Hace ya tiempo la preocupación del estado de la fiesta de los toros en Venezuela ha sido tema para nunca acabar.
La disminución de número de espectáculos en las diversas ferias es un aviso. Se siente la ausencia del torero venezolano, lo que desgarra lo que quedaba del calendario.
En un tercer lugar, y muy destacado, la presencia y la calidad del toro de lidia nacional.
El aficionado fue perdiendo la confianza en los toros antes que llegara la pandemia y que se convirtiera en excusa para el fracaso.
Se sentía que en el combate el aficionado, estaba debajo de la lona, ya que sobre el cuadrilátero mandan los intereses foráneos
Más allá del KO. Poco qué buscar.
Hoy concluimos, luego de largas tertulias entre profesionales y aficionados , que hemos llegado a considerar que sólo en manos venezolanas está el poder superar la crisis.
No se trata de una medicina novedosa. Es evidente que los mejores momentos que hemos vivido en la fiesta de los toros ha sido gracias al torero venezolano. Sin ir muy lejos, amable lector, le ruedo me permita recurrir a los datos de la estadística en los años 1920 y 1921 correspondientes a los espectáculos taurinos celebrados en el Nuevo Circo de Caracas, gracias a la presencia de espadas que la historia reconoce como la piedra angular de la tauromaquia venezolana: Eleazar Sananes “Rubito” y Julio Mendoza, estas dos temporadas previas al viaje a España de estos caraqueños.
En 1920 en el Nuevo Circo de Caracas se realizaron 29 espectáculos, entre novilladas y corridas de toros; para 1921 el número ascendió a 31 espectáculos.
No existía en Venezuela el toro de lidia, fue el toro criollo el abono para la siembra del toreo nacional . Con el “cunero” surgieron los ídolos de la fiesta. Se formaron los toreros se escribieron los momentos más importantes del torero nacional. Cuando todo empezó, no había promoción en los medio impresos, tampoco existía la radio o la televisión. Solo el “boca a boca” imponía los espadas, que fueron auténticas figuras de una época en la que surgirían uno a uno los toreros más representativos de nuestra historia.
Una lista de quienes por haberse destacado sobre los otros, les recordemos. Respetamos el orden por antigüedad:
Luis Sánchez Olivares “Diamante Negro”; Alí Gómez; Oscar Martínez; César Girón; Joselito Torres; César Faraco; Curro Girón; Carlos Saldaña; Joselito López; Adolfo Rojas: Héctor Álvarez; Carlos Martínez; Carlos Rodríguez “El Mito”; Rafael Ponzo; Celestino Correa; Bernardo Valencia; Carlos Osorio “Rayito”; Pedro González El Venezolano"; Luis de Aragua; Morenito de Maracay; Nerio Ramírez “El Tovareño”; Ramón Álvarez “El Porteño”; Manuel Medina “El Rubi”; Erick Cortéz; Leonardo Benítez; Otto Rodríguez; Marcos Peña “El Pino”; Rafael Orellana; Alexander Guillén; Manolo Vanegas; Jesús Enrique Colombo…
No son todos, dirán, sé que faltan muchos, estos son los que recordamos sin necesidad de apuntes… Pero es el torero nacional la ficha que debe sembrarse en el intento, intento serio y eficaz en devolverle la salud a la tauromaquia venezolana, aquejada por un lado por la pandemia y opacada por las oscuras decisiones de entregarle el testigo de relevo en la carrera por la recuperación a manos extrañas, de toreros no enraizados en el corazón taurino de nuestro pueblo.
Es por ello que consideramos que abonando las raíces obtendremos frutos a los toros, solo nuestros espadas, en competencia con el extranjero, será capaz de animar el latido del corazón taurino de Venezuela cuando en estos momentos se expresa en arritmia muy peligrosa.
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