"He visto torear a un gitanillo de Triana..."
Del libro "Gitanillo de Triana" Esencia del toreo de Triana, de José Manuel López Mohuriño, extraemos este delicioso prólogo obra de Rafael Peralta Revuelta.
El toreo trianero, al igual que en el cante, se ha distinguido siempre por tener un sello único y especial; de aquellos corrales y patios, de aquella Triana del barro de los alfares y cantes junto a la fragua, entre el Puerto Camaronero y la dehesa de Tablada, salieron toreros que han escrito su nombre con letras de oro en el libro de la tauromaquia.
Ya en el siglo XIX, el diestro Antonio Montes, sacristán de la Iglesia de Santa Ana, fijó los primeros cánones de la tauromaquia característica de esta orilla. Este torero trianero, que según cuentan toreaba con una quietud asombrosa para aquella época, influiría de manera decisiva sobre Juan Belmonte “El Pasmo de Triana” que dijo en cierta ocasión que para torear bien no hacían falta los pies porque "se torea con el alma", introduciría tres componentes que cambiarían la concepción estética del torero: Adelanta la pierna, hunde el mentón y saca el pecho. A partir de entonces, el toreo artista siempre irá acompañado de estas características; por tanto, lo revolucionario de su toreo acabaría convirtiéndose en clásico.
Francisco Vega de los Reyes, Curro Puya, popularizaría también el apodo de Gitanillo de Triana después de que en un tentadero dejara fascinado al rejoneador Antonio Cañero e inspira a Juan Belmonte a que dijera aquella frase sentenciosa: "He visto torear a un gitanillo de Triana..."
Pero tanto Curro Puya como Cagancho, fueron más que dos continuadores de la Escuela Belmontina. Con ellos nacerá ese toreo puro, que pellizca el corazón, que hace llorar y parte camisas... Los dos serán la fuente donde después beberían, entre otros, dos genios, dos intérpretes inigualables del toreo: Curro Romero y Rafael de Paula.
Si Cagancho estiliza el toreo heredado de Belmonte, Curro Puya ahonda en él, llegando a torear con el capote con mayor lentitud y con las manos aún más bajas. Ahí radica la enorme importancia de Curro Puya, ya que marca un antes y un después en el toreo a la verónica.
Su verónica era lenta, suave y de una indescriptible belleza. Mecía el capote en lances inacabables, como si se estuviera mirando en el reflejo de un Guadalquivir encantado. Toreaba con una desmayada cadencia, con el capote lánguido, embrujado por duendes caprichosos.
La foto que se conserva toreando al toro "Como Tú" de la ganadería de San Mateo, es un auténtico monumento al toreo de capa. Sólo los escogidos por el ángel de la gracia han podido torear con la profundidad y la hondura de Curro Puya.
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