martes, 1 de junio de 2021

TENTADERO DE LA LEGUA, el libro de Raúl Aramburú por Víctor José López EL VITO


Conchita Cintrón en sus días de aprendizaje en el Tentadero de La Legua


El que vaya a Lima a ver toros se hará una pregunta, la misma que tantas veces nos hemos hecho nosotros y todos los que admiramos la fiesta de los toros en el Perú: ¿Cómo han hecho para poder tener tan entendidos y apasionados aficionados?


Afortunadamente ya tenemos la respuesta, y está impresa en un hermoso libro que nos envía desde la Virreinal Lima el gran aficionado Raúl Aramburú Tizón. Hermoso por el mensaje, y porque provoca emociones su lectura.


 Libro que lleva el título Tentadero de La Legua, relato de Raúl Aramburú Raygada. Una historia  que muy bien se podría resumir la genealogía de La Hermandad.


Aramburú Raygada es un apreciado amigo limeño que conocí en Açores, hace ya varios años cuando junto al  doctor Alberto Ramírez Avendaño visitamos la Isla Terceira, donde el gran escritor y periodista taurino Paco Aguado organizó con un grupo de periodistas europeos el Primer Congreso Mundial de Periodismo Taurino. Raúl representó a Perú, y una tarde dentro de un volcán lidió una brava vaca de Domecq  propiedad del  ganadero Rengo Botelho, uno de los ganaderos herederos  del fundador de la ganadería isleña, João Coelho Pacheco, el terrateniente azoreño que fundó  su vacada en medio del Atlántico con ganado “bravío” y con un semental de lidia del continente portugués. 


El libro Tentadero de la Legua con Domingo Ortega, Raúl Aramburú Raygada y Fulvio Da Fieno en el Acho Antiguo, 1942.


Había conocido a un Raygada, peruano y aficionado a la fiesta de nombre Jorge Raygada.  Era Coordinador Editorial del Bloque de Armas, siempre animado y gentil en el trato se refería en nuestras pláticas taurinas, previas a las reuniones editoriales con el doctor Andrés de Armas, a dos personajes muy importantes en la tauromaquia peruana: Ruy da Cámara y Conchita Cintrón.

 Los dos de gran influencia en el mundo de los toros, y ninguno peruano: Conchita hija de puertorriqueño y de norteamericana nació en Antofagasta, Chile, y Ruy portugués.  Ella, “La diosa rubia del toreo” figura universal del rejoneo y estupenda torero; él, maestro de la equitación que Raúl Aramburú define como: - “…de ilustre abolengo lusitano, con alma de artista, ejemplo de rectitud y dignidad, a la vez que, de firme carácter, fue el personaje providencial y necesario para impulsar a ese grupo de entusiastas aficionados”. 


De como se formó ese grupo es la historia del libro La Legua, su autor original  Aramburú Raygada y quien lo ha rescatado es mi muy apreciado amigo Raúl Aramburú Tizón. 


Hay antecedentes en la historia taurina en el Centro Taurino de Lima, fundado en 1893. Un grupo que tuvo plaza propia  y sede donde “solo sus socios, por estatutos, podían lidiar reses en ella…” 

Entre sus fundadores estuvo José Antonio Aramburú Salinas. Leyendo cómo crece y se robustece se descubre cómo la alcurnia taurina limeña tiene antecesores donde, señala Aramburú “nuestros padres lucían gallardías juveniles de las que se hablaba a sotto voce en los salones, pues Lima fue siempre recatada y timorata ante aquello que, por ser taurino, tenía ciertos aires de juega y diversión prohibida, diversión que era y es eclosión de permanente nacionalidad espiritual”.


El Tentadero de La Legua al principio reunió parte de lo que tuvo el Club Taurino en el Siglo XIX, y mucho de lo que aspiraba lograr que, no era otra cosa, que la de aprender a torear, saber hablar de toros,  ver una faena y poder entender la relación del aficionado con el toro de lidia. 

Reunía La Legua las virtudes y compromisos de un cenáculo y de una escuela. Un centro muy activo donde se aprendía el interés por la fiesta, una fiesta peruana, nacional, propia que quiere decir que le pertenece a los limeños.

