domingo, 1 de agosto de 2021

¿MANDAR A DARWIN A LAS DUCHAS? ..... Por Karl Krispin

 



Harold Bloom, grande entre los grandes

El posmodernismo intelectual, una suerte de hijo adoptivo de la Escuela de Frankfurt con un marxismo reajustado, es el responsable de una serie de dislates y de neodogmas, aunque sea el principal acusador de las llamadas metanarrativas. Su blandengue relativismo, su hipócrita buenismo, ha conseguido que no tomemos por cierta ninguna afirmación, ninguna conclusión, que todo termine en un cuestionamiento permanente y en una era que descree de la razón y el progreso. Básicamente se jura enemistad a todo aquello que suponga un constructo y posibilita que todo pueda tener la misma validez lo que nos lleva a elevar la invalidez ontológica como el neodogma por excelencia. Lo que subyace en medio de la deposición y el yo acuso es la negación de toda propuesta para crearle pies de barro a la historia, al arte, a la literatura y a cualquier paradigma. El grande entre los grandes, Harold Bloom, agrupa estas tendencias en lo que ha llamado la Escuela del resentimiento, y que forman feministas, marxistas, materialistas históricos, multiculturalistas, neohistoricistas, deconstructivistas, estructuralistas, afrocentristas, ideólogos homosexuales y una lista enorme que se deriva de ellos. El objetivo no es otro que el desprecio y juicio a las conquistas de la civilización occidental. La negación a Occidente le abre la puerta a su suplantación por un peligrosísimo multiculturalismo donde están en jaque el Estado, la familia, el individuo, el secularismo, la democracia liberal, la economía de mercado y la competencia. Ante esto, se privilegian los planteamientos identitarios de género, raza, religión, sexo, minorías que aspiran a ser opresoras, un lenguaje que asume la neutralidad, la corrección política, y hasta la forma de ingerir alimentos como el veganismo convertido en epifanía hipster. Está sobre la mesa la aspiración a que todos seamos mediocres y que nadie se destaque. Lo que podría ser en principio una sana forma de discusión ha pasado a ser una filosofía del desencanto con todo lo que somos. Comerse un churrasco de carne se convierte en una manifestación ideológica y el problema no es que veganos y carnívoros convivan, sino que los primeros están dispuestos a que la carne desaparezca del menú occidental y que los carnéfilos tengamos que ajustarnos a la deslucida carta de los herbívoros. Pongo un ejemplo cultural para que veamos el carácter de las nuevas imposiciones: la fiesta taurina. En uno de sus diálogos, Critias, Platón habla de la Atlántida, de un hombre con palos, cuerdas y una espada enfrentado a un toro-divinidad al que se sacrificaba y cuya sangre y carne tomaban y comían los reyes atlantes lo que nos lleva al origen de la tauromaquia como génesis civilizatoria. Como sostiene la doctora en Estudios Novohispanos, la mexicana Fernanda Haro Cabrero: “¿Qué importancia tiene la sangre del toro durante el sacrificio? La sangre podría significar aquí el soporte material del alma y el canal o transmisor de la naturaleza divina que beben los atlantes para así comulgar con la sabiduría de Poseidón y gobernar a su pueblo sin afectarlo”. Si hay alguna fiesta que combine arte, lectura antropológica, cultura, civilización, el ethos poético y la tradición es el toreo. Sus enemigos opinan que hay maltrato, pero no se quedan allí, sino que se han propuesto taxativamente su degradación y eliminación. Yo puedo esgrimir que en el fútbol hay violencia y ultraje, racismo, irracionalidad de los fanáticos, pero jamás se me ocurriría el prohibicionismo. La ética novedosa impone y veta mientras la conculcación de los derechos de los otros no vale nada ante el manual de cumplimiento obligatorio para la sociedad en reacomodo

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