquistar la salida a hombros por la Puerta Grande de Las Ventas, me hiciste esta pregunta–desafío: ¿Qué premio escogerías? ¿El Nobel o la Puerta Grande de Madrid?

 Después de pensarlo y no por mucho tiempo, he concluido que, sin nuguna duda, prefiero y con mucho la Puerta Grande de Las Ventas. 

Ocurre que no he tenido vocación y no he explorado el genero literario. Algún cuento escribí en el colegio jesuita donde me educaron y aunque abrobé la materia, nunca recibí elogio alguno de mis profesores.

 Quedó claro entonces que no era mi camino. 

En verdad, como abogado que soy, algo he escrito. Pero no hay nada de literatura allí. Además, nadie lee lo que escribo o muy pocos, y quienes lo hacen no es necesariamente para elogiarme o premiarme. Cuando escribes a un juez, o a un árbitro, o a un funcionario público, más allá de lo aburrido e inextricables que son los escritos legales, muy pocos de esos destinatarios, que por definición se cuentan con algunos dedos de una mano, van a leerlos con atención y mucho menos con agrado. Además, si quien los lee es el abogado de la parte contraria, te hará saber por escrito o de palabra lo equivocado e impertinente que es tu escrito y tienes que salir a defenderlo como si hubiesen mancillado tu honor. 

Puede que alguien te dé la razón, pero nadie, salvo algún iluminado que busque algun favor tuyo, elogiará tu texto.

 Como ves, no hay mucho reconocimiento por lo que escribes en ese contexto. Ahora que trabajo mayormente como árbitro en disputas comerciales, también escribo. Pero normalmente lo hago con otros dos miembros del tribunal arbitral. Entonces, aunque el laudo o sentencia arbitral la haya escrito yo, no puedo y no debo asumir la autoría. Sería desmerecer a mis compañeros que muchas veces también han escrito partes del laudo y, en todo caso, lo han leído y hecho sugerencias y propuesto cambios o inclusiones.

 Cuando está bien hecho, es una obra colectiva. 

En cuanto a las partes, cuando reciben el laudo o sentencia arbitral, actúan así: van a la última página a ver quien ganó y quien perdió. El ganador queda feliz y el laudo es perfecto y no tiene para que leerlo; el perdedor monta en cólera, denosta de los miembros del tribunal arbitral y mucho más de aquel que supone fue el autor del agravio. Tiene que pasar por el desagrado de decirle a su cliente que ha perdido que poca gracia ha de hacerle. A partir de entonces se expresará muy mal del laudo y del tribunal arbitral y en algunos casos –la verdad es que son pocos– te guardará rencor por mucho tiempo. En cuanto a las publiaciones académicas ocurre algo parecido. A lo más que puedes aspirar es que algún otro jurista, investigador o estudiante te cite. 

El mayor elogio posible es que diga: “Y como dice Anzola, posición que acojo…” y poco más. Como puede verse, en ese racano reconocimiento, tampoco hay elogio a la calidad de tu escritura. Quizá puedes ser más afortunado cuando manejas con destreza una habilidad poco elogiada de algunos abogados. Es aquella en la que se le escribe a un cliente que no es abogado sobre un complejo tema jurídico. Es necesario utilizar un lenguaje entendible, sencillo y claro, no usar el latín, no hacer copias largas e incomprensibles de normas legales y citas de autores del siglo pasado. Puedo asegurarte que no es fácil hacerlo. Si lo consigues es raro que te elogien, pero te pueden dar las gracias (además de pagarte los honorarios).

 Tu satisfacción estará en las preguntas que te hagan y a través de ellas sabrás si entendieron o no lo que quisiste decirles y te sentirás más contento aún si te encargan del caso o de un trabajo adicional. No en vano, de honorarios viven el abogado y su familia. Como ves Juan, es difícil llegar al Nobel por ese camino. 

Por tanto, no le he procurado, no voy a procurarlo ni preferirlo.

