Con la sinceridad que me permite la ignorancia, le pregunto a mi muy enterado compañero de tertulia, el maestro François Zumbiehl: “¿Cuándo comienza a señalarse la tauromaquia como expresión artística?”
Para interrogarle aprovecho un aparte en la estupenda tertulia que organizó en Ventaurinos, el pasado viernes Eloy Anzola.
Participaron en la tertulia, además de Zumbiehl Fernanda Haro y Domingo Plaz. Cada uno abriéndose de capa en sus argumentos bien fundados y serios. Nos pasearon por rutas académicas, desde el análisis aristotélico y su posible influencia platónica, hasta el racionalismo cartesiano considerando la razón como fuente y base del conocimiento humano.
Todo me pareció racionalmente perfecto, especialmente el racionalismo cartesiano de François, y como muy humano el recurso de Domingo Plaz que nos paseó desde la Escala hasta el Metropolitan, entre sopranos, mezzo sopranos y contraltos.
No desechable la posición aristotélico – tomista de Fernanda, a quien escuchándole su completa tesis, profundamente filosófica, recordó de la cornada sufrida por San Ignacio de Loyola, en 1521, siendo el Capitán fundador de la Compaía de Jesús el primer herido por asta de toro con fama de alta jerarquía social. Herida que le instó ordenar conceptos taurinos, mismos que podrán servir de argumento en la capa caída fiesta de los toros en manos del pueblo.
Estimulado por la observación del maestro Zumbiehl, recurro a las conversaciones con don Cesar Jalón “Clarito” quien descansa a mi vera bajo la lamparita de la Mesa de Noche. Cuenta el admirado periodista que la misma noche que Juan Belmonte entró a Madrid, año de 1913, como con privilegiada exactitud apunta François, se dirigió al Café Fornos señala Clarito, donde sin proponérselo se tropezó con una muy agitada reunión de escritores y de artistas.
Belmonte, que venía de torear en Andalucía, pero fue en Valencia donde lo hizo con fuerza, era apenas un novillero y además casi desconocido.
El trianero se ubicó en un rincón del Fornos y mientras cenaba un caldo ligero en tropezones y se entretuvo en escuchar, sin participar ni comprender lo que intentaban con gritos decir Julio Antonio, Romero de Torres, Ramón del Valle Inclán, Pérez de Ayala, Enrique de Mesa y Sebastián Miranda que le regaló a Belmonte un apunte hecho a la carrera. Apunte que le abriría a Belmonte el camino para la amistad.
- -Me sentí atraído por la vida del artista y los escritores.
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Le confesará Belmonte a Chavéz Nogales. Y Juan viajará de ladrón de naranjas a un sitio en el cenáculo de artistas gloriosos que discutían abtrusos problemas de filosofía que no dudo pudieron ser comprendidos por nuestra Fernanda Haro, gracias a su sólida formación filosofal.
Ramón del Valle Inclán fue un ser sobrenatural, extravagante, directo en su conversación y atrevido como pocos:
- -Juanito, le dice Valle Inclán en un alto de la tertulia al novillero metido en un rincón de Fornos, “·no te falta más que morir en la plaza”.
- -Se hará lo que se pueda, don Ramón
Los escritores e intelectuales organizaron un homenaje al novillero. La convocatoria la firmaron Romero de Torres, Julio Antonio, Sebastián Miranda, Pérez de Ayala y Valle Inclán como motor principal del acto que se celebró en El Retiro.
Hubo discursos, exaltación de valores, relato de experiencias y anécdotas; pero, lo más importante, fue que se suscribió lo que la otra noche de tertulia se refería François Zumbiehl, como “la partida de nacimiento de la tauromaquia como expresión artística”.
- -El toreo no es de menor jerarquía que la estética, que las Bellas Artes, se despreciaba a los políticos y se sentaban algunas audaces afirmaciones estéticas.
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En un banquete, en el parque de El Retiro de Madrid, la Tauromaquia fue reconocida por Arte.
Y con la venia de la brillante terna de la tertulia de Ventaurinos, Fernanda, François y Domingo, recomiendo insertar la armonía en la concepción del Arte en la Tauromaquia. Recordando el ejemplo del maestro José Alameda cuando hace la referencia de Bach y del Violoncelo, refiriéndose al toro y al torero.
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