domingo, 19 de septiembre de 2021

¿SEVILLA DESCUBRE OTRO FRASQUITO? JUAN ORTEGA ILUSIONA LA MAESTRANZA




Juan Ortega nastuón e ilusión del toreo de Sevilla

 Las cosas de la vida, esta Feria de San Miguel, convertida en milagro del Arcángel, amanece hoy pidiendo por un milagro al conductor de los ejércitos celestiales: El Arcángel Milagroso.

Este año que se perfilaba como el año de la desaparición de la Fiesta de los Toros en el Mundo, había logrado lo imposible: una Feria de San Miguel, con un cartel de puros toreros de Sevilla. Como cuando Pepe Luis Vázquez y Pepín Martín, toreros de San Bernardo y de la Macarena. Expresión torera de la sevillana  en tres nombres que llenan de orgullo la pasión sevillana: Morante de la Puebla hoy con el puño en el timón  de la torería, Pablo Aguado cada día un paso hacia una posición firme y Juan Ortega se alza como el artista que rescata la verónica como solo supieron ejecutarla aquellos toreros de la Escuela de Sevilla  

Ayer cayó Aguado con una vieja lesión que le saca del cartel, y de la temporada.

Hoy Sevilla amanece enamorada de Juan Ortega, ¿Otro Frasquito?cautivada por Morante de la Puebla, y llenando los pisos de conchas de gambas mientras apuran una cerveza recuerdan las historias de  las tertulias del crítico Vicente Zabala y de Benjamín Bentura Remacha quienes recorriendo diversos escenarios, llegan una mañana a la cafetería Fuyma una cafetería frente a la Plaza del Callao, donde por las tardes se reúne un público menestral y provinciano, que se enorgullece vestido con trajes que nunca estuvieron de moda de sentarse en la Avenida, - "de José Antonio" en aquellos días - detrás de un amplio ventanal desde donde se divisan la calle y la plaza y el gentío "errante y municipal" que recorre la Gran Vía.



Frasquito en la Maestranza ¿Resurrección a los cuatro meses?

La historia es la siguiente: 


El otro protagonista es un camarero del café, alto y  discreto, que atiende las mesas y escucha en silencio la tertulia en la barra, que necesariamente hablaba de toros. El mozo, vencida su timidez inicial, muestra deseos de presentarse a los que allí conversan, y por fin lo hace. Se presenta como el torero  Frasquito.


Al  punto los de la tertulia  callan, entre escépticos y asombrados. Frasquito era un nombre que aún  perduraba como un mito en los años 50. Aunque hacía tiempo que se le había perdido el rastro, no podían reconocerlo, de repente, en este mozo  de barra que les mira entre tímido y expectante y  asegura ser el otrora célebre Francisco Sánchez, "el  principiante que empezó de maestro", según habían afirmado las crónicas.


Por fin, entre los recortes de prensa y  algunas fotografías ajadas que les muestra el camarero, los de la tertulia asienten. Aquel mozo es Frasquito, que  ahora sirve las mesas en Fuyma y unos años antes había inventado el toreo una tarde de abril en La Maestranza.


Francisco Sánchez, Frasquito, es uno de los casos más célebres de la historia del toreo efímero. Se presentó de novillero en la Maestranza sevillana el 4 de abril de 1948 - aún se cumplían  los fastos de la muerte de Manolete - y los que le vieron torear esa tarde todavía lo recuerdan. "La tarde de Frasquito en Sevilla" pasó a ser uno de los eventos legendarios en la tauromaquia de aquellos años. Pocos lo habían visto.


Nunca volvió a repetirlo. El público, esperanzado, agotaba las localidades al reclamo de "aquel acontecimiento que tuvo lugar el domingo". Un año después repitió en Sevilla, con el cartel de "No hay billetes" y la crítica comentó que "se declaró ausente en  su primer novillo" para añadir a continuación que  "su segundo brindaba al  torero oportunidad para mostrarse el Frasquito de aquella tarde que aún se recuerda". Aquí finalizaba la crónica.


Ese mismo año aún hubo de presentarse, con la plaza llena, en Madrid, en donde repetiría su actuación hasta cinco tardes más. En ninguna sucedió nada. Lo más piadoso que se escribe, el último día, es que "Frasquito salvó su precioso terno a costa del menguado prestigio que tenía ".


No volvió a torear en la Península. Décadas después Vicente Zabala, en  un artículo a la muerte del torero aún recordaba la tarde "en que en España no se hablaba más que de Frasquito".


           Vanidad de vanidades, dijo el  Predicador, todo es vanidad. (Eclesiastes, 1,2,3  )


«¿Una copia? Era un susédaneo», describe Rafael Sánchez González a Frasquito, el torero que resucitó a Manolete meses después de su muerte en Linares. Era un niño cuando la sombra del monstruo del toreo volvió a pasar por Córdoba.

En la plaza de los Tejares «había una expectación tremenda», recuerda aquella tarde en la que acompañó a su padre a los toros. «Causó sensación. En los días previos no se hablaba de otra cosa». Ahora tiene 81 años y el acontecimiento fresco en la memoria de sus nueve. Manolete volvía a vestirse de luces en el cuerpo de un camarero de Madrid que había nacido en Toledo.