 En cambio, la Puerta Grande de las Ventas es otra cosa. No porque aspire a alcanzarla. Por lo lo pronto, es un poco tarde. Pero ser torero, ser figura y salir por puertas grandes si estuvo en mis sueños de niño, adolescente y hasta de joven adulto. Yo quedé cautivado con nuestra fiesta cuando mis padres me llevaron en 1956 (tenía 12 años) al Nuevo Circo de Caracas. Ese día toreba Antonio Binvenida a quien le vi manejar el capote con clase y belleza. Y hubo un lance que me cautivó: serpentina y revolera. Hoy se hace muy poco. Hace poco se lo vi ese genio que se llama Morante. Después de esa corrida comencé a torear de salón con cualquier trapo. Un tiempo después pude tener un capote. Primera sorpresa, pesa mucho más de lo que imaginamos porque los toreros los manejan con soltura. Hay, por tanto, que trabajar con él hasta adquirir suficiente fuerza en los brazos para poder usarlo bien. En el jardín de mi casa comencé a hacerlo y con el tiempo le daba a toros imaginarios verónicas, medias, chicuelinas, faroles (se los vi a Luis Miguel), gaoneras, fregolinas, navarras y después de mucho trabajo, logré dibujar serpentinas y revoleras que, como el nombre lo indica, es una suerte a dos tiempos.

 No es fácil. Ningún lance es fácil, torear bien con el capote, aun de salón es dificil. Y hacerlo bien, más aún. Tomar bien el capote ya es de por si retador. Manejar y colocar bien los brazos y las manos es una ciencia oculta. 

Sabiendo eso, es lógico que admiremos a los buenos capoteros: Ordoñez, Paula, Morante y otros que merecen estar en ese Olimpo. Por cierto, recuerdo unos lances muy bellos de Fernando Cepeda en la Plaza de Maracay (años noventa), que el público, a mi juicio, no valoró en su justa medida. También tome más tarde una muleta con espada simulada. De nuevo la muleta, aun con la espada de madera o aluminio, pesa en la mano derecha y si no fortaleces tus muñecas, se te desploman y pierdes toda destreza al menos toreando con esa mano. Con la izquierda es distinto, la muleta pesa menos, pero manejarla bien y con ritmo tampoco es sencillo. Hay que saber hacerlo para que se extienda y el pliegue abra en el momento adecuado.

 Entre las cosas curiosas y sorprendentes que he visto, es la mano izquierda de Manuel Benítez, el Cordobés, que por un defecto físico que tiene en ella puede abrir la muleta y llevarla muy atrás sin necesidad de mover el cuerpo. En una entrevista le vi explicar ese poder que tenía. Cuando era adolescente y también más adulto, toreaba mucho de salón. Si no había muleta, me bastaba un periódico o una revista. Cuando estudiaba y paraba para descansar, me estiraba dando pases. Aún hoy en día, puedo hacerlo. Te aseguro que es una muy buena gimnasia y requiere de mucha coordinación. Comprenderás Juan que, en el tiempo de esos menesteres, soñar con puertas grandes era inevitable. 

Al comienzo, el sueño era salir a hombros en el Nuevo Circo de Caracas. Más tarde soñé con la México, Acho, la Santamaría y claro, la cúspide, Madrid. El sueño ni se cumplió, ni se cumplirá, pero sigo soñando. Mi sueño se realiza cuando alguno, con méritos, logra hacerlo. Algunas salidas por esa Puerta me son entrañables, aunque yo no estuviese en las Ventas, es el caso de los Girón, en sus tiempos, de Paco Camino que era mi torero, del Cordobés en la Beneficencia de 1968 cuando estuve en la Plaza, las de 1991 de César Rincón y en el 2019, la de Paco Ureña porque allí estaba.

 Como ves Juan, me quedo con la Puerta Grande de Las Ventas. 

Gran abrazo, Eloy

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