Conocí a Rafael Báez el 15 de octubre de 1969, el día de la trágica muerte de Antonio Velasquez.
Era de madrugada allá por Mariano Escobedo, estaba Báez en compañía de Chucho Arroyo, compadre de Antonio Velasquez cuya muerte provocó consternación en la familia taurina mexicana.
Báez para la fecha, año 69, había crecido en jerarquía en los toros de México. Apoderaba a Eloy Cavazos quien entonces pisaba el acelerador pidiendo paso como figura del toreo. Los motores de Cavazos hacían ruido y los escuchaba la fiesta taurina en el mundo. Una fiesta que tenía dos comandantes, dos figuras del toreo, que se imponían en el mundo y en México especialmente: Manuel Benítez “El Cordobés” y Manuel Capetillo.
-“El domingo torean en Monterrey con Eloy …”, insinúa Rafael Báez, invitándome a la corrida en la que Paco Madrazo estrenaba divisa como propietario de Pastejé.
La oferta me la hizo en la Funeraria Galloso, la noche de los honores en el sepelio del gran León de León, como los panegiristas distinguían a Toño Velasquez.
Aquella noche en La Galloso rendían honores de Antonio Velasquez grandes personalidades de la fiesta. Recuerdo a Lorenzo Garza, a Mario Moreno Cantinflas, y Fermín Rivera. Rafael Báez acompañado de César Faraco, un matador de toros venezolano que, como lo había hecho Báez, convirtió México en su escenario profesional.
Báez presumía de haber nacido en Caracas, en el Barrio de San José, que se identificaba con el gran torero venezolano Eleazar Sananes "Rubito", primer torero venezolano con rango y jerarquía de figura del toreo.
Ni Sananes y tampoco Báez eran “Josefinos”; Sananes de la parroquia de Altagracia y Baez nació en Guarenas pueblo mirandino vecino a Caracas. Hijo de peón agrícola y de familia campesina muy humilde. Sus padres Gualberto Báez González y Carmen Patiño Gómez, fallecieron muy jóvenes. Rafael con apenas cuatro meses cuando se marchó el padre. El niño mas bien era una carga para aquella familia de Los Valles del Tuy que luchaba contra la adversidad, empuñando azadones, machetes y hoces.
Por aquello predios no se escuchaba ni un rumor de toros; pero todo cambió cuando mandaron a Rafael a Caracas, a casa de su tío Rafael Ramón Patiño que se convertiría en su verdadero padre. Patiño se encargó de guiarlo en sus primeros pasos en la vida; era aficionado a los toros y frecuentaba las corridas y novilladas en el Nuevo Circo.
Rafael Báez era un muchacho con apenas 15 años de edad, un niño que nunca había ido a una corrida de toros. El primer día quedó impactado cuando descubrió la fiesta en interpretación de triunfo de Luis Procuna, la tarde que El Berrendito fue premiado con una pata,
la única pata en la historia de la Plaza de Caracas. Se la otorgaron a Procuna como premio a su gran faena a un toro de la ganadería de La Trasquila.
Don Rafael Patiño, que era aficionado de tendido, al que su experiencia en la vida le alertó con el despertar vocacional de Báez que se descubría en idolatría por Luis Procuna. Cuando su tío, don Rafael, descubrió que quería ser torero, se dejó de monsergas y apretó clavijas convirtiéndose en censor y centinela del sobrino. Su misión, la de don Rafael, fue impedirle averiguar, indagar, y evitar formarse como torero. Tanto celo más bien animaron la llama vocacional en Rafael Báez que abandonó el hogar de los Patiño, que para entonces vivían cerca de Barquisimeto, y reunido con varios ilusos que como él querían ser toreros tomaron caminos hacia donde se daban espectáculos taurinos como los toros coleados y las novilladas por los senderos de los Andes venezolanos, los pueblos encajados en los valles de la serranía donde organizaban festejos populares, lo hizo incursionando como maletilla, que por esa época eran muchos.
Él mismo Báez se califica, como le confiesa da su biógrafo Juan Antonio de Labra “éramos soñadores de gloria que re- corríamos las carreteras pidiendo “aventón” para llegar a los pueblos en busca de un pitón y echar capa”.
Mosises Ugáz y Vicente Forte fueron sus compañeros de legua, por aquellos caminos de la serranía andina que pisaban ilusionados en 1948.
Había surgido en el panorama taurino venezolano la contagiosa y triunfal figura de Luis Sánchez Olivares “Diamante Negro” líder del escalafón de aquella temporada de 1948 en España, figura entre los novilleros y estímulo para los toros americanos.
