viernes, 24 de septiembre de 2021

FERIA DE SAN MIGUEL, LA CRÓNICA DE ZABALA DE LA SERNA Juan Ortega envenena Sevilla

 Juan Ortega envenena Sevilla

«¡Qué pena Pablo!», dijo una voz sobre los goznes del portón de cuadrillas. Morante de la Puebla y Juan Ortega cruzaron el ruedo con la ausencia de Aguado en medio. A las 18.25 Ortega había barrido el vacío con la pereza de sus lances dormidos, una escandalera de verónicas, fulgurantes, destellantes, venenosas. La toxina del tiempo detenido. La Maestranza enronquecida de oles se agitaba en sus cimientos. Una verraquera loca acompasaba las llamas de aquel incendio imposible, de lentitudes inalcanzables. La media verónica cayó como un delirio, levantando un clamor de multitudes. El terremoto del pasado domingo, el temblor inesperado, pero amplificado este viernes, sereno el arrebato, ese desgarro que abrasa las heridas. El toro de Juan Pedro podía dar por cumplida su existencia. Tan medido el poder como su fondo.

A las 18.33 J.O. galleaba con su vestido de Belmonte nuevo. Las chicuelinas al paso lo envolvían con un aleteo frágil. De pronto un delantal de esencias sevillanas, de esta orilla que se enfrontila con Triana, desató otro alboroto en los tendidos, un calambre con sus chispas. El remate volvió a prender el fuego de la fragua. José Antonio Morante, que 30 minutos antes había estrechado la mano de Juan, desmonterados los dos ante la ovación de aliento, replicó con su empaque a la verónica, lentamente, con tañido y forma de campana. Otro rumor de oles, otro sonido, el mismo tempo. Viajaba ya el juampedro en el límite de su aliento.

Ortega brindó a Pepe Luis Vargas, que no quiso pisar el albero. Y le homenajeó con unos sabrosos ayudados por alto que desembocaron en un zurdazo sedoso, a puro pulso de muñeca. El escasísimo poder del toro le hacía puntear, y el punteo tocaba la muleta de Juan. Que se colocaba para el bien torear sin atinar a vaciar limpiamente. Hasta que un redondo giró inmaculado de temple. Otros tres por idéntico palo, el mismo canto, precedieron a una trinchera de cartel. Volvieron otros punteos con la embestida cada vez más encogida. Un despacioso pase de pecho la estiró. El epílogo por bajo, hacia tablas, despertó una estela de belleza, levantando la faena que la espada enterró. La ovación trajo el eco de aquel lejano incendio de verónicas envenenadas.

Antes y después, lo de Juan Pedro, que se cría en Lo Álvaro, se encargó de hundir el barco de las ilusiones de la abarrotada plaza. Una corrida sorprendentemente desigual, en exceso dispareja. De diferentes hechuras, remates y seriedades hasta hacerse una escalera. En algunos casos habría que coincidir con el dicho: ni Juanón ni Juanín. Y lo peor es que tanto uno como otro morían huérfanos de bravura. Casi más grave: sin clase ni estilo. El gafe de Morante en Sevilla va a pasar a la historia con su leyenda. Un primer toro castaño, fornido y hondo, quizá basto, al que el morrillo le comía el cuello; otro más terciado pero también asfixiado de pescuezo; uno más que no reunía los mínimos -tampoco bonito- y que brincaba como una cabra loca; lo devolvieron por si el sobrero... Y el sobrero salió como el primero, muy cargado y preñado de nones. Morante pasó dejando cosas de inmensa torería, valor en su forma de darse y asentarse, y recursos técnicos admirables para limpiar, dicen ahora con horrible vocabulario, los muletazos al juampedro de los albores. Que cabeceaba desabrido por el palillo.

Pero aún Juan Ortega, en la hora de los vencejos, perdido en vano el turno de un toro feo y flaco, inocularía un poco más de su veneno en el tuétano de Sevilla, cuando el último juampedro, el único cinqueño, se prestó brevemente al envenenamiento. Fino y astifinísimo, muy serio, colaboró en el bonito saludo y en el tercio de quites, un soberbio duelo entre José y Juan por Chicuelo que debería provocar la prohibición de la chicuelina en el resto del escalafón. Duró lo suficiente Lindura para que Ortega sembrase una nueva esperanza, a cámara lenta su derecha, en media faena que valió por muchas otras enteras. Una oreja así lo reconoció.

FICHA

Plaza de la Maestranza. Viernes, 24 de septiembre de 2021. Sexta de feria. No hay billetes. Toros de Juan Pedro Domecq, incluido el sobrero (5 bis), un cinqueño (6), de desiguales hechuras, remates y seriedades; vacíos de bravura, clase y estilo; el último apuntó pero se acabó pronto.

Morante de la Puebla, de tabaco y oro. Media estocada tendida (silencio). En el tercero, media estocada (silencio). En el quinto, estocada (ovación).

Juan Ortega, de carmelita y oro. Dos pinchazos y media estocada (saludos). En el cuarto, estocada contraria y tres descabellos (silencio). En el sexto, estocada caída (oreja)

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