La muerte del maestro Pepe Alameda, que dejó una profunda huella en la Fiesta, no sólo por su capacidad como narrador de corridas de toros a través de la radio y la televisión, sino también mediante un prolífico legado literario. La popularidad de este madrileño con sentimiento azteca, creció de manera formidable gracias a su programa de televisión "Brindis Taurino", que se emitió de forma ininterrumpida durante una larga década, comprendida entre 1977 y 1987.
Aquel magnífico programa fue testigo de una época importante de la tauromaquia de México, misma de la cual Alameda dio fe con positivismo y simpatía, profundidad y sencillez; porque ésta, la sencillez, quizá, fue la mayor virtud de Carlos Fernández Valdemoro: la naturalidad de su discurso, que está perfectamente planteado en su obra taurina, entre la que destacan libros esclarecedores como "Los arquitectos del toreo moderno", "El toreo, arte católico" o "El hilo del toreo".
Sin embargo, y aunque Pepe Alameda fue reconocido como periodista taurino y escritor de esta materia, lo que realmente trascendió su sensibilidad fue una obra poética poco difundida, menos conocida, por desgracia.
El alma de este ser tan humano estaba habitada por un poeta grande; un poeta que pudo haberse hablado de tú con la Generación del 27, a la que tanto admiró desde su adolescencia.
Amante de la pintura -Goya como emblema-, el maestro Alameda, nacido precisamente en la madrileña calle que ostenta el nombre del pintor aragonés, tenía una capacidad intelectual fundamentada en el estudio y la reflexión.
En la siguiente décima, donde dibuja a Goya con pocos trazos, se advierte su aguda percepción:
A fuerza de colorido,
a fuerza de democracia
y de dar al tapiz gracia
casi hasta darle sonido,
de la luz arrepentido,
huyes buscando la muerte.
Tan española es tu suerte
que dentro de callejón
te traspasa el corazón
el toro del aguafuerte.
El paso de Pepe Alameda por los toros fue circunstancial, pues en el fondo él se nutría de la poesía, intentaba vivir para ella, leía y releía a los grandes poetas, y cuando decidía escribir un verso lo hacía con una constrastada elegancia.
Aquí está la décima endecasílaba que dedicó a otro pintor, el jalisciense José Clemente Orozco:
A través del cristal de tu mirada,
has desnudado el alma y los pinceles
para quemarlos vivos, puros, fieles,
en la blanca pared iluminada
por luces que te llegan de la nada.
Silencioso tribuno que al dolor
de tu pueblo le prestas el tambor
y le vuelves sonora la trinchera.
Dios guarde en la pared tu vida entera,
todo tu incendio en lágrimas de amor.
Hace algunos años, su sobrino José Andrés de Oteyza rebuscó entre sus cosas, en aquel maravilloso desorden donde sólo él sabía dónde encontrar un papel, una fotografía, un recorte de periódico, y se dio a la tarea de publicar la obra póstuma del maestro en una edición "no venal, destinada a los familiares y amigos de Carlos Fernández Valdemoro".
Se trata de un libro que vio laluz en junio de 2006, titulado "Retrato de tres ciudades: Sevilla, Madrid y México", capitales que marcaron su existencia, su transitar por la vida con donaire.
Los artículos que conforman esta edición mantienen una hegemonía en el estilo, una misma directriz en el fondo, pues están tocados por los recuerdos de sus juventud, la nostalgia por los lugares y las personas, y una permanente añoranza por aquello que dio argumentos posteriores a la existencia del maestro.
Hoy, 20 años depués de su muerte, la figura de Pepe Alameda crece a la misma vez que se distancia de lo cotidiano, y ocupa un lugar preponderante en el marco de la cultura. Porque este hombre, antes y después de ser un cronista taurino, fue un poeta de altos vuelos, según se puede advertir en los siguientes versos dedicados al gaditano Rafael Alberti:
Por el blanco salinar,
verso y pasos adelante,
tu sandalia caminante
siguió su ruta en el mar
Y de tanto navegar
sólo con tu España sola,
más blanca sobre la ola
relumbra tu poesía,
bitácora y mediodía
de la nostalgia española.
Miradla, sí, condenada,
a su destierro del alma,
ved esos ojos en calma
entre voces de la nada,
blanca musa condenada,
virgen, purísima, sola,
desde la desierta ola
y la marinera red,
a la cal de una pared,
la gran pared española.
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