El Diamante puso muy en alto el nombre de Venezuela entre los periodistas del mundo y en especial uno de los buenos escritores taurinos: Carmelo de Ronda, que ayudaba a Rafael Báez y quien tenía buenas relaciones con las figuras del toreo de entonces, entre ellos Carlos Arruza y Manolo González "La Giralda vestido de luces" que torearon mano a mano en Caracas la tarde que Rafael Báez fue sobresaliente de espadas. Este contacto con Luis Procuna le ayudó para viajar a México. Tomó la alternativa de matador de toros en Mérida, Yucatán, de manos de su gran amigo, más tarde poderdante el destacado torero colombiano Pepe Cáceres, primera gran figura del toreo colombiano en la historia de la muy iportante fiesta de los toros colombiana.
La alternativa ocurrió en la Monumental Mérida, el 22 de mayo de 1960 con Héctor Obregón y Manolo Gómez por testigos. Gómez también alcanzó el grado de matador de toros y los toros de la alternativa de Rafael Báez fueron yucatecos, de Palomeque.
Como un hombre inteligente, Rafael Báez sabía que de torero su destino sería preocupante pero conocía muy bien el tinglado taurino. Es decir todo lo que rodea a una empresa, a los toreros y a sus agrupaciones.
Estando en México el venezolano decidió decidirse por la representación de toreros y de ganaderías, promover espectáculos taurinos y todo lo que pudiera hacer con sus muy escasos contactos y muy escaso capital.
Fue Pepe Cáceres, la gran ayuda para dar pasos firmes en el apoderamiento. Profesión que estrenó representando al Mago del Tolima. Esta amistad, sus éxitos con Pepe Cáceres, le abrieron caminos y sin proponérselo, lo llevaron hasta Eloy Cavazos.
Báez en presencia de Eloy y en conversación con amigos decía que fueron las fotos del niño torero, descalzo, sin camisa, toreando una vaca. Pasaron los días hasta que coincidimos en una tienta a la ganadería de Cuco Peña. Y ahí se apareció Eloy Cavazos. Jaime Bravo le invitó salir a darle “las tres” a un toro que había toreado. Eloy no se rajó, le dijo que sí. Le pegó cuatro o cinco muletazos y dejó a todos con la boca abierta. Entonces, Jaime Bravo fue el que sugirió que Báez y Elizondo apoderaran a Cavazos. Jaime le dio a Eloy cien pesos para que se viniera a México a casa de Fernando Elizondo.
Cuenta de Labra en su biografía que un día Rafael Báez, al entrar a la casa, vio a Eloy acostado en el suelo sobre un capote en la noche fría. Aquel detalle de miserable injusticia le impresionó mucho a Betty, gringa y esposa de Rafael. Betty en seguida comentó: “A este niño hay que llevarlo a vivir con nosotros”. En ese instante Betty se convertiría en el Hada Madrina de Cavazos, aportaría sus escasas pertenencias a las casas de empeño para alquilar trajes, capotes y muletas para las primeras novilladas, y pan fresco para todos los días.
Eloy Cavazos debutó en El Toreo de Cuatro Caminos y en adelante México se le dieron muy bien las cosas como la de convertirse en ídolo de multitudes.
Ese día todo cambió para Rafael Báez, pues la unión con Eloy Cavazos se convirtió en llave ejemplar de una pareja taurina, que basó su unión en un acuerdo estrechando sus manos y sin notarías un solo papel. Aquello jamás había existido en los toros, y menoscaba perdurado tanto.
Tanto así, recuerdo muy bien, que un día en México me llamó Raúl Acha Rovira para que fuéramos a comer don dos amigos. Los dos amigos de aquel día eran Rafael Báez y Pepe Chafik, y Rovira comentaba que “cómo estará la fiesta de los toros en México, que los tres apoderados de las tres figuras más importantes de México son extranjeros: un libanés, un argentino y un venezolano.
Báez luchó, y duro, para instalar a Eloy Cavazos en los más importantes carteles de las ferias venezolanas. No como imposición ganadera, sino como imán en Taquilla. Cavazos triunfaba todas las tardes, tal y como ocurrió en España donde no solo abrió la Puerta Grande de Las Ventas, sino que peleó taurimnamente con ases españoles de gran jerarquía como Antonio Bienvenida, Luis Miguel Dominguín, Antonio Ordóñez, El Viti …
Detrás de cada éxito de Cavazos, está la imagen de Rafael Báez, en cada una de aquellas corridas de toros por la meseta castellana, una tarde en Quintanar de la Orden, Toledo, aquel día de los toros del Code de Ruiseñada, íbamos de regreso a Madrid en un taxi. Recién comenzaba su campaña española, y no había “parné” en las alforjas,
Báez ordenó aparcarse a la orilla “y escuchar la radio para saber que sustituciones hay para mañana”… Así, con esos ladrillos, Rafael Báez construyó una gran figura entre los difíciles taurinos españoles.
Hoy ha fallecido en su México un venezolano que regó por los caminos del toro su amor por la patria de sus hijos, de su viuda Marta Góngora, y de los muchos amigos que hoy con pesar y egoísmo sentimos su partida porque se fue amigo noble, venezolano leal que le dió brillo a la tauromaquia universal y un taurino del mundo, cabal.
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