«Todo el mundo quería ver a Frasquito», la revolución de la temporada de los huérfanos, los huérfanos de Manolete que lo imitaban para pasarle a la afición el trago de su ausencia. Fue el más celebre y se consumió con el resplandor de una cerilla. «Visto y no visto».

De Islero a Frasquito pasaron exactamente cuatro meses. España se reponía del estrés postraumático de aquel miura. La célebre fotografía de Manolete trasladado a la enfermería con cara de sarcófago puso del revés el país que mejor se explica en agosto. El verano de los toros a veces tiene estas coreografías mortíferas de hombres agarrados a los muslos de los otros para cortarse las hemorragias.

No siempre sale bien: Manolete no tardó demasiado en fundirse con el mármol. En la cafetería Fuyma de Madrid, «a la vera del Palacio de la Prensa», donde los corresponsales extranjeros escribían sus crónicas de la Guerra Civil, la tertulia de notarios y militares, trabajaba como barman el joven de Toledo que quería ser torero, lejos de la zona cero del manoletismo. Raimundo Blanco, el editor sevillano, estaba tomando café cuando el hombrecillo espigado se metió en la conversación. ¿Torero? ¿Quieres ser torero? Quiero ser Manolete, le dijo, y cerraron el apoderamiento.

En diciembre de 1947 debutó en La Maestranza en el festival de la patrona de la aviación. Toreaban Gitanillo de Triana, Cagancho y Pepín Martín Vázquez, que cortó un rabo. Pensaría Frasquito que no estaba en un patio de caballos, sino perdido en un mapa de la Feria. Usted está aquí, señalaba la mano, desorientado entre algunas leyendas del toreo. Cortó dos orejas a su novillo, descubriéndose como la perla de Callao, el hombre que venía a olvidar el trauma de Manolete.

"¡HA RESUCITADO!"

En abril del 48 vuelve a Sevilla y explota ese secreto que algunos habían intuido en la primera tarde. «Sevilla se estremece», escribe Vicente Zabala en el obituario de Abc. «En su primer novillo, en cuanto se para, figura erguida, mano baja, muy baja, muy marcado el contraste entre la horizontalidad del toro y la verticalidad del torero. ¡Ha resucitado!».

Estuvo a punto de cortar cuatro orejas, pero no pudo matar a su segundo novillo. Con las dos primeras pelúas calientes, un muchacho sale corriendo para avisar a Camará, que todavía masticaba el luto.

No se hablaba de otro asunto y Raimundo Blanco empieza a escribir fechas en su agenda. «Corren infinidad de fotografías del suceso sevillano» que algunos han comparado con la irrupción de Pablo Aguado.

«Fue una revolución en una época de grandes novilleros», como Antonio Ordóñez, que debutó de luces ese año, o Julio Aparicio, que abrió la Puerta Grande de Las Ventas en el 49, temporada en la que arranca la gira del ventrílocuo de Manolete.

«La revolución de la temporada», advierte Rafael Sánchez González. El año de Frasquito arranca con la cornada de Bilbao, a punto de formar otro lío. Y reaparece en Córdoba, agotado el papel. Bullía la ciudad en busca del ídolo perdido. La gente le veía «empaque» a ese mito improvisado. «Había mucho interés en esa figura amanoletada. Se quedaba muy quieto. Muy erguido. Pero, realmente, no había nada», resume el último testigo de la aparición.

«Cuando salen los primeros oles a borbotones de los cordobeses», escribe Zabala, «surge la cogida». El nuevo Manolete se desangra de plaza en plaza. «No había cogido el sitio. Intentaba ser la sombra de Manolete, quedarse igual de quieto, pero no tenía experiencia. No tocaba a los toros», identifica Rafael el problema que agotó a Frasquito. La cornada de Córdoba sorprendió al cirujano. «A mi padre, que era su amigo, le dijo que era de las más gordas que había curado».

"YA NI SE LE PARECÍA"

En Madrid se presentó en 1950 cuando ya algunos críticos le reprochaban la propaganda después de volver a Sevilla «ausente». La figura efímera del toreo fracasó en Las Ventas. «El torero que había empezado de maestro» quedó en las cenizas. «Salvó su precioso terno a costa del menguado prestigio que tenía», es la frase que preside el panteón de su derrota. Rafael Sánchez recuerda haberlo visto otro día más «en Málaga», confirmando la hemeroteca. «Ya ni se le parecía» a Manolete.

La derrota lo llevó al exilio en México. Tomó la alternativa en el 55, en Autlán de la Grana. No tan olvidado, «firmó autógrafos» en un festival en Cercedilla, en su vuelta a España «como turista».

El periodista Vicente Zabala de Abc cueta se lo encontró en México «con un bigote muy mexicano». Por el bar de su exilio paraban los matadores españoles. Cagancho mantuvo la amistad con el genio que se esfumó en apenas tres tardes. «Sus carnes no aguantaron».

El 24 de febrero de 1993, a los 62 años, murió de un cáncer de páncreas. De Frasquito ya sólo quedan los recortes de prensa y su último testigo. «Tuvo una tarde gloriosa y acabó de camarero», recuerda el estribillo de su biografía.


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