En libro de Aramburú es un relato maravilloso lleno de anécdotas, logros y frustraciones en los primeros años del Tentadero de La Legua; luego, más tarde,la segunda estación en la historia es la Hermandad de La Legua, la que incluye atrevidos capítulos de cómo ganaderos y organizadores de temporadas se extendieron por los diversos puntos de la geografía peruana. 

Un segundo tentadero que duró hasta 1947 es al que nos referimos como el de la formación conceptual de la Hermandad y, más tarde donde la Hermandad tendría su refugio, fue su sede en el tentadero de la ganadería de Huando que gracias a la generosidad de los hermanos Graña Elizalde, Fernando y Antonio, propietarios de la Hacienda Huando Huaral famosa por sus naranjas donde fundaron la ganadería en 1942, con divisa verde y oro.

 Los toros de Huando se lidiaban en Acho desde 1942, hasta que la ganadería desapareció en 1970 con la Reforma Agraria. La Legua, en palabras de Conchita Cintrón fue “una vieja ladrillera en la que llegaron a reunirse la fina flor de la sociedad limeña y las figuras cumbres de una época taurina. Banqueros, poetas, escritores, bailarines, diplomáticos, toreros, todos dentro de un corto espacio de tiempo, supieron lo que fue gozar de una tarde en el ambiente incomparable, único, de La Legua. Por mi parte, dice Conchita, puedo decir que allí conocí a los mejores amigos de mi vida, y allí, entre ruinas de una antigua ladrillera me hice torera.”


No solo era torear y organizar festivales de aficionados prácticos, entre muchas tascas y restaurantes y tabernas destacaron El Dorado y Leons, “refugios de gente coletuda” – los distingue Aramburú- como en su día en Caracas existió Cuchilleros en La Candelaria, la taberna de los hermanos Campuzano, reducto de la torería y del mundo de los toros en aquella Caracas de los años setenta.


Viajar por carreteras en el Perú, cruzar la Cordillera de los Andes o enfilarse por la Carretera Central es atrevido. Subir hasta más de 3 mil 500 metros sobre el nivel del mar, acompañados por el temido soroche, someten la afición que claudica, provocando sentimientos extraños que doblegan la molicie adquirida en la cosmopolita Lima. Había que superarlo todo, si de verdad se quería ser taurino. 

Este maravilloso libro nos descorre el velo que no nos deja ver lo que hoy sufren los venezolanos que hacen carrera taurina en la serranía peruana, gracias a la hospitalidad de nuestros hermanos andinos. Las carreteras son proezas de la ingeniería peruana, cruzan picos a 5 mil metros de altura, y abren caminos en cumbres nevadas.


Leyendo las diversas listas de aficionados pertenecientes a la Hermandad descubrimos los nombres de Tuco Roca Rey, Raúl Aramburú, Fernando Graña, José Boza en carteles de Trujillo y del Viejo Acho con toros de La Viña. Las encerronas en Lima en las que se anuncia a Fulvio DaFieno.

Extensa y apasionante historia la que se vive en el libro, pues está impreso en él el mensaje de La Legua, que como escribe Aramburú Raygada: - “mensaje que recogió la afición peruana, engrandeciéndolo y desparramándolo a los cuatro puntos cardinales. Nació entre una decena de amigos, en un corralón transformándolo a los cuatro puntos cardinales. Nació entre una decena de amigos, en un redil transformado en plaza de toros. Labor oscura al principio, adquirió la luz del ideal que ahí reinaba y la proyectó al futuro con claridad que permanece inalterable. Desapareció el tentadero y, aunque otros se construyeron después, ni duraron ni tuvieron su ambiente. Los taurinos de nuestra generación, que yo llamo “de la Legua serán reconocidos como los pioneros de esa cruzada definitivamente triunfante.

2 comentarios:

  1. Graciss querido Victor por tus elogios al libro que escribió mi padre
    Mis hijod y yo lo hemod reeditado porque creemos firmemente que crermoque es dr lectura

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  2. Creemos firmemente que es de lectura obligada para todo aficionado peruano que se presie de serlo para entender rsa afición señera que tú mencionas. Fraternal y cariñoso abrazo

    RA

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