Gil abandonó el mullido sillón cuando leyó la noticia en su periódico El Universal: la Comisión de Bienestar Animal en el Congreso local aprobó el dictamen para prohibir las corridas de toros en la Ciudad de México, a pesar de que el quorum se vio amenazado por la ausencia de tres legisladores de Morena”. Pronostican pocas probabilidades de que el dictamen sea aprobado, pero Gil considera que es cuestión de tiempo y que el animalismo triunfará. El dictamen establece lo siguiente: “queda prohibido celebrar y realizar espectáculos públicos en lo cuales se maltrate, torture o prive de la vida a toros, novillos y becerros”.
Gamés lo dice rápido: algunos de los mejores momentos de su vida los ha pasado en la plaza de toros. Los antitaurinos afirman: “¡La tortura no es arte ni es cultura!”, esta corriente de opinión terminó con la fiesta brava en Cataluña en el año 2010 y ha tomado una fuerza que será imparable allá donde haya corridas de toros. ¿Nos convertiremos en mejores seremos humanos si prohibimos los toros? Definitivamente no. Gilga sigue en estos temas a Fernando Savater: “en nuestro tiempo hay planteamientos que en principio están bien, tales como la lucha contra la violencia de género, la no crueldad gratuita contra los animales o la defensa del medio ambiente; asuntos que en su origen son perfectamente razonables, pero que, de pronto crecen y se convierten en locuras, sobre todo cuando pasan por Estados Unidos, que es el umbral de todas las chaladuras del mundo en este momento y se convierten en temas exagerados y peligrosos para la convivencia (…) el animalismo es una idea perfectamene justificada, una estética de generosidad, como decía Nietzsche, con los animales. No todos los animales pueden ser mascotas. Y llegará un momento en que aquel que no pueda serlo, como el caballo o el toro bravo, desaparecerá, porque no servirá para ejercer sus funciones naturales”.
Taurino
Gil muestra sus credenciales. Debutó en la Plaza de Toros México con su extinto padre en una corrida histórica de Manolo Martínez, Curro Rivera y Eloy Cavazos, a quien su padre le llamaba torero de pueblo, rápido como un abanico de manola con la muleta. Ah, y asistió a las faenas de Ponce, se pone de pie, y de José Tomás, una efigie jugándose la vida con las zapatillas plantadas en la arena.
Dirán la misa los animalistas, pero una dosantina de Ponce se acerca mucho a un momento artístico, un pase por alto de Tomás le pone los pelos de punta a Gilga: valentía, poder, mando y estética. Ahora mal sin bien, si entre quienes impulsan la prohibición se encuentran destacados (es un decir) integrantes de los pillos del Partido Verde, Gamés se iría con más calma.
Afirma Savater que ha intentado razonar sobre las corridas de toros en su libro Tauroética, “pero algunos no han entendido los argumentos. La ética se preocupa de las relaciones entre los seres humanos racionales y no de estos con los animales, que no son piedras, pero tampoco personas. Pero está visto que hay gente muy apasionada para entender estas cosas”.
Gamés no quisiera incurrir en argumentos de dos pesos, pero ha visto a tremendos animalistas comerse un bife de proporciones monstruosas, carne de animales sacrificados, o subirse a carretas jaladas por caballos viejos y tristes, o desayunar huevos revueltos puestos por gallinas cautivas de por vida y obligadas a poner blanquillos (ja, evitamos el vulgar albur), o incluso, manducarse un pulpo a la gallega cuando se ha demostrado que estos animales sienten dolor cuando se les castiga en la pesca. ¿Cómo la ven? Sin albur.
Así las casas (muletilla patrocinada por el licenciado Bartlett), Gil propone que la Plaza de Toros México se convierta en un rastro, ese lugar donde se mata a las vacas, a los puercos y otros cuadrúpedos para alimentarnos; en cada asiento de la monumental, que se ponga una gallina que ponga huevos a huevo y pollos inyectados con hormonas deliciosas. Dicho lo cual, Gamés buscará una plaza de verdad en algún punto del país hasta encontrar una buena tarde de toros.
Todo es muy raro, caracho, como diría Savater: “Ya soy viejo para cambiar mis costumbres y me dejo influir poco por las novedades”.
Publicado en Milenio
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