sábado, 12 de febrero de 2022

¡EL MAESTRO! En Memoria de don César Faraco por Óscar Alí Medina Hernández





Hace ya algunos años, la pasión taurina que con fuerza había irrumpido en el Táchira con las primeras ediciones de la Feria de San Sebastián recibió un apoyo importante cuando un grupo de aficionados, encabezados por el Dr. Manuel Ordoñez, concretaron una idea que había sido discutida en reiteradas oportunidades en el seno de la Unión de Abonados y Aficionados Taurinos de la Plaza de Toros de Pueblo Nuevo, hoy Plaza de toros Hugo Domingo Molina, la cual concluyó con la fundación de la actual Escuela Taurina de San Cristóbal. Muchos nombres se barajaron para decidir quién sería el director de tan ansiada institución. La Providencia nos tenía reservada una hermosa sorpresa. 

Luego de muchos contactos y de conversaciones con amigos que intermediaron para hacer realidad un anhelo llegó un día a San Cristóbal, procedente de Ciudad de México, el Maestro César Faraco Alarcón.




 Con la pasión desbordándole su pequeña estatura mostró como tarjeta de presentación su don de gentes, su corazón en donde cabían cómodamente la amistad, el cariño y la gratitud, y su caballerosidad. De inmediato no solo asumió la dirección de la escuela, sino que se ganó el amor de los aficionados tachirense pues, de fácil conversa y amena tertulia, se vinculó decididamente a prodigar amistad, cariño y preocupada entrega por la que fuera, aparte de su hija Liz, la razón de su vida: el toro. 

¡Qué clase de Maestro y de amigo!, no solo por su trato de caballero, su arte en la plaza y en la calle, y su especial conocimiento del toro, sino porque se convirtió en un segundo padre para los muchachos que tarde a tarde se aparecían en Pueblo Nuevo buscando abrirse un camino en el difícil y peligroso mundo del toro; en tanto para los aficionados, y nosotros sus amigos, en un especial compañero de querencias y esperanzas. 

Con la ilusión de entregarle a la afición del mundo un torero parido en esta tierra hizo de la sede de la escuela taurina su verdadera casa y allí, con la suavidad del temple de sus mejores años de torero, inició una labor callada, pero de mucha constancia, cargada de inagotable sabiduría y ambición. Nos metió a todos en su muleta y se hizo dueño de nuestra amistad y respeto. 



Ya con sus ochenta y un años a cuestas y un sistema cardiovascular de elevadísimo riesgo se mantuvo firme hasta la madrugada del día cuando, sabiendo que la vida se le escapaba por ese corazón cansado, pero construido de emociones, no aguantó una más y allá en la soledad de su segunda casa, su departamento de siempre, pudo sacar fuerzas y coraje para despedirse, sobre el envés de un calendario, de su afición, de sus amigos y de su hija Liz, para luego marcharse envuelto en el Manto de la Inmaculada, pues fue el 8 de diciembre de 2011 cuando definitivamente abandonó este plano terrenal para irse a encontrar con quienes se le adelantaron en ese último trance, el de la muerte, ese hado fatal con quien tarde a tarde se codeó sin miedos en las plazas de toros del mundo. 

César Faraco, “El Cóndor de Los Andes”, nacido en San Juan de Lagunillas, estado Mérida, en 1930, llegó a España de la mano de ese otro gran torero venezolano Luis Sánchez, conocido en los ruedos como “Diamante Negro” quien lo presentó en el entorno de la dinastía Bienvenida donde fue acogido como un hijo más. Fue el primer torero latinoamericano en tomar la alternativa en la plaza de Las Ventas de Madrid, en este caso el 13 de mayo de 1955, en plena feria de San Isidro, de manos de Antonio Bienvenida teniendo como testigo a Manolo Vásquez, con el toro “Bocinero” de don Carlos Núñez.

 A partir de ese momento su vida entera giró en torno a los ruedos hasta el momento de su despedida el 9 de julio de 1978 cuando en solitario estoqueó en el Nuevo Circo de Caracas a cinco de Piedras Negras y uno de Manuel de Haro, siendo el mismo “Diamante Negro” quien le cortara la coleta dando por concluido un periodo de triunfos, cornadas y vida.  Los toros intentaron al menos en tres oportunidades ponerlo en manos de Dios; sin embargo, el Padre Celestial prefirió esperar a que diera su última faena entre nosotros los tachirenses. 

Para quienes le conocimos, compartimos y le quisimos, y seguiremos queriendo, el hasta luego del Maestro nos dejó un gran vacío, pero nos queda la satisfacción de haberlo adoptado como un hijo más de esta San Cristóbal andina, de haberlo arrullado entre el calor de la amistad, el compañerismo y la familiaridad del tachirense. Faraco se fue con la humildad que lo caracterizó. Tomó los caminos de las montañas andinas para escalar hasta los ruedos del cielo desde donde con su espíritu y alma de cante jondo seguirá enseñando el camino de los triunfadores 

Febrero, 2022

Óscar Alí Medina Hernández   

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